El planteo de Beijing se debe a la guerra comercial con Washington. Y tendrá efectos en nuestro país y Brasil.
Cambios. La decisión de China tendrá impacto en el mercado mundial de soja.
La escalada del conflicto entre Estados Unidos y China tiene implicancias de enorme envergadura para la Argentina. Si bien lo que está en juego es mucho más que una escaramuza comercial (se están enfrentando las dos más grandes potencias económicas y sociales en el siglo XXI), uno de los bujes sobre los que gira el diferendo es la soja. Sí, la pobrecita soja, aquel “yuyo” que conoció la luz pública hace diez años, cuando la batalla por las retenciones móviles puso en vilo al país.
Los chinos se han convertido en “sojadependientes”. En el truco del desarrollo económico y social, necesitan anotarse varios millones de toneladas de porotos por año. La soja es originaria de China, pero hace 20 años que su producción está estancada en 15 millones de toneladas, con variedades destinadas al consumo humano directo: tofu (una especie de queso), edamame (que se come como los lupinos), etc.
Pero el boom económico que estalló en el siglo XX provocó un cambio dietario vertiginoso. Pasaron de una dieta cuasi vegana, típica de países pobres, a otra cada vez más rica en proteínas animales. Esto provocó una expansión considerable de la soja, que forma parte sustancial de las raciones que alimentan a todo bicho que camina y va a parar al asador.
Hasta el año 2000, China prácticamente no importaba soja. Desde entonces, su demanda creció a un ritmo de 5 millones de toneladas por año. Los grandes proveedores fueron Estados Unidos y Brasil, hasta alcanzar las 100 millones de toneladas actuales, por un valor de más de 40 mil millones de dólares. Argentina estuvo hasta ahora afuera de este juego, porque aquí hay una enorme capacidad de industrialización, y todo se exporta convertido en harina y aceite. China tiene su propia estructura de “crushing” y prefiere comprar la materia prima (poroto), castigando con derechos de importación a los productos elaborados.
El tercio de las necesidades chinas de soja es satisfecho por la producción de EE.UU. Pero ahora cambia el juego. Trump trabó una serie de productos industriales chinos. China respondió con derechos de importación del 25% para la soja. Los farmers de Iowa –que votaron por el republicano—quedaron fuera de combate. El mercado se partió en dos: la soja norteamericana se vino abajo, y la brasileña subió fuertemente. Brasil emerge como un claro ganador, en especial cuando todo indica que una eventual presidencia de Jair Bolsonaro va a dar un gran impulso al agronegocio sojero.
Para la Argentina, donde la soja significa exportaciones por US$ 20 mil millones anuales, no hay una ventaja clara en este escenario. El abarrotamiento del mercado de EE.UU. y el consecuente bajo precio de la soja, implican un estímulo a la industria procesadora local. Tienen unos márgenes extraordinarios para elaborar harina y aceite, con lo que pueden atacar con ventajas a los clientes tradicionales de la Argentina, en particular Europa. Frente a este panorama, se corre el riesgo de una primarización de las exportaciones argentinas, atendiendo a China con poroto sin procesar.
De todas maneras, el hecho saliente es que la soja, aquel yuyo, cobra una dimensión estratégica que la hace merecedora de mejor trato.
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