Editorial - Diario La Nación
Ninguna de las pequeñeces políticas de los últimos días, ninguna desazón, contrariedad o humillación contra los valores esenciales de la nacionalidad y de las instituciones que la expresan pueden ser hoy más fuertes que la voluntad de festejar el destino compartido por generaciones de hombres y mujeres a lo largo de 200 años.
El más encendido y auténtico homenaje a quienes fundaron la patria es vencer los sentimientos que ahogarían en la frustración y la vergüenza esta jornada. Tenemos que luchar contra esos sentimientos como los patriotas de Mayo lucharon con determinación, coraje y confianza por el cierre de un ciclo colonial que llegaba a su fin.
No es el de hoy un día de balances negativos. No es el momento de revistar los fracasos que rezagaron al país desde la posición de octava potencia mundial, durante el Centenario, hasta la medrosa ubicación en el puesto 57° que le asignan los estudios comparativos de la situación nacional en relación con las otras naciones. Tampoco es el momento de lamentar que la Argentina haya acelerado en los últimos años su degradación moral y política. No es día para conformar un catálogo de los testimonios diarios de vejación de amplios sectores de la población por la exclusión, debida a condiciones paupérrimas de vida, a la inseguridad física y jurídica que afecta a todos y a la dependencia de dádivas gubernamentales que convierten a muchos otros en prisioneros de quienes, en lugar de servir, se han adueñado, como patrimonio faccioso, de los recursos fiscales provistos por el silencioso esfuerzo ciudadano.
Es, por el contrario, el momento de celebrar que la Nación, por encima de todos sus pesares, ha preservado su integridad después de la hora fundadora. Ha sufrido desde entonces males de diverso carácter, pero sin secesiones, porque sus hijos se han sentido desde siempre originarios de ella y porque los padres de la Constitución nacional así lo hicieron sentir también a todos los hombres de buena voluntad que quisieron venir a habitar el suelo argentino. Hoy es el día en que debemos reafirmar la voluntad de compartir un destino de grandeza para nosotros y nuestra posteridad, comenzando por los hijos y los nietos. Hoy, como nunca, no puede haber lugar a desfallecimientos, sino al juramento de luchar día tras día, asumiendo el compromiso que alcance a las fuerzas de cada uno, por el bien común de los compatriotas y la dignidad de la Nación ante sí y ante el mundo.
Es el día de mirarnos en el espejo de quienes forjaron la nacionalidad y de ratificar la voluntad de emular a quienes legaron en el país los más elocuentes ejemplos de sacrificio, de caridad, de reflexión, de perseverancia en la consecución de elevados objetivos a través del estudio y el trabajo, y han sido fieles a la solidaridad social activa que se impone en las conciencias de verdad templadas. Como nunca, es éste el momento de hacerlo. Esa lucha merece ser vivida. Ha de ser un propósito que tonificará los ánimos frente a situaciones de indignidad que asombran y acongojan, pero que imponen la decisión práctica de asegurarnos que alguna vez quedarán superadas las ignominias del pasado y cicatrizadas las heridas. Será como una experiencia fosilizada de que el destino está en nuestras manos y que mal podemos quejarnos si dejamos su resolución, por comodidad o pusilanimidad, en las de otros.
Este 25 de mayo de 2010 es un nuevo día de esperanza en las fuerzas que hicieron posible esta nación. Son fuerzas que están intactas en los millones de hombres y mujeres que, en las ciudades y los campos, en las fábricas y los centros de investigación, en la actividad comercial y de servicios, en la órbita pública y la esfera privada, transmiten a diario muestras elocuentes de laboriosidad, de creatividad y de un empuje digno de seguir. Son los soldados de la paz y del trabajo cuya marcha dificultan, pero no anulan, los personeros de la violencia, la desidia, la arrogancia absurda y hasta el odio inhumano volcado hasta contra la historia misma del país.
En este Bicentenario no puede haber más pasión dominante que la del reencuentro de los argentinos en su totalidad a fin de reencauzar, con la participación general, la marcha por la senda que otorgó al país horas más gloriosas que ésta. En esa cruzada no hay lugar para especulaciones políticas de ninguna clase ni para imaginar que la cultura nacional puede ser patrimonio de un sector. Queda hecho el llamado a tomar sin exclusiones posición en la gran convocatoria nacional y abierta la esperanza de que lograr una Argentina mejor, con instituciones cada vez más sólidas, es posible. Será parte del triunfo de la tolerancia y la convivencia fructífera.
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