En la búsqueda de soluciones radicales para la pobreza, a veces se pasan por alto las pequeñas innovaciones que podrían contribuir enormemente a reducir las desigualdades.
A pesar de las lamentaciones que hemos oído este año sobre las desigualdades y los llamamientos a Ocupar esto o aquello, la verdad es que se ha hecho muy poca cosa para cerrar la brecha en la distribución de la riqueza, que, en algunos países, ha alcanzado unas dimensiones dignas de la Edad Dorada de finales del siglo XIX. En Estados Unidos, la economía avanzó a trompicones y la campaña para las elecciones presidenciales absorbió casi todo el oxígeno, mientras que Europa se pasó la mayor parte de 2012 contemplando el abismo. En resumen, ha sido un año muy necesitado de grandes ideas.
Sin embargo, una mirada más allá de los titulares revela una gran abundancia de ideas aparentemente pequeñas que están cambiando el mundo con discreción pero de forma importante. Una de ellas es la de Nadim Matta (número 25 en la lista de Pensadores de este año), cuyo Rapid Results Institute trabaja en todo el mundo a base de ayudar a que la gente se fije objetivos completamente desmesurados a 100 días vista y los cumpla. Hay muchas otras innovaciones que han surgido en sitios en los que casi nadie se fija y que están transformando las vidas de unas personas que suelen pasar inadvertidas: los pobres de todo el mundo.
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- En ayuda exterior: Etiopía quiere que más niños permanezcan en la escuela. El Departamento de Desarrollo Internacional de Reino Unido (en inglés, DFID) quiere ayudar. Lo normal sería que el organismo británico diera dinero a Etiopía para construir colegios, contratar maestros o tomar otras medidas concretas. El Estado etíope tendría que presentar informes periódicos sobre el uso que se le estuviera dando al dinero. ¿El programa serviría de algo? Nadie lo sabría nunca.
Este año está pasando otra cosa: el DFID ha decidido pagar solo cuando se obtenga algún resultado positivo. Etiopía puede hacer lo que quiera para aumentar la asistencia a clase, pero solo obtendrá el dinero cuando haya efectos visibles. Por cada nuevo alumno que haga el examen final de 10º curso (equivalente a 4º de ESO), Etiopía recibirá un pago. Por cada nuevo estudiante que lo apruebe, otro desembolso más.
La idea, que se encuentra en las primeras fases de prueba, procede del Center for Global Development de Washington, que la denomina pago por resultados. Si sale adelante, podría suponer que la ayuda exterior sea más eficaz, porque permite a los países hacer lo que crean que va a funcionar, en vez de seguir unas normas impuestas por un donante lejano. Además podría facilitar el apoyo político a la ayuda exterior en los países ricos. Con este método, la ayuda no se desperdicia jamás; si un programa no funciona, los contribuyentes no pagan.
- Con bonos de impacto social: Muchos males sociales se pueden prevenir, sin que cueste mucho. Dar a los sin techo crónicos una vivienda de apoyo, por ejemplo, mejora sus vidas y ahorra dinero. Hay otros programas que se ha demostrado que previenen la criminalidad o evitan hospitalizaciones. Además, salen muy baratos. Pero los gobiernos no invierten en prevención, porque tienen muy poca liquidez. Es un círculo vicioso que resulta cada vez más caro.
Este año, Nueva York ha sido la segunda ciudad, después de Peterborough, Inglaterra, en experimentar con un nuevo instrumento financiero que ha despertado interés en todo el mundo: el bono de impacto social. Nueva York quiere poner en marcha un programa para hacer que los jóvenes que han estado en la cárcel de Rikers Island no vuelvan a ella. La firma de inversiones Goldman Sachs está dedicando casi 10 millones de dólares al programa (algo más de 7 millones y medio de euros). El Gobierno devolverá el dinero a Goldman si el programa sale bien, si reduce las recaídas. A cambio, la compañía podrá sacar un beneficio de 2,1 millones de dólares si sale realmente bien. Si fracasa, la Administración no devolverá nada.
Aunque todavía no se han visto resultados, el modelo es tan atractivo que gobiernos de todo el mundo ya están apresurándose a crear bonos de impacto social y las organizaciones de desarrollo están intentando adaptarlos a las necesidades de los países pobres, con objetivos como prevenir la malaria, extender el uso de anticonceptivos o terminar la tarea de erradicar la polio.
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DINERO EN EFECTIVO
Las TCE nacieron casi al mismo tiempo en México y Brasil, que todavía se disputan el mérito. México, a través del antiguo viceministro de Finanzas, Santiago Levy, tuvo el primer programa de ámbito nacional, pero Brasil, gracias a los esfuerzos del ex gobernador de Brasilia, Cristovam Buarque, fue el primero en poner la idea en práctica. El modelo consiste en dar a los más pobres dinero en efectivo para aliviar la pobreza ahora, pero con la condición de que lleven a cabo acciones que ayuden a la siguiente generación. En el programa Oportunidades de México, que abarca la quinta parte del país, las familias obtienen dinero si mantienen a sus hijos en la escuela, hacen visitas periódicas al médico y asisten a talleres de salud sobre temas como nutrición y prevención de la fiebre del dengue. En Brasil, el programa ha contribuido a lograr una reducción asombrosa de las desigualdades.
La novedad de las TCE es su aplicación prácticamente en todas partes. Impulsadas por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, se utilizan ya en al menos 35 países y llegan a 500 millones de personas. En muchos países, este programa es el primer sistema de asistencia social que ha habido nunca, o el primero que funciona. Las TCE suelen tener éxito porque dar dinero es, relativamente, fácil de hacer incluso para los gobiernos ineptos. Lo difícil es que, cuando los beneficiarios aumentan su uso de clínicas y colegios, los países tienen que construir más centros y en lugares en los que antes no existían.
- Como forma de ayuda en lugar de alimentos: Cuando se produce una hambruna, los países ricos tienden a donar alimentos, en especial Estados Unidos, el mayor donante de ayuda alimentaria de emergencia. El envío de cereales al extranjero se puso en marcha como una forma de ayudar a los agricultores estadounidenses. Pero siempre ha sido un sistema pésimo para ayudar a las poblaciones hambrientas. Es ineficaz: el envío y el almacenamiento cuestan tanto como la comida y los costes del transporte están subiendo en paralelo a los precios del crudo. Además es lento: la gente hambrienta necesita comida ya, no de aquí a cuatro o seis meses.
¿Qué otra cosa hay que funcione mejor? El dinero o su equivalente en vales. La idea es vieja: aparecía ya, entre otros lugares, en el libro de Amartya Sen y Jean Drèze Hunger and Public Action, de 1989. La diferencia es que ahora, por fin, tiene verdadera aceptación entre los donantes de ayuda alimentaria. El Programa Mundial de Alimentos está dejando de enviar cereal para utilizar dinero -este año un tercio de sus cesiones se harán en dinero o vales-, igual que otros grandes donantes como Gran Bretaña. El que se resiste es Estados Unidos.
En algunos lugares que padecen hambre, el cereal es necesario porque no se puede encontrar nada de comida. En otros, sin embargo, el mercado está activo; o lo estaría, si la gente pudiera comprar algo.
El dinero tiene además otras ventajas. Permite a la gente comprar los alimentos que comen de forma habitual y ayuda a los agricultores y comerciantes locales, que muchas veces se quedan sin trabajo cuando los cereales llegan de fuera. Además, dar dinero elimina las horribles aglomeraciones para coger un saco de trigo arrojado desde un camión, que impide que coman los más débiles y roban a todo el mundo su dignidad.
- Para sustituir a los campos de refugiados: Los más de 100.000 refugiados sirios en Líbano, como los de todo el mundo, obtienen ayuda de organismos de la ONU como el Programa Mundial de Alimentos y la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Pero Líbano no les ha proporcionado un campamento; reciben vales para comprar comida en las tiendas locales. Los refugiados de las guerras de Irak, Siria y Jordania recibían tarjetas bancarias. Sacaban dinero de cajeros automáticos, compraban comida y pagaban el alquiler. Vivían una vida lo más normal posible.
Los campos de refugiados salvan vidas; millones de vidas. Lo malo es que, cuando la emergencia ha pasado, el campo se mantiene. El complejo de refugiados más antiguo del mundo, en Dadaab, al norte de Kenia, tiene 20 años de edad y hay gente que no ha salido nunca de él. En muchos campamentos, los refugiados son en realidad prisioneros, de modo que son doblemente víctimas.
El Comité para Refugiados e Inmigrantes de la ONU lleva años tratando de conseguir alternativas a lo que denomina el almacenamiento de los refugiados. Las alternativas empiezan a asentarse: hoy, ACNUR busca maneras de ayudar a los refugiados fuera de los recintos y les proporciona dinero y servicios. Este método es eficaz, sobre todo, cuando el dinero que se iba a gastar en los campos se da no solo a los refugiados sino también a sus anfitriones, para sufragar los servicios que utilizan aquellos.
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LOS HIJOS DE LOS MICROCRÉDITOS
- Microseguros: Los microcréditos pequeños préstamos ofrecidos a personas pobres sin los avales habituales, que fueron una idea revolucionaria cuando el bangladesí Mohamed Yunus empezó a proponerla hace 38 años- son ya tan mayores que tienen hijos. Y esos derivados prometen ayudar a los pobres de maneras que el crédito, por sí solo, no puede.
Este ha sido el año de los microseguros, que hoy cubren a unos 500 millones de personas con pequeñas pólizas para proteger sus vidas, su salud, sus cosechas y sus vehículos. Los pobres necesitan todavía más seguros que los ricos. Con un seguro, una persona puede asumir riesgos económicos importantes, como mantener a sus hijos escolarizados o plantar toda su tierra, en vez de hacerlo solo en un trozo para ahorrar dinero.
Sin embargo, antes, las compañías de seguros no podían suscribir micropólizas; el coste de emitir un seguro de 20 dólares es el mismo que el de uno de 200.000. Necesitaban métodos baratos para evaluar riesgos y daños, vender pólizas y pagar reclamaciones. Ahora existen esos canales. Por ejemplo, los pequeños agricultores pueden asegurar sus cosechas gracias a los datos localizados sobre el tiempo que suministran los satélites y los observatorios meteorológicos informatizados. Si tienen información sobre las precipitaciones, las compañías no necesitan hacer costosas visitas a las granjas para verificar los daños en la cosecha. Además, pueden vender sus pólizas y hacer sus pagos a través del móvil, gracias a la difusión de la banca por teléfono móvil en África.
- Microfranquicias: El microcrédito proporciona... crédito. Todos los demás elementos que forman un negocio dependen de quien lo pide. Pero no todo el mundo quiere ser empresario y en todas partes es frecuente que haya negocios nuevos que fracasen. Por eso, del microcrédito nació la microfranquicia. ¿Se acuerdan de “Avon llama a su puerta”? La vendedora tiene una microfranquicia, ha pedido un préstamo y le han dado una tienda metida en una caja.
Puede que existan ya unas 2.000 empresas de microfranquicias en los países pobres, entre ellas Fan Milk, con 25.000 vendedores ambulantes que distribuyen en bicicleta helado y zumos en siete países de África Occidental y Ruma, con una red de 100.000 comerciantes callejeros que venden minutos de teléfono móvil en toda Indonesia. Ahora, la microfranquicia está sumiendo un papel distinto: organizaciones nuevas como Living Goods en Uganda ayudan a las personas pobres a poner en marcha negocios de venta de medicamentos, alimentos con suplementos nutricionales o filtros de agua a campesinos que si no, no sabrían o no podrían comprar esos productos. La idea actual con la microfranquicia es convertirla en un canal de distribución sostenible -con una marca conocida, un modelo probado, formación y un inventario comprado a precios de mayorista- para hacer llegar bienes fundamentales a manos de los pobres.
Estas ideas tienen tres hilos en común. Todas ellas traspasan el poder de los donantes a los pobres: permiten que las personas decidan qué quieren comprar con el dinero y que los gobiernos determinen la mejor forma de combatir los problemas sociales. Todas ellas sacan a la luz nuevos recursos: los Estados están encontrando inversores privados dispuestos a subvencionar los programas, disponer de un seguro hace que los escasos bienes de los pobres valgan más y las donaciones que se hacen en efectivo y no en especie estimulan la energía de sus beneficiarios. Por último, todas estas innovaciones son, de una u otra forma, productos financieros. Las desigualdades son tenaces porque las personas que están en la cima de la sociedad rechazan los ataques contra sus excesos. Pero he aquí una idea revolucionaria: tal vez la creatividad financiera pueda empezar, por fin, a ayudar a reducir las desigualdades haciendo que suba la capa que está abajo del todo.
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