Editorial del diario La Nación.
No pueden engañar a nadie los cambios forzados hacia el pragmatismo que hacen los gobiernos populistas, pues carecen de convicción ideológica
Un reciente y punzante editorial del Financial Times, titulado "Los rebeldes latinoamericanos giran hacia el pragmatismo", nos alienta, por su impactante contenido, a hacer algunas reflexiones, porque refleja la repentina ola de pragmatismo que parece estar afectando al perverso populismo latinoamericano y que está generando los primeros cambios de estrategias económicas que, hasta no hace mucho, parecían impensables.
Un ejemplo puede estar dado por la devaluación del peso argentino producida en enero del año pasado, llevada a cabo pese a que la presidenta Cristina Kirchner había asegurado poco tiempo antes que su gobierno no iba a devaluar nunca. Más recientemente, el ministro de Economía, Axel Kicillof, dio señales de preocupación por la posibilidad de que negociaciones salariales imprudentes pudiesen alimentar la inflación y forzó a gremios y cámaras empresariales a moderar los aumentos, a contrapelo de la bandera de "paritarias libres" de la que se jactaba el Gobierno.
Otra señal la configura el inicio del regreso de Ecuador a los mercados internacionales de crédito, esto es, a pedir préstamos a quienes en su momento defaulteó. El gobierno argentino también pretende volver a la colocación de bonos en dólares, contrariando su política de "desendeudamiento" que intentó mitificar: así, el Estado nacional pudo obtener algo de financiamiento para paliar su descomunal déficit fiscal, aunque a tasas del orden del 9%, equivalentes a alrededor del doble del promedio de aquellas a las que se endeudaron Chile, Uruguay y Paraguay. Hasta la destrozada Venezuela está abriendo su sector cambiario, para ir dejando atrás los "cepos" que tanto daño hicieron a su economía y tantas privaciones generaron.
Para el prestigioso medio europeo mencionado, el aparente cambio de rumbo de la Argentina, Ecuador y Venezuela es una experiencia fascinante para observar, en tanto divierte ver a sus líderes comerse sus propias palabras, además de ser un síntoma de un costoso error histórico por el que los ciudadanos de esos tres países pagarán seguramente un altísimo precio. El cambio de rumbo sucede después de haber vuelto buena parte de nuestra región a la perimida y falsa retórica propia de los años 70, demonizando al llamado "neoliberalismo".
Cuando hubo "viento de cola", el populismo no tuvo límites en transitar los andariveles de la imprudencia. El ruido reemplazó a la racionalidad y la ortodoxia fue objeto constante de denuestos. Los opositores fueron demonizados; la disidencia, despreciada; las sociedades, divididas, y los odios y resentimientos, alentados. Esto, y no otra cosa, es lo que ocurrió en la triste década pasada en los países víctimas del populismo demagógico. Hoy aquel viento a favor está amainando. Intimidar y denostar es un estilo de gobierno que ya no sirve para gobernar e intentar controlarlo todo ya no es sencillo. Por la situación de las economías populistas, ahora hay que saber y hacer, aceptar y mostrar la verdad, en lugar de declamar, engañar o defraudar falseando cifras.
¿Cuánto de real tiene la aparente "conversión" del populismo?, se pregunta el Financial Times. Nada. Se trata de un presunto cambio de rumbo sin convicción ideológica, forzado por circunstancias a las cuales nos han conducido los mismos gobiernos populistas. Es el resultado de una inflación galopante; de reservas deterioradas y sólo disimuladas por los swaps chinos y por crecientes atrasos en los pagos a los importadores, en el caso argentino; de la falta de inversiones y de una situación cada vez más recesiva.
Según el relato oficial, la culpa siempre es del otro. Pero no son los "fascistas" ni los "neoliberales" los responsables de esos fracasos. Tampoco son éstos la consecuencia de un mundo que se nos cayó encima, como suele explicar la Presidenta. Son, por el contrario, las caprichosas políticas populistas y su absoluta irracionalidad, a la luz de las cuales la corrupción ha florecido, las que han provocado los actuales desaguisados. El origen de los males está en los propios gobiernos populistas y en la fiebre inagotable de sus grotescos líderes por tratar de perpetuarse lo más posible en el poder.
Las razones del fracaso del populismo deben buscarse en torno a su total desmanejo de la economía, evidenciado en los distorsionadores controles de precios, en la afectación de los flujos tradicionales de exportación, en apuestas irracionales al consumo, en el dirigismo intervencionista que ha llenado de toda suerte de trabas y obstáculos a la actividad económica en general, alimentando el desorbitado crecimiento del sector público y resintiendo claramente la productividad del sector privado, al que además se asfixia con presiones impositivas.
El populismo es un sistema derivado de una filosofía según la cual la asignación de beneficios económicos es el factor determinante de las lealtades políticas. Así, a algunos hombres de empresa les resulta más importante la capacidad para cortejar al poder político y convertirse en experto en regulaciones del sector público, que la competencia y el conocimiento de los mercados. Y con gobiernos, como el argentino, que sostienen públicamente que hay que agrandar aún más el Estado para desarrollar los mercados, no hay posibilidad de inversiones productivas genuinas.
No habrá revolución pragmática mientras el poder central se siga asegurando lealtades de gobernadores con las autorizaciones del Estado nacional para obtener financiamiento a través de bonos y letras; mientras persista el discrecional otorgamiento de fondos de la Nación para obras públicas en municipios, y se busque presionar a los jueces. Los cambios forzados por los mismos pilotos que nos han condenado a las ruinas del populismo no pueden engañar a nadie
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