lunes, 25 de agosto de 2008

El balance de la actuación argentina

Por lo menos dos lecturas tiene la actuación del deporte argentino con el medallero final de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 cerrado y a la vista.Por un lado sobresale la paridad absoluta con la producción de Atenas, cuando también se cosecharon dos medallas de oro y cuatro de bronce y cuando apenas la misión nacional terminó cuatro lugares más abajo en la clasificación definitiva ya que del 38° puesto pasó al 34°, lo que no significa una modificación demasiado rotunda.

Pero quedarse con estos números sin mirar más allá, sin tratar de observar el futuro, sería una necedad, no ver la realidad propia y tampoco la ajena ya que el mundo deportivo demostró una vez más que crece a pasos agigantadísimos.Por eso el verdadero análisis se tiene que realizar desde el presente y hacia el futuro, observando lo que sucedió en Beijing y apuntándole incluso más allá de 2012 porque, se sabe, la Olimpíada dura cuatro años pero en la formación de un atleta olímpico se consumen ocho, como mínimo.Haciendo un repaso de los resultados y de los podios alcanzados por los deportistas argentinos, en el recuento final no hay mayores sorpresas.


En estos días de la villa Olímpica y leyendo las noticias publicadas por los medios argentinos, hubo una sentencia que molestó a Emanuel Ginóbili. El bahiense leyó una crítica a un atleta en el que se calificó su actuación de fracaso. Y Ginóbili sentenció: "Acá los únicos que podemos fracasar si no alcanzamos una medalla somos el fútbol y nosotros". Justamente dos de los tres deportes profesionales con actuación argentina en el programa de Beijing 2008 (el otro fue el tenis) alcanzaron el podio: fue oro el seleccionado de Sergio Batista y bronce el de Sergio Hernández.

Pero también llegaron a la medalla un equipo y dos duplas que si bien tienen una raíz amateur, con los años alcanzaron una preparación profesional gracias al aporte estatal y privado. Entonces se pudieron celebrar el oro de Juan Curuchet y Walter Pérez en la prueba americana y los bronces de Santiago Lange y Carlos Espínola en la clase Tornado y de Las Leonas en hockey.En el otro extremo del resumen quedó la judoca Paula Pareto, un símbolo de que el corazón y el alma del atleta argentino siempre funciona más allá de cualquier ayuda externa.

¿Y las decepciones? Las hubo, seguramente. Porque —sin hablar de medallas, claro— se esperaba más del atletismo y de la natación, por ejemplo, cuya mayoría de representantes ni siquiera llegó a su marca mínima y confirmaron la regla de que la marca B no sirve para venir a los Juegos Olímpicos a ver qué pasa. Y también se aguardaba mejores rendimientos de los tenistas, aunque su presente en los circuitos y cuadros extremadamente duros para esas actualidades no dieron lugar a una gran ilusión.

Mientras, los representantes del beach volley, la equitación, la esgrima, el fútbol femenino, las pesas, el boxeo, el canotaje y el tenis de mesa llegaron a Beijing sin ninguna expectativa (hay un error de quienes envían a esos atletas más allá de la justificación por clasificaciones ganadas en buena ley) y se fueron golpeados en varios casos por una realidad para algunos desconocida. Y del otro lado la ciclista María Gabriela Díaz, la taekwondista Vanina Sánchez Berón y el velista Julio Alsogaray obtuvieron un diploma olímpico al quedar entre los ocho mejores de sus respectivas pruebas.

¿Y Santiago Fernández? Lo del remero merece un párrafo aparte. Finalista en Atenas, había completado una preparación impecable desde lo físico y lo técnico. Pero no explotó en su prueba y se quedó sin respuestas. El suyo es un caso que sirve para trasladar a muchos otros atletas argentinos quienes muchas veces dan la sensación de:
a) no pueden cumplir la puesta a punto ideal y
b) son absorbidos por la presión agobiante de la máxima competencia.

Argentina necesita y debe encarar un tipo de planificación deportiva en la que el Estado no sólo cubra el 80 por ciento del presupuesto de la mayoría de las federaciones nacionales. También tendrá que intervenir cada vez más y en forma más consistente para ayudar a mejorar capacidades organizativas y técnicas en varias disciplinas que no cuentan con otra estrategia de acción que la que provee el surgimiento casual y espontáneo de algún talento. Y como si todo ello fuera poco además necesita consolidar el deporte social y encontrar el hueco para ubicar a diferentes deportes en la escuela secundaria y que la alternativa no gire solamente alrededor del fútbol, el hockey sobre césped, el rugby, el vóleibol o el handball en los colegios privados.

Beijing 2008 ratificó que las medallas no abundan en el deporte argentino, pero esa no debe ser la cuestión. El nudo del tema no es salir primero, segundo o tercero. La historia pasa por las necesidades del atleta argentino de tener el respaldo de una política deportiva que se planifique y respete por, como mínimo, 20 años, y un apoyo privado y público largoplacista. Sólo así habrá más alegrías y menos frustraciones

Fuente: Por Mariano Ryan para Diario Clarín
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