Una disputa larvada
pero decidida entre el Papa y el gobierno kirchnerista se libra semana a
semana en la mente de los argentinos. Cada vez que Francisco lanza un mensaje político
de carácter universal, sus compatriotas lo decodifican en clave
nacional y lo colocan directamente en el tablero de la campaña.
Cuando
Bergoglio formula un llamamiento a luchar contra la corrupción
, los argentinos piensan que también alude a los escándalos
protagonizados por los empresarios y amigos de Cristina Kirchner. Cuando
el Papa elogia al periodismo y le brinda espontáneas conferencias de
prensa en reconocimiento a su valor democrático y comunicacional, los
kirchneristas gruñen por lo bajo y piensan que el "jefe de la oposición"
(como le decía Néstor) les está jugando una mala pasada.
Foto: Fernando Massobrio |
Cuando
Francisco pronuncia tres veces su mantra (diálogo, diálogo, diálogo),
los opositores al cristinismo sienten que su bandera ideológica es
reivindicada y que ese misil cae sobre el campamento oficialista. Y,
finalmente, cuando el hombre más popular del mundo anima a los jóvenes a
indignarse, a salir a la calle y a hacer lío, la presidenta de la
Nación piensa en las multitudinarias marchas que organizó contra ella
una juventud crítica desde las redes sociales, y reacciona comparando
esa arenga con los propósitos militantes de su esposo.
Al revés que su
colega, Dilma Rousseff,
comprensiva y respetuosa con quienes marcharon masivamente contra su
administración en distintas ciudades de Brasil, Cristina mandó a sus
mastines y medios a instalar la idea de que en la Argentina el reclamo
era destituyente y los manifestantes eran unos esbirros de la
oligarquía.
¿Qué pensará mañana cuando vea que su brevísimo saludo a Cristina y a Martín Insaurralde fue convertido en un vulgar afiche electoralista con el que se empapeló toda la Capital y el Gran Buenos Aires? Tal vez recuerde la picardía criolla de Perón. O deduzca que la necesidad tiene cara de hereje.
En ciertos bolsones del conurbano más pobre (Bergoglio lo conoce bien), el Papa representa a Dios y también simbólicamente los valores del peronismo histórico, porque la doctrina social de la Iglesia está imbricada desde siempre con ese movimiento. En esos segmentos y también entre los católicos más alejados de la política, no existe una lectura tan sofisticada de los discursos. Si Cristina y el jefe del cristianismo se sonríen en una foto debe significar que son socios. Y si ese desconocido que los acompaña en la estampita del Frente para la Victoria tuvo cáncer y se curó, y lo cuenta en un aviso televisivo, debe tratarse de un milagro de la fe. Ésa es la reacción buscada.
La foto robada al Papa y el uso de la enfermedad demuestran falta de escrúpulos. Pero también una lacerante desesperación.
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