Por Bradley Burston - Haaretz
Una guerra le dice a un pueblo cosas terribles sobre sí mismo. Por eso es tan difícil escuchar. Estuvimos decididos a evitar una interpretación honesta de la primera guerra de Gaza. Ahora, en aguas internacionales y tras haber abierto fuego contra un grupo de activistas humanitarios, estamos perdiendo la segunda. Para Israel, finalmente, esta segunda guerra de Gaza podría ser mucho más costosa y dolorosa que la primera.
Al iniciar la guerra contra Gaza a fines de 2008, los militares y líderes políticos israelíes esperaban darle una lección a Hamas. Lo consiguieron. Hamas aprendió que la mejor manera de luchar contra Israel es dejar que Israel haga lo que ha empezado a hacer: bravuconear, cometer errores garrafales, andarse con evasivas y enfurecerse. Hamas, y también Irán y Hezbollah, aprendieron rápido que el embargo de Israel impuesto a Gaza es el arma más sofisticada y poderosa que pueden apuntar contra el Estado judío. En Israel aún debemos aprender la lección: ya no estamos defendiendo a Israel. Ahora estamos defendiendo el bloqueo. Y el bloqueo se está convirtiendo en el Vietnam de Israel.
Por supuesto, sabíamos que esto podía ocurrir. El domingo, cuando el vocero del ejército empezó a hablar de la flota humanitaria que se dirigía a Gaza, el legislador Nahman Shai, vocero militar durante la Guerra del Golfo, habló públicamente sobre la peor de sus pesadillas: una operación en la que soldados israelíes terminen abriendo fuego contra activistas de paz, trabajadores de ayuda humanitaria y premios Nobel.
Quizá resulte más ominoso todavía el hecho de que nos hemos acercado peligrosamente a declarar la guerra contra Turquía, un poder regional de crucial importancia. "Este será un gran incidente, desde luego, con los turcos", dijo Benjamin Ben Eliezer, el ministro con mayor sensibilidad en lo que se refiere a los vínculos con el mundo musulmán. Explicamos, una y otra vez, que no estamos en guerra con el pueblo de Gaza. Lo repetimos una y otra vez porque nosotros mismos necesitamos creerlo, y porque, en nuestro fuero interno, no lo creemos.
Hubo una época en la que podíamos decir que sólo llegábamos a saber quiénes éramos en tiempos de guerra. Ya no. Ahora no sabemos nada. Y ése es otro de los problemas de no entablar conversaciones con Hamas y con Irán: que ellos nos conocen mucho mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos. Hamas e Irán han llegado a conocer y a beneficiarse de la toxicidad de la política nacional israelí, demasiado dispuesta a hipotecar el futuro en nombre de una aparente calma momentánea. Saben que, en nuestra desesperación por proteger nuestra propia imagen, evitaremos modificar políticas que han ayudado a nuestros enemigos, en particular a Hamas, a la que el bloqueo de Gaza ha enriquecido gracias a los impuestos de tránsito y afianzado por la rabia contra Israel.
Debemos decir que muchos miembros de la derecha sentirán satisfacción ante el rechazo generalizado contra nosotros. "Se lo dijimos", empezarán a cacarear. "El mundo nos odia, hagamos lo que hagamos. Así que lo mejor que podemos hacer es seguir construyendo (léase: "Seguir estableciendo asentamientos en Cisjordania y Jerusalén oriental") y defendiendo nuestras fronteras (léase: "Fortalecer a Hamas y en última instancia perjudicarnos negándonos a levantar el embargo de Gaza).
Hamas, Irán y la derecha dura israelí saben, sin duda, que ésta es una prueba de gran importancia para Benjamin Netanyahu. Decidido a lograr que el mundo preste atención a Irán y a la amenaza que significa para el pueblo de Israel, Netanyahu debe reconocer que ahora el mundo centra toda su atención en Israel y en la amenaza que significa para el pueblo de Gaza.
© Haaretz
Traducción de Mirta Rosenberg
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