Por Felicitas Sánchez
| Para LA NACION
Falta mantenimiento en estaciones y vagones, la frecuencia es baja y la mayoría de los pasajeros son turistasLos vagones que alguna vez fueron verdes están todos pintados con grafitis. Foto: Soledad Aznarez
El
Tren de la Costa se inauguró en 1995 como un emprendimiento privado,
con la promesa de ser "el ferrocarril ecológico más moderno de la
Argentina", como dice en su página de Internet.
Sin embargo, el martes, el tren fue estatizado por el
gobierno nacional, y el ministro de Interior y Transporte, Florencio
Randazzo, atribuyó la medida a una falta de cumplimiento de contrato por
parte de la empresa concesionaria.Lo cierto es que hoy el tren está lejos de cumplir con aquello que prometía hace 18 años.
La primera sorpresa con la que uno puede encontrarse al hacer el recorrido está en la estación Maipú, de Vicente López, cabecera de la línea.
Para llegar al andén hay que atravesar un centro de compras atiborrado de muebles. Decenas de sillones, mesas, placares, tocadiscos, sillas, objetos apilados en los pasillos y en todos los rincones posibles. Al lado de la escalera mecánica -que no funciona- hay un cartel que dice "Remates", lo cual ayuda a darse cuenta de que lo que alguna vez fue un paseo de compras hace tiempo se transformó en un mercado de pulgas.
Atravesando la feria están los andenes del Tren de la Costa. En la estación no funcionan los relojes, y los bancos están despintados y rotos, como si estuvieran esperando a que los muden directamente al "paseo de compras".
La segunda sorpresa es el tren mismo, que solía estar pintado de verde inglés y dorado. Ahora los vagones están enteramente tapados con grafitis y ya no se ve el color original.
En la estación unas diez personas esperan para viajar en dirección a Tigre, o estación Delta. El boleto cuesta $ 10 ($ 20 para los extranjeros). El recorrido total, de 15,5 km, sólo toma unos 25 minutos y sale una formación cada media hora. Durante el recorrido, el tren bordea la costa del Río de la Plata en la zona norte y pasa por algunos de los barrios más pintorescos del Gran Buenos Aires.
Las estaciones mantienen el estilo de las viejas terminales ferroviarias inglesas. Son pintorescas, pero hoy están muy descuidadas. En la estación Anchorena, por ejemplo, la pintura está descascarada, el reloj no funciona, no hay ningún pasajero que espere para subir, lo que se repite en casi todas las paradas.
"Las estaciones están muy abandonadas, la frecuencia es muy baja, los trenes no están bien mantenidos y la verdad que es carísimo", resumió Manuel Libenson, profesor de la Universidad de San Andrés que utiliza el tren para ir a trabajar.
El centro comercial en la estación de San Isidro parece haber sufrido la misma suerte. La mayoría de los locales cerraron o fueron reemplazados por oficinas. Allí también hay un gran estacionamiento prácticamente abandonado, y locales de artesanías y algunos bares. "La estación está abandonada. Lo más raro es que no parecen estar haciendo nada para alquilar los locales que están cerrados. La plaza justo en frente tiene más movimiento", le comentó a LA NACION Lucila Cantafrio, quien trabaja en un local de comidas al lado de la estación.
"Yo me acuerdo cuando recién abrió, estaba lleno de gente, había boliches, espectáculos a la noche, locales de ropa, estaba el cine. Ahora ya no viene nadie", señaló Ignacio Via, un vecino de San Fernando. "Por lo general está bastante vacío. Los días lindos vienen colectivos con turistas, pero si no, no se ve mucha gente", concordó Hernán Vecchio, quien trabaja en las oficinas que funcionan dentro de la estación..
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