Editorial del Diario La Nación
La
 tragedia ocurrida en Castelar volvió a poner de manifiesto la 
desastrosa política ferroviaria y la desidia con que el Gobierno actuó 
en los últimos años
Como señalamos a pocas horas de producirse la masacre 
de Once del 22 de febrero del año pasado, resulta inadmisible que en 
pleno siglo XXI un tren no pueda frenar a tiempo y provocar un desastre,
 incluso cuando mediaran fallas humanas.
También resultan inadmisibles las excusas de 
funcionarios que, rápidamente, pretendieron ampararse en la presunta 
responsabilidad del maquinista del tren de pasajeros que embistió a otra
 formación que se hallaba detenida en la estación de Castelar. Mucho 
más, que el ministro del Interior y de Transporte, Florencio Randazzo, 
intente escudarse en que no puede resolver en un año problemas que se 
arrastran desde hace cincuenta. Porque lo cierto es que diez años de 
gestión kirchnerista, que el propio gobierno vende al mundo como la 
"década ganada", es demasiado tiempo como para que viajar en tren siga 
siendo una aventura poco menos que temeraria.
Si efectivamente se hubiera tratado de un error del 
motorman, ¿deberían resignarse los usuarios de los servicios 
ferroviarios a que una distracción o un súbito desmayo del maquinista 
pueda provocar una catástrofe? Cuesta creer que la línea Sarmiento no 
contara con mecanismos de seguridad adicionales, por cierto bastante 
elementales, para que una formación se detenga automáticamente si quien 
la guía no respeta una señal roja. Ésa es una de las explicaciones que 
deberán dar tanto el concesionario de la línea como las autoridades a 
cargo de su control.
El enorme atraso en materia de seguridad ferroviaria de
 nuestro país  se puede advertir a partir de un informe publicado 
recientemente por la nacion, que mostró amplia y minuciosamente cómo se 
viaja en una línea urbana española y cómo en una similar en la 
Argentina. Se trata de datos de la realidad, de los que no pueden 
disfrazarse con cifras porque forman parte de la vida diaria y están a 
la vista de todos.
En la línea C5, que transporta hasta 300.000 pasajeros 
por día entre el suburbio de  Humanes y la terminal madrileña de Atocha,
 hay puntualidad, pulcritud, comodidades y un elevado nivel de 
seguridad; en el tren del Sarmiento, que une Moreno con Once, 
exactamente todo lo contrario aunque, eso sí, se cuenta con la 
posibilidad de que muchos puedan viajar sin pagar boleto, no por 
generosidad de quienes deben cobrarlo, sino por el descontrol que impera
 en andenes y vagones. Conmueven dos imágenes de ese informe 
periodístico: la que muestra en el tren español a un hombre cómodamente 
sentado utilizando su tableta y la que a diario deja ver, en el 
ferrocarril argentino, a personas viajando en un furgón, literalmente 
como animales.
En sus múltiples discursos por la cadena nacional, en 
varios de los cuales suele recomendar a otros países hacer lo que el 
kirchnerismo hizo en la Argentina, la presidenta Cristina Kirchner no 
habla de los ferrocarriles. Tampoco lo hace desde sus recurrentes 
mensajes a través de la red social Twitter, y es entendible. ¿Qué podría
 decir de un servicio que está directamente bajo su órbita y que se 
llevó tantas vidas no obstante los 37.500 millones de pesos que 
teóricamente se invirtieron en él desde el comienzo de la década K?
Semanas atrás, el ministro Randazzo había anunciado la 
compra de 300 vagones para la línea Roca, con una inversión de 327 
millones de dólares, y explicó que los nuevos coches empezarían a 
funcionar a mediados de 2014. Se trató de un nuevo anuncio que suena 
faraónico y cuya concreción, suponiendo que los plazos se cumplan, suena
 lejana frente a un presente en el cual las políticas del ministro no 
han servido aún para lograr algo tan mínimo y elemental como que los 
trenes viajen con sus puertas cerradas o frenen a tiempo, para no estar 
permanentemente al borde de nuevas tragedias, como la que acaba de 
producirse en Castelar.
Se anunció gran cantidad de obras de arreglo de vías y 
estaciones, pero en forma caótica y desordenada, llevando al Sarmiento 
materiales acopiados para obras planificadas y contratadas en otras 
líneas de la red. El objetivo, mostrar a cualquier precio resultados 
rápidos.
Por otro lado, se puso el foco en el tema de la 
inversión, recurrente caballito de batalla de quienes desconocen los 
problemas e ignoran que tan importante como invertir es mejorar la 
gestión, la disciplina y la productividad laboral. Se encararon 
proyectos de todo tipo, haciendo estudiar por los dispersos niveles 
técnicos del sector ferroviario proyectos variados, pero sin conocerse 
cómo habrían de financiarse; y sin que nadie en el Gobierno explique por
 qué, siendo las cosas aparentemente tan fáciles, nada se hizo en los 
anteriores diez años. Porque si bien los defectos de gestión y las 
negligencias pueden ser de la responsabilidad de los malos 
concesionarios -a los que no se controló durante prácticamente toda la 
década-, la falta de inversión fue exclusiva responsabilidad del 
Gobierno, puesto que desde el principio de las concesiones ésta fue 
asumida por el Estado como su responsabilidad.
Como si siguiera observando monstruos ocultos que 
intentan frenar la posibilidad de que los argentinos tengan una mejor 
calidad de vida, la Presidenta insistió recientemente en que el país 
"sigue andando, le pese a quien le pese".
Es de esperar que esa expresión de la Presidenta se 
traduzca en hechos que permitan que los ferrocarriles empiecen a andar 
de manera tal que viajar en ellos no continúe significando un martirio 
y, mucho más que eso, un riesgo para la propia vida.
              Las desacertadas políticas en materia ferroviaria y los
 muertos de Castelar y de Once demuestran claramente que en este rubro 
clave los diez años de kirchnerismo han sido una década perdida.
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