No habría que escandalizarse tanto, al final, porque Amado Boudou ejerce desde la tarde de ayer la Presidencia interina de la Argentina en su condición de procesado por la Justicia, mientras Cristina Fernández asiste a la Cumbre del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en Fortaleza. Boudou no es un cuerpo extraño en un supuesto paraíso. Al contrario, ensambla con justeza en el paisaje general de una nación cuya anormalidad parece vertical.
Nada fue más ilustrativo de ese fenómeno que la cantidad de
circunstancias que rodearon aquí el epílogo del Mundial de Fútbol y el
regreso de la Selección. Aquella imaginaria pirámide social ofreció, quizá, su peor versión en los extremos.
En las conductas del poder, nacional y porteño, en la ausencia del Estado para garantizar la seguridad de los ciudadanos que pretendieron celebrar, en la ausencia de la noción de orden –necesario para cualquier pretensión de convivencia– y en la irrupción de violentos cuya existencia y crecimiento en los últimos años no podría reducirse, sin incurrir en un error o en mala intención, sólo al fútbol.
Habría que ordenar algunos episodios para no profundizar la confusión que existe. Y en ese ordenamiento debe prevalecer la escala de las responsabilidades. Si la Presidenta, al recibir a los futbolistas, convirtió el agasajo en el predio de la AFA en un acto de resentimiento y supuesto revanchismo, ¿qué conducta podría exigírseles a aquellos que, desde hace generaciones, transitan por la banquina de la sociedad? ¿Qué reclamarles, cuando parecieran ser víctimas y no beneficiarios de la década ganada que declama el kirchnerismo?
La Presidenta, tal vez, cometió el pecado de haber hablado demasiado acerca de lo que no sabe casi nada. Porque, con derecho, no le interesaría: confesó no haber visto ninguno de los partidos del Mundial. Pero sintió que representaba un elogio a los futbolistas decirles que “le habían tapado la boca a muchos ”. ¿Tapado la boca sobre qué cosa? ¿Acaso hubo algún ciudadano que haya expresado en público su deseo de un fracaso futbolero? Sonó claro que Cristina desempolvó en un teatro inapropiado su principal obsesión: el papel del periodismo.
Hubo periodistas que plantearon diferencias con el modo de jugar de la Selección. Y que sostienen esas diferencias más allá del subcampeonato conquistado. Está muy bien que sea así. Forma parte de la esencia de este trabajo que la Presidenta, aún antes de serlo, jamás lo entendió. La materia en disputa es por otra parte el fútbol, un deporte, un juego, una diversión. Opinable, entonces, bajo cualquier cristal.
La actitud presidencial pareció potenciarse en contraste con el comportamiento de los futbolistas. No hubo de parte de ellos ninguna palabra altisonante. Reinó en el grupo la sencillez y la solidaridad, antes, durante y terminado el Mundial. Un mensaje aleccionador y poco frecuente para una sociedad que carece de buenos ejemplos públicos. Incluso, quien tuvo la obligación de representar el imaginario poder del seleccionado, Alejandro Sabella, su entrenador, supo moldear durante todo un largo tiempo el perfil de un hombre bueno, sin altanerías. Algo excepcional también para esta década que, sin embargo, no lo deja inmune a los cuestionamientos futboleros.
Cristina, a lo mejor, tampoco se percató de otro significado inquietante que se desprendió de su encuentro con los futbolistas. Esos deportistas tuvieron el privilegio de departir a solas con la primera autoridad de la Argentina y representante del Estado. Pero esos mismos deportistas debieron declinar por falta de seguridad la participación en la fiesta popular que se había previsto en el Obelisco a raíz del subcampeonato. ¿Cómo conjugar una situación con la otra? La única respuesta podría ofrecerla la avanzada desvertebración social, política e institucional que se observa en el país.
Los gravísimos incidentes del domingo por la noche fueron otro dramático reflejo de esa realidad. El flujo de gente hacia el Obelisco se inició antes de que comenzara el partido final y arreció apenas concluyó. Toda la zona céntrica parecía liberada, sin custodia policial. Cuando intervinieron los agentes fue demasiado tarde. Esa seria anomalía desnudó, de nuevo, la falta de compromiso político de los gobiernos de la Nación y de la Ciudad. Desde el 2008 conviven en suelo porteño la Policía Metropolitana, ideada por Mauricio Macri, y la Federal. En muchas instancias críticas (la toma del Parque Indoamericano o el conflicto en el Hospital Borda) actuaron como fuerzas rivales y no complementarias. A partir de los desórdenes del domingo recrudecieron las acusaciones cruzadas, bajo las voces de Sergio Berni, el secretario de Seguridad, y María Eugenia Vidal, la vicejefa porteña.
El macrismo afirma que la zona céntrica corresponde al radio de acción de la Federal. Aunque le asista la razón, resultó inadmisible su prescindencia frente a tantas horas de abandono en el Obelisco de la Policía Federal. El ejercicio del mando exige muchas veces la asunción de riesgos. Algo que Macri se resistiría a hacer en ese campo desde que le salió mal el desalojo en el Borda, por lo cual hay funcionarios porteños investigados. De nada sirve que Cristina y Macri simulen convivencia para compartir la inauguración de obras pueblerinas si en instancias críticas –como es resguardar la seguridad colectiva– prefieren sólo distribuir culpas.
Berni, en ese aspecto, exageró la nota. Habló de una supuesta violencia planificada y quiso embretar a Hugo Moyano, el líder de la CGT, y Luis Barrionuevo, el sindicalista grastronómico. Casualmente, ambos enfrentados hace rato con el kirchnerismo. Curioso que el secretario de Seguridad no haya tomado nota del operativo preventivo montado en una provincia que frecuenta con motivo del narcotráfico. El socialismo en Santa Fe desplegó mas de 3.000 policías cerca del Monumento a la Bandera, lugar clásico de los festejos deportivos. Nada raro aconteció allí. En la Ciudad hubo, en cambio, 120 detenidos. Sólo uno permanece preso. Los restantes fueron liberados ya por la Justicia.
Como si nada hubiera pasado. Afianzando la sensación de impunidad que, desde el poder político, espolea este fugaz tiempo de Boudou en la cima.
En las conductas del poder, nacional y porteño, en la ausencia del Estado para garantizar la seguridad de los ciudadanos que pretendieron celebrar, en la ausencia de la noción de orden –necesario para cualquier pretensión de convivencia– y en la irrupción de violentos cuya existencia y crecimiento en los últimos años no podría reducirse, sin incurrir en un error o en mala intención, sólo al fútbol.
Habría que ordenar algunos episodios para no profundizar la confusión que existe. Y en ese ordenamiento debe prevalecer la escala de las responsabilidades. Si la Presidenta, al recibir a los futbolistas, convirtió el agasajo en el predio de la AFA en un acto de resentimiento y supuesto revanchismo, ¿qué conducta podría exigírseles a aquellos que, desde hace generaciones, transitan por la banquina de la sociedad? ¿Qué reclamarles, cuando parecieran ser víctimas y no beneficiarios de la década ganada que declama el kirchnerismo?
La Presidenta, tal vez, cometió el pecado de haber hablado demasiado acerca de lo que no sabe casi nada. Porque, con derecho, no le interesaría: confesó no haber visto ninguno de los partidos del Mundial. Pero sintió que representaba un elogio a los futbolistas decirles que “le habían tapado la boca a muchos ”. ¿Tapado la boca sobre qué cosa? ¿Acaso hubo algún ciudadano que haya expresado en público su deseo de un fracaso futbolero? Sonó claro que Cristina desempolvó en un teatro inapropiado su principal obsesión: el papel del periodismo.
Hubo periodistas que plantearon diferencias con el modo de jugar de la Selección. Y que sostienen esas diferencias más allá del subcampeonato conquistado. Está muy bien que sea así. Forma parte de la esencia de este trabajo que la Presidenta, aún antes de serlo, jamás lo entendió. La materia en disputa es por otra parte el fútbol, un deporte, un juego, una diversión. Opinable, entonces, bajo cualquier cristal.
La actitud presidencial pareció potenciarse en contraste con el comportamiento de los futbolistas. No hubo de parte de ellos ninguna palabra altisonante. Reinó en el grupo la sencillez y la solidaridad, antes, durante y terminado el Mundial. Un mensaje aleccionador y poco frecuente para una sociedad que carece de buenos ejemplos públicos. Incluso, quien tuvo la obligación de representar el imaginario poder del seleccionado, Alejandro Sabella, su entrenador, supo moldear durante todo un largo tiempo el perfil de un hombre bueno, sin altanerías. Algo excepcional también para esta década que, sin embargo, no lo deja inmune a los cuestionamientos futboleros.
Cristina, a lo mejor, tampoco se percató de otro significado inquietante que se desprendió de su encuentro con los futbolistas. Esos deportistas tuvieron el privilegio de departir a solas con la primera autoridad de la Argentina y representante del Estado. Pero esos mismos deportistas debieron declinar por falta de seguridad la participación en la fiesta popular que se había previsto en el Obelisco a raíz del subcampeonato. ¿Cómo conjugar una situación con la otra? La única respuesta podría ofrecerla la avanzada desvertebración social, política e institucional que se observa en el país.
Los gravísimos incidentes del domingo por la noche fueron otro dramático reflejo de esa realidad. El flujo de gente hacia el Obelisco se inició antes de que comenzara el partido final y arreció apenas concluyó. Toda la zona céntrica parecía liberada, sin custodia policial. Cuando intervinieron los agentes fue demasiado tarde. Esa seria anomalía desnudó, de nuevo, la falta de compromiso político de los gobiernos de la Nación y de la Ciudad. Desde el 2008 conviven en suelo porteño la Policía Metropolitana, ideada por Mauricio Macri, y la Federal. En muchas instancias críticas (la toma del Parque Indoamericano o el conflicto en el Hospital Borda) actuaron como fuerzas rivales y no complementarias. A partir de los desórdenes del domingo recrudecieron las acusaciones cruzadas, bajo las voces de Sergio Berni, el secretario de Seguridad, y María Eugenia Vidal, la vicejefa porteña.
El macrismo afirma que la zona céntrica corresponde al radio de acción de la Federal. Aunque le asista la razón, resultó inadmisible su prescindencia frente a tantas horas de abandono en el Obelisco de la Policía Federal. El ejercicio del mando exige muchas veces la asunción de riesgos. Algo que Macri se resistiría a hacer en ese campo desde que le salió mal el desalojo en el Borda, por lo cual hay funcionarios porteños investigados. De nada sirve que Cristina y Macri simulen convivencia para compartir la inauguración de obras pueblerinas si en instancias críticas –como es resguardar la seguridad colectiva– prefieren sólo distribuir culpas.
Berni, en ese aspecto, exageró la nota. Habló de una supuesta violencia planificada y quiso embretar a Hugo Moyano, el líder de la CGT, y Luis Barrionuevo, el sindicalista grastronómico. Casualmente, ambos enfrentados hace rato con el kirchnerismo. Curioso que el secretario de Seguridad no haya tomado nota del operativo preventivo montado en una provincia que frecuenta con motivo del narcotráfico. El socialismo en Santa Fe desplegó mas de 3.000 policías cerca del Monumento a la Bandera, lugar clásico de los festejos deportivos. Nada raro aconteció allí. En la Ciudad hubo, en cambio, 120 detenidos. Sólo uno permanece preso. Los restantes fueron liberados ya por la Justicia.
Como si nada hubiera pasado. Afianzando la sensación de impunidad que, desde el poder político, espolea este fugaz tiempo de Boudou en la cima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios mal redactados y/o con empleo de palabras que denoten insultos y que no tienen relación con el tema no serán publicados.