El
seleccionado argentino de fútbol ha escrito una historia sustentada en
dos valores que no abundan en nuestra dirigencia: humildad y trabajo en
equipo
Después
de 24 años, un equipo argentino ha llegado a la final de un Campeonato
Mundial de fútbol. Independientemente del resultado del encuentro que
esta tarde, en el estadio Maracaná de Río de Janeiro, disputará nuestro
seleccionado ante el excelente team de Alemania, debemos expresar
un justo reconocimiento hacia la tarea realizada por los futbolistas y
el cuerpo técnico de un equipo con todas las letras que, además de
profesionalismo y buena técnica, aportó una importante cuota de garra y
corazón para sobrellevar los momentos más complicados. Un equipo que
supo esperar para cosechar, y que de las críticas de muchos pasó a las
alabanzas de casi todos.
Al margen de que dejaron todo en la cancha, nuestros jugadores demostraron, especialmente en los difíciles compromisos de cuartos de final y semifinales, que son mucho más que un grupo dependiente del talento y las genialidades de un hombre, como Lionel Messi, que con justicia puede ser considerado el mejor futbolista del planeta. La leyenda del Mesías o la de los Cuatro Fantásticos fue reemplazada por una realidad: ni para arribar a la máxima instancia de un torneo mundial de fútbol ni para llegar a constituir una gran nación alcanza con la presencia de iluminados o de supuestos salvadores. Ante todo, se precisa de un armonioso trabajo en equipo.
El conjunto argentino ha dado ejemplares muestras de humildad, sacrificio y espíritu de equipo. Tres valores que no abundan en nuestro país, y especialmente en nuestra clase dirigente, y que quizá fueron la razón del súbito enamoramiento que despertó un futbolista como Javier Mascherano en miles de argentinos, fueran futboleros o neófitos en este deporte. Porque, en definitiva, se sepa o no de tácticas y estrategias, cualquiera puede advertir cualidades deportivas esenciales como el compañerismo, el esfuerzo, la perseverancia y la capacidad para contagiar entusiasmo a los demás.
No menos destacable es que el seleccionado nacional haya llegado a la final del Mundial sin un solo expulsado y con muy contadas tarjetas amarillas, lo cual habla de una caballerosidad deportiva tan ejemplar como poco habitual.
Un párrafo aparte merece la conducción técnica del equipo. Es que Alejandro Sabella exhibió una llamativa capacidad para escuchar a los otros, junto a dosis de mesura y seriedad desacostumbradas en el ámbito del fútbol, pero siempre necesarias a la hora de tomar decisiones y, sobre todo, rectificar errores iniciales. Hay que sumar a esas características, declaraciones que pusieron de manifiesto un proverbial respeto y prudencia, como cuando señaló, durante una conferencia de prensa, que ni la revancha ni la venganza eran palabras que figurasen en su diccionario. Una demostración de que hay un digno conductor de personas que hacen mucho y se vanaglorian poco. Se trata de un mensaje que deberían escuchar muy bien nuestros gobernantes, habituados a sembrar rencores y divisiones, y también muchos argentinos que han hecho un culto de la tristemente popular "viveza criolla".
El ingenio popular de los argentinos, como en tantas otras ocasiones, colmó los estadios y las calles de las ciudades brasileñas. Resulta, en tal sentido, destacable la convivencia pacífica entre esos hinchas, que pudieron marchar juntos, incluso con las camisetas de sus respectivos clubes, pero anteponiendo los colores del país de todos.
Debe lamentarse, sin embargo, que por momentos las bromas que forman parte de una vieja rivalidad futbolística entre la Argentina y Brasil traspasaran los naturales límites y se convirtieran en agravios. Ni algunos cánticos ofensivos ni otras actitudes destempladas de ciertos hinchas, como exhibir una columna vertebral del lesionado Neymar, son ejemplos positivos. Entristecen, también, algunas exageraciones, como las de algunos comunicadores tentados de señalar que todo el pueblo brasileño está en contra de la Argentina. Se trata de generalizaciones indebidas que nos recuerdan las erróneas teorías conspirativas que no hacen más que aislarnos del mundo.
Es de esperar que esta tarde se viva en Río de Janeiro una verdadera fiesta, sin espacio para ningún episodio de violencia. Cabe aguardar también que ningún éxito deportivo, como la eventual obtención de la Copa del Mundo, derive en intentos de aprovechamiento político de los que la historia argentina da lamentable cuenta, ni en acciones sustentadas en un supuesto nacionalismo mal entendido o en tentaciones populistas.
Es sumamente valorable que los argentinos volvamos a experimentar sentimientos de unidad nacional, en momentos en que nuestra sociedad ha caído en divisiones y enfrentamientos promovidos desde el Gobierno.
Cabe preguntarse por qué si podemos reconocernos unidos en algo a la vez tan fuerte y fugaz como una victoria en el fútbol, no podríamos también unirnos frente a causas seguramente más trascendentes, como enfrentar desafíos que nos carcomen, tales como la inseguridad, el narcotráfico o la corrupción.
Tal vez, el ejemplo de madurez y humildad de nuestro seleccionado de fútbol nos sirva para actuar, juntos, con determinación y constancia, y por el camino de la previsibilidad y el permanente diálogo, en pos de alcanzar la grandeza como nación que tanto ansiamos..
Suerte desde chile y ojala que le ganen a Alemania,
ResponderEliminarParabéns pela matéria. Muitos brasileiros, senão a maioria, torcem hoje pela Argentina. Afinal, vocês estão representando tudo aquilo que queríamos ter feito nesta copa. Parabéns e boa sorte.
ResponderEliminarUm grande abraço.
Afonso.
fallo sabella..messi e higuain ...los culpablessssss
ResponderEliminarNo hay culpables. Felitaciones a los Subcampeones...
ResponderEliminarSi sos mejor anda a jugar vos.