Por Hugo Luis Biolcati - LA NACION (*)
"La riqueza no reside en el suelo ni en el clima. El territorio de la riqueza es el hombre mismo", decía Juan Bautista Alberdi. La influencia de la educación sobre la calidad de vida de una sociedad es decisiva: no sólo sobre la formación de las personas, sobre su capacidad para conseguir empleos de calidad y de llevar adelante emprendimientos innovadores, sino también sobre la cultura ciudadana que contribuya al mejor funcionamiento del sistema democrático, de la salud y de la seguridad de las personas.
La educación es la base mínima, el punto de partida de cualquier proyecto de nación, es la apuesta más segura y la política más eficaz para el desarrollo y la movilidad social. Es, en definitiva, la mejor inversión en el mercado global, así como la capacitación en un mundo en el que los cambios tecnológicos tienen ciclos cada vez más cortos. Esta dinámica desafía a los profesionales de todas las actividades a actualizarse en forma continua.
La Argentina es un país bendecido por sus recursos naturales. Pero la producción agropecuaria, a la que tanto se la tilda de primaria, tiene hoy una fenomenal incorporación de tecnología que le permite ser uno de los sectores más pujantes de la economía argentina. Esto se puede comprobar en la investigación que incorpora cada semilla y en la calidad de los insumos utilizados en el proceso productivo. Entre ellos, se destaca la maquinaria agrícola.
Por eso, nuestro compromiso es hacer conocer el esfuerzo y los innumerables puestos de trabajo que hay detrás de cada una de las producciones del campo, especialmente a quienes siguen insistiendo que trabajar en el agro es únicamente sembrar una semilla y esperar que crezca, sin entender que la innovación, la investigación y la profesionalización constante están hoy plenamente incorporados a los procesos de producción de las agroindustrias.
Es también nuestra responsabilidad que las nuevas generaciones puedan acceder a esos conocimientos, porque necesitamos aumentar su capacidad de generar información e innovación y estimular a que crezca el número de hombres y mujeres emprendedores para sacar al país adelante y terminar con el hambre y la desnutrición.
La Sociedad Rural Argentina tiene una larga experiencia y tradición en educación. Estas datan del año 1870, cuando se fundó la primera escuela agrícola. Esa tradición continúa hasta el día de hoy con el Instituto Superior de Enseñanza Agropecuaria (ISEA), en el que se dictan carreras cortas de especial interés para el sector como la de Administrador Rural y otras afines a la actividad, y con el colegio agropecuario de Realicó, en la provincia de La Pampa, que cumple 40 años. Allí viven más de 140 alumnos de los cuales casi un 30 por ciento se encuentran becados. Los estudiantes provienen de todos los rincones del país y el 80 por ciento de ellos vive en el mismo establecimiento.
En febrero pasado se cumplieron 200 años del nacimiento de Domingo Faustino Sarmiento, que vio en la educación el eje del progreso del país y que logró que la oportunidad que ofrecía a la Argentina en ese entonces la demanda mundial, comparable a la actual, se transformara no en una prosperidad efímera sino en la base de un país con auténtica movilidad social que por varias décadas lo fuimos. Esperemos que aquellos valores de progreso y educación prosperen nuevamente en nuestro país para ofrecer mejores oportunidades de desarrollo a todos los argentinos.
(*) El autor es presidente de la Sociedad Rural Argentina
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