Por Sergio Lozano. La Vanguardia (Clarin.com)
A cien años del nacimiento de su creador
Fue creada en Rusia por Mijaíl Kalashnikov. Las palabras Avtomat Kalashnikova (automática de Kalashnikov) se esconden detrás de las siglas que dan nombre al fusil, junto con el 47, en referencia al año en que se aprobó su producción
A lo largo de los siglos, los conflictos bélicos han forjado una estirpe de armas cuya sola presencia nos traslada a épocas y formas de entender la guerra: los griegos invadieron Persia con las largas picas de las falanges, los romanos dominaron el mediterráneo cargando con el escudo rectangular y el pilum. Las guerras medievales se libraron con espadas y cimitarras que tuvieron nombre propio y simbolizaron las causas de quienes las empuñaban, mientras que en Waterloo fueron cañones y mosquetes los que tronaron para dibujar Europa. Un sangriento linaje al que los conflictos del siglo XX añadieron un nuevo miembro: el AK-47. De entre todas las armas blandidas en la era de las guerras mundiales, ninguna ha alcanzado la fama de este humilde y fiero fusil de asalto fabricado en la estepa rusa, ejemplo viviente de lo mucho que ha evolucionado la técnica del ser humano ,y lo poco que lo han hecho sus intenciones.
Con solo mostrar su perfil cualquiera puede reconocerlo, con el cargador en forma aplatanada y el tubo para la salida de gases sobre el fusil cuya presencia tanta sorpresa mostró al darse a conocer. Con el tiempo se ha convertido en un ideograma de la muerte en casi todos los rincones del planeta. Su facilidad de manejo lo ha extendido como un virus que causa muertes en bodas en Pakistán, reemplaza a lanzas y viejas carabinas en enfrentamientos tribales y permite convertir una clase de primaria en un batallón mortífero en las guerras de África. Cuando se cumplen 100 años del nacimiento de su creador, Mijaíl Kalashnikov (fallecido el 2013 a los 94 años) el AK-47 se enseñorea dominando desfiles militares, combates callejeros, videos terroristas, matanzas indiscriminadas y cualquier otra situación, legal o ilegal donde alguno de los participantes considere necesaria la presencia de la muerte indiscriminada.
Mijaíl Kaláshnikov, el creador del famoso fusil AK 47 que lleva su apellido, durante la celebración de su 90 cumpleaños en el Kremlin de Moscú. EFE
“Me siento orgulloso de mi invento”, dijo el propio Kalashnikov en el 2002, “pero me entristece que lo utilicen terroristas. Habría preferido inventar una máquina que la gente pudiera utilizar y sirviera para ayudar a los granjeros en su trabajo -por ejemplo, un cortacésped”.
Aunque detrás de la creación del AK-47 estaba la poderosa maquinaria militar rusa, fue el joven sargento Mijaíl Kalashnikov quien se llevó la fama tras ganar en 1947, a los 27 años, el concurso para surtir al ejército Rojo de los nuevos fusiles de asalto que habían aparecido durante la Segunda Guerra Mundial, como el Sturmgewher 44 alemán, considerado su antecesor.
Las palabras Avtomat Kalashnikova (automática de Kalashnikov) se esconden detrás de las siglas que dan nombre al fusil, junto con el 47 en referencia al año en que se aprobó su producción (que no comenzó hasta 1949). Resulta irónico que su creador se enrolara en el Ejército Rojo para limpiar su pasado como kulak, la clase de campesinos acomodados que sufrió las purgas de Stalin, y que en el caso de la familia Kalashnikov les llevó a perder las propiedades, mientras dos de los hermanos de Mijaíl acababan en la cárcel.
El AK-47 fue seleccionado tras demostrar sus cualidades disparando en condiciones de frío extremo, bajo la lluvia o después de ser arrastrado por el barro. Se trataba (y se trata) de un arma fácil de desmontar y limpiar al estar formada por tan solo 8 piezas que, a diferencia del resto de fusiles, no encajan perfectamente entre sí, lo que permite expulsar la suciedad del interior aprovechando la fuerza generada por sus propios disparos.
Más corto y manejable que los fusiles de la Segunda Guerra Mundial como el M-1 Garand de EE.UU. o el Mauser alemán, el Kalashnikov se mostró además sólido y resistente a la oxidación, y aunque no era el más preciso ni el de menor retroceso, ofrecía una s encillez de manejo que se tornaba letal cuando se ponía en modo automático, permitiendo incluso a los niños disparar cada minuto 600 balas de 7,62 milímetros. Es la muerte democratizada.
Fue la política de producción y distribución en masa de la Unión Soviética, desarrollada durante la paranoia belicista que dominó la Guerra Fría, la que lo catapultó hasta convertirse en el arma más extendida del planeta. Su producción comenzó en la fábrica Izhmash, en Izhvesk, la misma que fundió los cañones con que Rusia derrotó a Napoleón en 1812. Al poco de entrar en servicio, la URSS unificó entorno al AK-47 la fusilería de toda su infantería, facilitando la producción en masa, un objetivo también buscado por los países de la OTAN, que sin embargo fracasaron por peleas internas.
Ya en los años 50, Moscú autorizó la fabricación del AK-47 en los países del pacto de Varsovia, a la vez que comenzaba su distribución entre los aliados, como el Egipto de Naser, con el objetivo de establecer una suerte de diplomacia armamentística que a la vez fomentaba la dependencia militar hacia la madre patria del socialismo.
El siguiente “agraciado” fue China, que estrenó su propio modelo en 1956, el que será conocido como AK-56 (ver arriba), mientras Corea del Norte inició la fabricación pocos años después. La lista de países que fabrican el Kalashnikov y sus derivados ha ido creciendo y extendiéndose por el globo: la antigua Yugoslavia, Cuba, Irak, e incluso Venezuela, que tiene previsto iniciar el año próximo su producción tras la adquisición por parte de Hugo Chávez de 100.000 fusiles a Rusia en el 2009.
Y aún deben añadirse las imitaciones: el Rk-62 finés (ver arriba), el Vektor sudafricano o el Galil fabricado por Israel tras experimentar en sus propias carnes los efectos del AK-47 en la guerra de los 6 días de 1967. Según datos de Amnistía Internacional, actualmente existen entre 70 y 100 millones de fusiles Kalashnikov en circulación, uno por cada 100 habitantes del planeta, aunque otras fuentes aumentan esta cifra por encima de los 150 millones.
Aunque su creador siempre insistió en que había creado el AK-47 con el fin de defender a Rusia de nuevas invasiones como la de la Alemania nazi, la realidad impuso al invento funciones más prosaicas, como la que llevó a cabo en su bautizo de fuego durante la revolución húngara de 1956. Sin embargo, fue en las guerras por la descolonización donde mejor se dio a conocer como arma franca de los aliados de Moscú, particularmente en Vietnam, donde el Kalashnikov alcanzó la categoría de mito con la inestimable ayuda de EE.UU.
La todopoderosa potencia nuclear contaba con todo tipo de armas de enorme poder destructivo, pero había infravalorado la importancia de contar con una respuesta efectiva para la nueva amenaza que empuñaba el Vietcong. En la selva vietnamita, el ejército más poderoso del mundo comprobó cómo un puñado de campesinos que jamás habían empuñado un arma les hacía frente con efectos devastadores, mientras sus propias armas ni siquiera disparaban.
El ejército estadounidense había dotado a sus soldados con el M-16, un fusil de asalto que debía ser la respuesta al AK-47, pero que fracasó rotundamente. Fabricado a toda prisa como respuesta al arma de origen ruso, el M-16 adquirió pronto entre los soldados del tío Sam fama de ineficaz: pese a contar con un mayor poder mortífero que su rival, el M-16 no resistió las inclemencias de la selva asiática, oxidándose rápidamente y encasquillándose con facilidad.
Las primeras quejas de los soldados fueron silenciadas, pero pronto la noticia llegó a la opinión pública, que alzó la voz contra un Gobierno al que acusaban de mandar a sus hijos a la guerra con armamento de mala calidad. Mientras, muchos soldados robaban los AK-47 de sus enemigos muertos, hasta el punto de que se tuvo que prohibir oficialmente esta práctica, pues el característico sonido del Kalashnikov al disparar podía confundir a los soldados, haciéndoles creer que se acercaba el enemigo.
Billete cubano de 10 pesos, con imagenes de AK 47.
Vietnam convirtió al AK-47 en un símbolo de la lucha contra el imperialismo, tanto en Oriente Medio como en África y Latinoamérica, una bandera que años después recogería el yihadismo, alzando el fusil en su guerra contra Occidente y mostrándolo en sus vídeos, como hizo Osama bin Laden al reivindicar el atentado contra las torres gemelas. Un emblema que recogió el ISIS, cuyos líderes siempre han encontrado un hueco para el Kalashnikov en la escenografía de sus apariciones.
Las tornas cambiarían para la URSS en 1979, en la guerra de Afganistán, donde Moscú contempló con estupor cómo su arma pródiga se volvía en su contra. El conflicto con el se quería apuntalar a los aliados comunistas en Kabul provocó la reacción de EE.UU., que apostó por inundar el país de AK-47 para apoyar a los rebeldes afganos, entonces llamados muyaidines (más tarde pasaron a ser talibanes) sin inmiscuirse oficialmente en la guerra. Desde el inicio del conflicto un flujo de AK-47 cruzó la frontera afgana desde Pakistán y la China comunista (igualmente interesada en debilitar a su aliado socialista) multiplicando el poder de la oposición al régimen comunista.
Refugiándose en las montañas, los muyaidines iniciaron una efectiva guerra de guerrillas en la que se incautaron de más armamento soviético. De resultas de aquello el país se inundó de armas automáticas, una epidemia que se extendió al vecino Pakistán, dando origen a la cultura del Kalashnikov: la preeminencia del fusil en la vida cotidiana de las regiones fronterizas, donde su abundancia hundió los precios propagándola incluso como objeto de mera ostentación, anclado al territorio por su bajo precio y su legendaria durabilidad.
Mientras otras armas tienen una determinada esperanza de vida, el Kalashnikov parece inmortal. En la invasión a Afganistán de EE.UU, en el 2004, se incautaron AK-47 con décadas de antigüedad, algunos fabricados en 1954, un año después de la muerte de Stalin. Las guerras pasan, pero el Kalashnikov se queda para seguir matando.
Un miembro del ISIS en Raqqa, Siria, en 2014, con su AK 47
Con la caída de la Unión Soviética los arsenales acumulados durante la Guerra Fría se pusieron a la venta al mejor postor, bajando los precios y abriendo el mercado a decenas de nuevos participantes sin importar cuáles fueran sus intenciones: desde guerrillas islamistas hasta la mafia napolitana, el Kalashnikov se convirtió en el fusil por excelencia de las organizaciones armadas paraestatales, la Coca-cola del mundo bélico, traspasando todas las fronteras hasta convertirse en referente incluso de su principal rival.
Símbolo de la guerra anticolonial en Asia y África, venerado en Centroamérica por su papel en la lucha contra el imperialismo norteamericano, penetró en los años 80 en la cultura de su Némesis: EE.UU. Durante la presidencia del rabiosamente anticomunista Ronald Reagan, el AK-47 llegó a todos los hogares de Norteamérica de la mano de John Rambo, mientras la Asociación Nacional del Rifle se rendía a sus virtudes e invitaba a su inventor a dar giras por el país donde era tratado como una estrella.
La imagen del fusil pronto se propagó más allá de los aficionados a las armas, convirtiéndose en un icono reconocible por el gran público, que tanto lo admiraba por su leyenda como lo temía cuando su nombre aparecía ligado a alguna matanza, como la llevada a cabo el pasado agosto por Patrick Crucius, quien armado con un AK-47 acabó con la vida de 20 personas en una iglesia de El paso, Texas. La aparición del Kalashnikov en las calles de las ciudades en manos de bandas de delincuentes propició su adopción por parte de las bandas de rap y hip hop, que incluyeron el arma en sus canciones convertida en símbolo de poder y masculinidad. Artistas como Dr dre, Ice Cube, Tupac Shakur o Eminem lo mencionaron en sus canciones, y se fotografiaron junto a él.
Sin importar las matanzas, atentados y guerras que carga a sus espaldas en su larga vida, el Kalashnikov continúa siendo un frívolo producto de consumo. Basta con hacer una búsqueda en la red para encontrar docenas de productos, desde joyas hasta ropa o vodka, asociados al nombre y la imagen de un fusil que, lejos del mundo rico, continúa utilizándose en decenas conflictos 70 años después de su aparición.