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martes, 28 de septiembre de 2010
El riesgo, sólo en la mala aplicación
Por Hugo Luis Biolcati para LA NACION
El autor es presidente de la Sociedad Rural Argentina.
No hay agroquimicos seguros, sino formas seguras de utilizarlos.
Recientemente se ha reavivado la polémica acerca del uso del glifosato, un herbicida que ha sido una de las claves en el desarrollo de la agricultura argentina, de la implantación de la soja genéticamente modificada y que está asociado a la siembra directa y a una mayor conservación de los suelos.
El uso de la soja GM o RR, y la introducción del glifosato se relacionan con un mayor cuidado de la tierra. Antes de su introducción, se aplicaba el laboreo del suelo y se usaban agroquímicos, algunos de alto impacto y de gran toxicidad que hoy pudieron ser reemplazados. La labranza cero o siembra directa implicó un avance en la conservación de los suelos y una mayor sustentabilidad de los planteos agrícolas, contribuyendo también a la reducción de las emanaciones de carbono y a la reducción del calentamiento global.
La Organización Mundial de la Salud clasifica el glifosato de acuerdo a su peligrosidad como de clase IV, "poco probable que presente peligro en condiciones de uso normal", y el valor del coeficiente de impacto ambiental (EIQ, por sus siglas en inglés) del herbicida ocupa el lugar 110 dentro de una lista de 130 productos analizados, lo que indica que tiene un bajo impacto ambiental.
Claro que, como puntualizó el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación, Lino Barañao, "toda tecnología tiene consecuencias negativas potenciales, la electricidad, el automóvil, y sin embargo a nadie se le ocurre o no aparecen artículos en los medios pidiendo la abolición del automóvil o del servicio eléctrico y quien conduce un automóvil tiene un beneficio y asume un riesgo concreto".
En el caso del glifosato, el beneficio no se encuentra sólo en la mejora de la productividad y en una mayor simpleza del sistema productivo, sino también en su bajo nivel de toxicidad y en el gran aumento de la producción agroalimentaria argentina, y su consecuente generación de más desarrollo y empleo federal, así como de un mayor ingreso de divisas. A la vez, uno de sus riesgos está en su mala aplicación. En este sentido, no hay agroquímicos seguros sino formas seguras de utilizarlos, por lo que la capacitación resulta clave para un manejo eficiente y responsable del herbicida.
De no existir el glifosato, tendríamos que volver a sistemas de labranzas tradicionales y con el uso de agroquímicos más tóxicos y labores agresivas para el medio ambiente y el suelo. Si hiciéramos sólo agricultura orgánica, deberíamos desmalezar a mano o con azadas.
Campaña tras campaña, el productor argentino realiza una importante apuesta incorporando cada vez más tecnología, lo que permitió transformar el modelo productivo con una relación más amigable con el medio ambiente. Hoy, el productor argentino cuenta con una oportunidad única para producir carne y granos en un sistema equilibrado, pero tiene a la vez la responsabilidad de hacer producir su tierra y de preservarla para las generaciones futuras.
Sin dudas, la intervención de los mercados, la falta de mercados a futuro y de una transparente formación de precios, así como los ataques injustificados a los avances tecnológicos atentan contra una mayor productividad agropecuaria y contra las oportunidades mundiales. Tenemos capacidad para producir alimentos para 300 millones de personas. Nos basta con un marco normativo estable, reglas de juego claras y previsibilidad.
Es nuestro compromiso y nuestro desafío, de cara a esta nueva centuria que comienza, volver a posicionar a la Argentina entre los principales países productores del mundo. Pero ese debe ser también el desafío y el compromiso del Estado, así como del resto de los poderes de la República.
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