Por Daniel Gallo | LA NACION
Las Fuerzas Armadas carecen de la capacidad bélica que le atribuye el gobierno británico
La base militar Mount Pleasant, en las islas Malvinas. Foto: EFE
En un escenario de guerra insular, el bando atacante debe asegurarse de entrada el dominio del mar y del aire. En una hipótesis de esa característica, la Argentina tiene hoy la capacidad de proyectar una fuerza de ocupación sólo hasta la isla Martín García...
En concreto, nuestro país no puede siquiera llegar con militares equipados para el combate a las islas Malvinas. Eso más allá de cualquier deseo o fantasía de política doméstica. Los 650 kilómetros hacia las islas Malvinas representan una barrera infranqueable. No hay buques de desembarco ni barcos de transporte de tropas. Ni siquiera está en servicio el rompehielos Almirante Irízar como para ser usado como plataforma de logística militar, como en 1982. Esa sola situación táctica elimina cualquier otra posibilidad.
Podrá argumentarse que la Argentina tiene decidida la compra de cuatro barcos polares a Rusia. Los problemas de abastecimiento de las bases antárticas fueron evidentes hace un par de años. El alquiler permanente de dos buques rusos para las campañas de entrega de suministros en la Antártida llevaron a la conclusión de que se gastaría menos con la adquisición de barcos similares. Y en caso de completarse ese contrato, esos buques llegarán con otro gobierno en el poder.
Algo similar pasa con la demorada compra de aviones de combate. Los Mirage no sólo no pueden combatir, sino que tienen prohibido el vuelo en días nublados por reiterados problemas en su instrumental. Y la cantidad de misiles aire-aire de los A4 alcanzarían para una sola misión de cobertura aérea. La Argentina negocia la compra de un escuadrón -18 aviones, contándose los biplazas de entrenamiento y un par para canibalizar para repuestos- y ése será en dos o tres años el núcleo operativo de la Fuerza Aérea. En la guerra de 1982, se contaba con más de 120 aviones de combate de primera línea.
La Armada entonces también era una orgullosa unidad de ataque. Podía proyectar el poder naval con la presencia de un portaaviones y varias unidades de superficie que conformaban un apreciable grupo de combate.
El 1° de mayo de 1982 estuvo a minutos de medirse con la flota británica. Era la operación Banzai, en la cual las entonces nuevas corbetas aprovecharían su velocidad para meterse por el flanco británico y lanzar dos docenas de misiles Exocet. Minutos después llegaría una oleada de aviones A4Q con seis bombas de 500 kg cada uno. Luego aparecerían los Super Etendard y sus Exocet. La falta de viento demoró el despegue de los cazabombarderos embarcados y ese combate aeronaval fue anulado. Quienes estaban a punto de participar de esa operación analizaron que el posible resultado hubiese sido la destrucción mutua de las flotas.
Hoy la realidad es diferente. Hasta hace poco, los buques argentinos practicaban tiro con munición vencida de los años 50. No hay portaaviones y los vehículos anfibios de Infantería de Marina -vitales en el 2 de abril- no están disponibles, aunque se tuviese con qué llevarlos a las islas. El destructor Hércules fue reconvertido en un transporte rápido para no más de 150 infantes, y su par Santísima Trinidad se hundió amarrado en el muelle... Sin esas dos unidades navales, tampoco se tiene disponible cobertura antiaérea.
Y en las islas Malvinas los modernos Typhoon aseguran el control del aire. Durante el gobierno kirchnerista, una corbeta argentina persiguió a un pesquero chino en infracción hasta dentro del perímetro de defensa delimitado por los británicos. Un Typhoon interceptó al buque argentino, que informó de la situación y avisó que dispararía sobre el pesquero que escapaba. El piloto británico movió sus alas en saludo y se despidió con un "buena cacería". Un caso que ejemplifica que ambos lados, pese a la retórica, evitan incidentes..
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miércoles, 25 de marzo de 2015
La Argentina enfrenta limitaciones hasta para transportar efectivos al archipiélago
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