La Cumbre del G20 ha finalizado, los aviones con los jefes de Estado han partido y Argentina, con todos sus problemas, sigue andando…
(Foto: Adrián Escandar)
Llega ahora la reflexión respecto de las enseñanzas que deja esta experiencia extraordinaria, que puso a nuestro país en el centro de la escena mundial y sobre todo, cómo podemos capitalizarlas para el futuro. Fue para los que amamos a Argentina un momento de gloria, una brillante culminación del tantísimo esfuerzo realizado.
El desafío está ahora en no dormirnos sobre los laureles y trabajar duro para consolidar el terreno ganado en la consideración internacional. Se abrieron oportunidades que van mucho más allá del resultado "comercial" de las reuniones bilaterales que sostuvo el presidente Macri.
Por sobre todas las cosas, se abrió la oportunidad de que Gobierno y ciudadanos podamos visualizar, sin necesidad de viajar al exterior y por un pequeño período, cómo funciona un país ordenado. O, mejor dicho, cómo funcionaría nuestra Argentina en un estado superior de desarrollo.
La Cumbre tuvo el "leit motiv" del desarrollo equitativo y sostenible, y es una regla de oro internacional que no hay desarrollo sostenible sin orden institucional, justicia y seguridad.
En el orden local, el aspecto más positivo es el éxito del operativo de seguridad. Allí se trabajó sin prisa y sin pausa por más de un año, en que Argentina, además de desplegar sus recursos, no estuvo sola ante el desafío de garantizar la seguridad de los principales líderes del mundo y sus comitivas.
Representaba para ellos un alto riesgo llegar a un país emergente que se debate en resolver como puede la multiplicidad de problemas estructurales que nos afectan día a día. Decidieron cooperar. Las principales potencias del mundo -incluyendo sus respectivos servicios de inteligencia- pusieron atención, esfuerzo y tecnología para que la cumbre se desarrolle de principio a fin, sin ningún sobresalto. El riesgo nunca se puede eliminar por completo, pero si se puede minimizar, y eso fue lo que se hizo con gran responsabilidad de todas las partes.
Se tomaron medidas sin precedentes que incluyeron, entre otras, la autorización de derribo de aeronaves no identificadas, algo que se viene reclamando desde siempre para una lucha contra el crimen organizado y que, sugestivamente, nunca se logró través del Congreso. Nuestro vecino Brasil la tiene y la aplica. También se estableció una directiva "ad hoc", que habilitaba el uso de armas de fuego por las fuerzas de seguridad. Las amenazas podían llegar por parte de los incidentes callejeros que forman parte del folklore de cada cumbre hasta de una eventual acción del terrorismo internacional.
Nada sucedió. Se otorgó alguna relevancia a la cooperación "negociada" con dirigentes de los movimientos de protesta, pero esto fue un elemento más. La realidad es que se aprovechó al máximo la cooperación internacional, aprendiendo de los países con las tecnologías más avanzadas. Hubo voluntad política, hubo directivas claras, también comunicaciones precisas tanto hacia las fuerzas intervinientes como hacia la población.
Se hizo mucho más que apelar, simplemente, a la anticuada consigna de "poner efectivos en las calles". Se trató de un operativo de seguridad preventivo-disuasivo. Trabajando en el antes, durante y después. Disuadir significa mostrar un poderío tal que desalienta al potencial perpetrador, sobre todo si es medianamente racional como para evaluar sus chances de éxito de manera realista.
A medida que iban transcurriendo las horas y se respiraba en Buenos Aires un aire de tranquilidad añorado por muchos, la pregunta que comenzó a instalarse entre la gente fue: "¿Por qué no se logró ese nivel de seguridad en la final River – Boca que terminó en escándalo mundial, cuando unos pocos inadaptados perjudicaron a millones de amantes del futbol?"
La respuesta es sencilla: en este caso se aplicó, en el mejor de los casos, la típica actitud argentina de relativizar todo, incluso las amenazas. En el G20 se trabajó con seriedad identificándolas, respetándolas y obrando en consecuencia. En este sentido, el G20 nos deja una gran enseñanza, ya que en pocos días hemos vivido en carne propia cuál de las dos actitudes es la que funciona.
El centro argentino durante el G20 (Foto: Franco Fafasuli)
Y admitiendo que la seguridad es un derecho humano, la pregunta es: ¿tienen los líderes mundiales que visitan nuestro territorio más derechos que los millones que día tras día viven y trabajan tratando de construir un futuro en paz y honestidad en nuestra querida Argentina?
La respuesta es obvia. Es más que evidente que se necesitan fuerzas de seguridad y policías entrenadas, con elementos adecuados, con métodos modernos, con tecnología, que "disuadan" de cometer delitos, en vez de dar, en el mejor de los casos, pena a los ciudadanos y risa a los delincuentes. También se necesita una Justicia antiabolicionista que trabaje para dejar de lado la impunidad reinante, que es una de las peores amenazas para el ciudadano de bien y solo beneficioso para la delincuencia que encuentra allanado su derrotero criminal sin mayores inconvenientes ni consecuencias.
A partir de estas reflexiones comienza a aflorar un profundo anhelo de nuestra sociedad, que se hace cada vez más fuerte, que desea recuperar la seguridad perdida. Es un anhelo de la gente honesta, que atraviesa toda clase social. El planteo es que el nivel de seguridad logrado en el G20 perdure para siempre, convirtiéndose así, en una sólida base de conveniencia social.
En esta línea de pensamiento, es muy positiva la resolución post G20, firmada por la ministra Patricia Bullrich que da directivas respecto del uso de armas de fuego por las fuerzas federales de seguridad, en situaciones claras y siempre dentro del marco de la ley. Quien lee en detalle la resolución, que se aplica hace rato en infinidad de países, se da cuenta que no se trata de dar a los efectivos "licencia para matar" sino ordenar el cumplimiento de su misión específica.
Lamentablemente, estas medidas imprescindibles para el avance de Argentina, siempre encuentran detractores que por ideología o afán de protagonismo van a contramano del legítimo reclamo de la sociedad. Esperemos que esa actitud dañosa, no haga dudar al gobierno en continuar de manera firme con la línea iniciada. También hago votos para que la corriente "abolicionista" instalada en la Justicia no malogre una medida que es corriente en el ámbito internacional y que está en línea con el más elemental sentido común.
En pos de lograr coherencia necesaria a lo largo y ancho del territorio nacional es imprescindible que se arbitren los medios para que esta reglamentación alcance a todos los efectivos policiales del país, para lo cual sería ideal que se establezca un "pacto de seguridad" al cuál adhieran todas las provincias (lamentablemente hoy amanecimos con la noticia de que el magistrado porteño Roberto Gallardo dictó una medida cautelar en la que declaró "inaplicable e inconstitucional" la normativa impulsada).
En la vertiginosa sucesión de acontecimientos posteriores hay poco margen para hacer comentarios sobre la cumbre en sí, que a pocos días ya parece remota. Además, mucho se ha hablado en los medios de los eventos centrales que tuvieron en vilo al mundo.
Ahora el desafío es poner nuestro país a la altura de las circunstancias en todos los órdenes, como se está intentado hacer en el tema seguridad. Esto implica continuidad entre gobierno y gobierno, acuerdos, planes estratégicos, una excelente comunicación con la sociedad y la habilidad de gobernar con grandeza, en función del real y profundo interés nacional, más allá de los golpes de efecto electoralistas. Este es el real desafío de los políticos de todo signo, el romper con las fórmulas trilladas y mezquinas, para poder lograr un futuro mejor para nuestra amada Argentina.
La autora es Presidente de la Fundación NPSGlobal.
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