Por Noelia Fraguela | Silvio Santamarina (Noticias) - El derrumbe de 1980 nunca fue reparado en serio.
La sede de la Fuerza Aérea tiene fallas estructurales que evocan el desmoronamiento de 1980, con 17 muertos. El brigadier general Callejo no quiere preocupar al ministro Rossi, en año electoral.
Era lógico. Hasta hace unos días, antes de la ola de “baños de humildad” ordenado por la Presidenta, el ministro de Defensa, Agustín Rossi, estaba enfrascado en su precampaña presidencial, y no podía tomar conciencia del estado de alarma que aqueja a los más de 1.500 empleados del Edificio Cóndor, la megadependencia de la Fuerza Aérea que en 1980 se derrumbó parcialmente y dejó 17 muertos y decenas de heridos graves. Por eso, cuando NOTICIAS le consultó al ministro sobre la peligrosidad del estado actual del edificio, contestó –a través de su secretaria de prensa– que aunque reconoce que es necesario hacer algunos arreglos, tiene entendido que “no existe ningún tipo de riesgo de desmoronamiento y que el personal no corre peligro”. Sin embargo, los documentos a los que accedió en exclusiva esta revista desmienten tanta tranquilidad ministerial.
La primera evidencia escrita de la magnitud del problema es el Informe Preliminar de Confiabilidad Estructural del Edificio Cóndor, firmado en marzo del 2014 por el Comodoro Daniel Taras, ingeniero civil y jefe del Departamento Técnico de Patrimonio de la Aeronáutica. En el escrito de Taras (elevado al director de Infraestructura) se advierte que las obras de reparación que se realizaron tras el derrumbe de 1980 fueron limitadas al sector dañado, “no habiéndose estudiado la estructura integralmente”. Interpretando el “análisis de Patologías Estructurales” encargado por licitación al ingeniero civil Jorge Carlos Fontán Balestra, el comodoro Taras concluye que “múltiples columnas presentan una situación similar a las colapsadas en 1980, con tensiones en el material que alcanzan valores próximos a la tensión de rotura”.
Por si no quedara claro, Taras asegura que “el Edificio presenta una situación que no satisface los valores conforme a normas constructivas, que permitan garantizar su seguridad estructural”, y alerta acerca de “una probabilidad de falla sumamente elevada”. Para evitar un desastre como el ocurrido en diciembre de 1980, considera “imprescindible la ejecución de obras de refuerzo estructural”, para las cuales “sería deseable afrontar las reparaciones con el Edificio desocupado, con una proyección de ocupación temporal de ejecución de obra entre 6 y 8 meses”. Taras estimaba el costo de la reparación –el año pasado– en 80 millones de pesos, lo cual considera aceptable, teniendo en cuenta que construir otro Cóndor saldría, según sus cálculos, diez veces más.
A pesar de la contundencia del informe técnico de Taras, un año más tarde, en marzo de 2015, el director de Infraestructura, comodoro Horacio Vallecillo, eleva a la jefatura general de la Fuerza su propia recomendación de obras de refuerzo, aunque afirma sin dudar que la observación de deformaciones “no representa riesgo alguno”, considerando el mismo análisis del Estudio Fontán Balestra. ¿Cómo puede haber tal diferencia de criterios técnicos dentro de la misma institución, en un caso con antecedentes tan trágicos?
En este punto, los documentos explican menos que los comentarios que circulan en los pasillos del edificio dañado. Se dice entre los empleados que el informe de Vallecillo obedece militarmente la línea política del jefe de la Fuerza, brigadier mayor Mario Callejo, quien desde hace dos años comanda la Aeronáutica y quiere mostrar su gratitud cada vez que puede, tratando de no llevarle problemas al ministro Rossi, mucho menos durante la cuenta regresiva electoral. De hecho, ante la consulta formal de NOTICIAS, desde su Secretaría General contestaron con un comunicado que “los organismos alojados en el edificio se encuentran informados sobre el tema y desarrollan sus actividades de manera normal”.
Es cierto que en el Cóndor ahora están informados de la situación: el pasado 7 de mayo se pegó en las paredes una “Orden del Día” instando a aliviar el peso que soporta el Edificio, al extremo de “Evitar concentración de personal en la totalidad del Edificio, por ejemplo utilización del Microcine y/o salones de concurrencia masiva en ocupación plena”. ¿Será una “manera normal” de trabajar? Quizá sí, en un país donde ya es normal cualquier cosa
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