jueves, 17 de octubre de 2013

La negación como política de Estado

(Editorial del Diario La Nación) - Es de esperar que cuando la Presidenta reasuma sus funciones reconozca los problemas del país que hasta ahora ha venido soslayando

http://4.bp.blogspot.com/-Gz4KTFJG9AM/UW7TpvSUSPI/AAAAAAAAAPk/cN-N0MFedMk/s320/politios-al-borde-del-precipicio.jpgEs gratificante contemplar que nuestra Presidenta ya se encuentra en la residencia de Olivos tras la exitosa intervención quirúrgica a la que fue sometida por un hematoma craneal. Es de esperar que este período de recuperación sea también un tiempo de reflexión , que permita en primer lugar el reconocimiento de los muchos problemas que aquejan a la Argentina.

Asistimos con preocupación a la degradación de la base misma de la República. La política, en su acepción más oscura, se infiltró en todos los vericuetos de la sociedad, irradiando un ejemplo nocivo desde lo más alto. A lo largo de una década contemplamos con asombro cómo se desactivaron los organismos de control, se atropelló a los demás poderes, se cooptaron entidades de prestigio y se compraron voluntades por doquier. De alguna manera, la política contaminó todo el escenario, cambiando las reglas de juego y asfixiando a la actividad privada y a aquellos que se resistieron a alinearse.

Por otro lado, la imprevisibilidad y la arbitrariedad como exponentes omnipresentes del modelo desalentaron la necesaria inversión para el desarrollo del país. También se avanzó en acciones groseras e indefendibles desde el sentido común, y hubo piruetas ideológicas de todo tipo, siempre subordinadas a un proyecto de poder indisimulable.

Los discursos oficiales cargados de prepotencia y cinismo, y los silencios que aturden ante gravísimos hechos de corrupción fueron minando la credibilidad de una sociedad asqueada de tanta mentira. Basta con repasar las distintas estadísticas oficiales, como las del Indec, para percibir una vergonzosa contradicción con la realidad que debe afrontar cada día la ciudadanía. Que los graves problemas de la sociedad, como la inflación y la inseguridad, sean ignorados olímpicamente produce hastío.

La pérdida de confianza y de credibilidad en los gobernantes es una consecuencia lógica de la sinrazón, del anacronismo habitual y de un maniqueísmo enfermo que sólo visualiza complejas temáticas en blanco o negro.

Si los ciudadanos no creen en los discursos oficiales y desconfían de sus intenciones, todo plan de gobierno carece de una mínima base de sustentación que permita una exitosa puesta en práctica.

Las palabras de nuestra Presidenta, vertidas en amables conversaciones con distintos interlocutores y nunca en entrevistas periodísticas profesionales y rigurosas como exige su cargo, desnudan una vez más la manipulación de la ciudadanía. Es de una gravedad inusitada que la primera mandataria haya negado directamente la existencia de la inflación o del cepo cambiario, como lo ha hecho en reiteradas ocasiones en foros locales e internacionales. No sólo la jefa del Estado no ha puesto en tela de juicio la causa de esos problemas, su magnitud o posible solución, sino tampoco su entidad misma.

Si la persona que acumula el mayor poder desde el regreso de la democracia y que conduce el país con un verticalismo extremo ignora lo evidente, estamos ante una grave situación republicana.
Sin duda, nos gustaría afirmar que se trata de una declaración aislada la de la Presidenta, pero es un triste episodio que, como dijimos, se repite en muchas de sus apariciones públicas.

La negación como política de Estado está generando un clima creciente de indignación. Así, por ejemplo, negar la existencia del cepo cambiario utilizando el argumento de que la gente viaja al exterior -"Me encontré con muchos argentinos en Nueva York", dijo Cristina Kirchner públicamente más de una vez- es de un infantilismo insólito que lo único que hace es seguir destruyendo el valor de la palabra presidencial y su autoridad como conductora del país.

Lo mismo sucede con la afirmación de que "el país estallaría en pedazos si la inflación fuera del 25 por ciento", como mide el sector privado y avala la oposición en el Congreso. Esa aseveración profundiza la pérdida de respeto por el interlocutor y vacía de contenido todo el discurso de quien la emite. Adormecida la ciudadanía por la cantidad y frecuencia de las declaraciones desopilantes, parecería que cuesta dimensionar la magnitud del despropósito, y que quizá sea en un futuro cuando se juzgue todo ello con la severidad que se merece.

Sin confianza y sin credibilidad en quienes toman las decisiones, el futuro del país se presenta incierto y sombrío.

Los daños autoinfligidos por una gestión corrupta e ineficiente nos impiden, una vez más, aprovechar las inmejorables condiciones que ofrece esta región del mundo. Inversiones de miles de millones de dólares, ávidas de aterrizar en esta parte de América, esquivan a un país con un enorme potencial, pero empecinado en dilapidar oportunidades históricas. La mayor pobreza, la disminución de la actividad comercial y la falta de empleo serán sólo algunas de las nefastas consecuencias que ya se vislumbran.

Por eso, hoy más que nunca es necesario detener la marcha, analizar lo sucedido y enmendar todo aquello que haga falta. Con humildad, sin reacciones extemporáneas, caprichos ni agravios.

Sólo avanzando en sinceridad, en razonabilidad y en coherencia volverán la confianza y la credibilidad perdidas de la ciudadanía. Estos presupuestos resultan necesarios para afrontar de la mejor manera los dos años que restan del mandato presidencial, hasta que en 2015 un nuevo gobierno tenga la responsabilidad de conducir los destinos de nuestro querido país..

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