La naturaleza del conflicto desatado en el Cáucaso representa un incentivo a la proliferación nuclear, la carrera armamentista y la inestabilidad; todo lo cual podría conducir a una mayor tentación de usar armas atómicas.
La multiplicación de conflictos internacionales obliga a reflexionar sobre la probabilidad de que se recurra al uso de armas nucleares para dirimir las diversas pugnas mundiales cada vez más entrelazadas. En ese sentido, tal vez el impacto de largo plazo más importante que pueda tener el reciente conflicto entre Georgia y Rusia sea el de acelerar el proceso hacia una potencial hecatombe nuclear. Lo ocurrido en esa porción del Cáucaso trasciende lo que a primera vista parecería ser un violento gambito regional.
La multiplicación de conflictos internacionales obliga a reflexionar sobre la probabilidad de que se recurra al uso de armas nucleares para dirimir las diversas pugnas mundiales cada vez más entrelazadas. En ese sentido, tal vez el impacto de largo plazo más importante que pueda tener el reciente conflicto entre Georgia y Rusia sea el de acelerar el proceso hacia una potencial hecatombe nuclear. Lo ocurrido en esa porción del Cáucaso trasciende lo que a primera vista parecería ser un violento gambito regional.
El torpe aventurerismo del presidente de Georgia, Mijail Saakashvili y la desmesurada reacción del presidente de Rusia, Dimitri Medvédev, no expresan la colisión entre un reputado demócrata y un fanático autoritario. Saakashvili actuó autónomamente pero es bueno recordar que hay un contingente militar de 130 efectivos y miles de contratistas de Estados Unidos en Georgia: o falló la inteligencia, o el presidente buscó una intervención de Washington que nunca ocurrió, ni podría haber ocurrido, dada la atención puesta por EE.UU. en Irak. Medvédev -con el doble comando de Vladimir Putin- lanzó un destructor ataque en lo que es la primera operación rusa exitosa en otro país desde que la URSS se retirara de Afganistán.
En breve, la naturaleza de los regímenes políticos poco explica lo sucedido y no justifica la matanza de gente indefensa. Esta fue una nueva guerra en la era del terrorismo: ínfimas bajas militares, abrumadoras muertes de civiles. Las motivaciones geopolíticas en torno al valor del espacio caucásico como epicentro del flujo de hidrocarburos constituyen un factor necesario, pero no suficiente para entender lo sucedido.
El rápido despliegue europeo parece obedecer al temor exagerado de ver interrumpido el suministro de petróleo y gas ruso. Pero quizás, sea la expresión de algo más hondo. Desde el final de la Guerra Fría, Europa no hizo nada distinto frente a Rusia que cercarla y humillarla, en consonancia con la estrategia de Washington para Moscú. Una visión europea alternativa podría ver esta reciente tragedia como una oportunidad para establecer un puente estratégico europeo-ruso.
Una manifestación concreta sería que los miembros europeos de la OTAN congelaran la incorporación de Ucrania a la organización. He ahí una prueba del futuro equilibrio entre Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia. Las consecuencias inmediatas respecto al eventual secesionismo que cunda en la región -siguiendo la Caja de Pandora abierta con la independencia de Kosovo- podrían ser de trascendencia pero quizás sus repercusiones se puedan acotar si Estados Unidos y la Unión Europea dejan de promover la partición como una alternativa cada vez que surja una disputa intra-étnica o intra-religiosa.
Rusia pretende aprovecharse de esa equívoca estrategia para su beneficio: Osetia del Sur y Abjazia difícilmente quedarán en manos de Georgia. Pero lo fundamental de lo acontecido en en Georgia es que acelerará la proliferación nuclear, la carrera armamentista y la inestabilidad en Asia Central y Oriente Medio; todo lo cual podría conducir a una mayor tentación de usar armas nucleares por parte de los Estados. La reacción estadounidense frente a lo ocurrido puede conducir a que Moscú no se sume activamente a una nueva ronda de sanciones respecto al programa nuclear de Irán.
El incremento del despliegue militar de EE.UU. en el Golfo Pérsico y el resurgimiento de la hipótesis de un eventual ataque preventivo de Israel parecen estimular al gobierno iraní a continuar con sus planes de enriquecimiento de uranio. Los malos cálculos a varias bandas podrían llevar a que en los próximos meses se pueda precipitar una crisis en el área. Todo ello, a su vez, no se desliga del creciente deterioro de la situación en Pakistán: donde se combinan fragilidad institucional, terrorismo transnacional y armas nucleares.
Por otro lado, en medio de la confrontación georgiano-rusa, EE.UU. y Polonia apresuraron la firma de un acuerdo para instalar elementos del sistema global antimisiles estadounidense en ese país; algo que Moscú rechaza enfáticamente. La carrera nuclear durante la Guerra Fría se basó en la fabricación y despliegue de armas ofensivas. La convicción de que la respuesta del oponente a un primer ataque sería tan letal que hacía impensable su uso era y es la esencia de la disuasión. Si EE.UU: prosigue con la construcción de un arma defensiva inexpugnable, la disuasión dejará de tener sentido: sólo un actor internacional estará plenamente seguro y tendrá la capacidad de chantajear a cualquier adversario o amigo.
Así, los incentivos para utilizar armamento nuclear antes de que el escudo resulte operativo se incrementarán. Las reverberaciones de lo que acaba de ocurrir en el Cáucaso superan la dimensión de lo que en este momento está en juego. Por ello, no sólo habrá que insistir en que es inmoral atacar a poblaciones civiles desarmadas, sino que es un imperativo urgente iniciar un proceso de desarme global. De no hacerlo, el espectro de un holocausto nuclear ya no debe descartarse.
Fuente: Por Juan Gabriel Tokatlian (*) para Diario Clarín.
*Profesor de Relaciones Internacionales, Universidad de San Andres