El tradicional local de Florida al 400 está abandonado. Una nueva resolución permite que, además de bar, comparta otros usos comerciales. Y deja sin efecto el amparo que evitaba cualquier reforma.
Hace dos años lo vaciaron de noche para evitar quejas y protestas. Sellaron sus puertas con candados.
Y después pintaron todos los vidrios con cal para esconder, en la
oscuridad, la enorme planta donde alguna vez se acomodaron las mesas de
café y los sillones Chesterfield de cuero, esos donde reposaban y
debatían Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Oliverio Girondo. Por
ahora, la confitería Richmond, en Florida al 400, sigue así, cerrada y
en ese mismo estado de abandono y vacía, pero algo, parece, puede
cambiar: para evitar otro caso como el de la Confitería del Molino, el
Gobierno porteño autorizó “otros usos” para el local y de esa manera anuló el amparo
que impedía cambiar de rubro. Esta novedad habilita a los dueños del
inmueble a buscar otros negocios. Y deja al bar, uno de los Notables de
la Ciudad, esperando un rescate que le devuelva el esplendor.
El cambio llegó bajo la firma de la Dirección General de Interpretación Urbanística, el área que depende del Ministerio de Desarrollo Urbano y que es la encargada de la catalogación de los edificios que están dentro de las áreas “protegidas” por su valor patrimonial. En una disposición reciente, que se conoció esta semana, esa dirección autoriza “desde el punto de vista urbanístico y patrimonial” a que los dueños del inmueble puedan reabrir la confitería manteniendo el “uso principal de café bar” pero sumándole otros rubros que pueden ser desde un paseo de compras, librería, juguetería, papelería, disquería, y galería de arte, hasta club de música en vivo, salón milonga, café concert, o incluso venta de pizzas o empanadas.
En su artículo 2, la resolución obliga a los dueños a informar cualquier reforma o modificación del inmueble, fachada o publicidad. Y en el tercero pone un plazo de 180 días para que se presente toda la documentación ante los organismos que correspondan.
“Lo concreto es que la Ciudad tomó todas las medidas para que el local reabra, pero también para que tenga un uso sustentable, el resto es decisión de los propietarios, el Ejecutivo no puede obligar ”, explicó Hernán Lombardi, ministro de Cultura de la Ciudad. Y agregó: “Estamos tratando de que exista el uso cultural, trabajando para que en este caso la Richmond tenga utilidad, pero también para que sea compatible con su historia, con el lugar que se busca preservar. En ese sentido es la primera vez que una medida rescata lo material, que en este caso es el mobiliario por ejemplo, y lo inmaterial, que es lo que la confitería representa: su historia, su pasado, un bien que debe ser tutelado”.
El funcionario explicó que la gestión se enmarca en el plan de recuperación del microcentro. “Se invirtió mucho dinero, pero el último paso, de todas maneras, es decisión de los dueños”, agregó Lombardi.
Hasta ahora no habían llegado señales que pudieran acercar a la Richmond a una reapertura como lo pedían los mozos, los clientes fieles y los grupos proteccionistas. Es más, la cronología revela todo lo contrario: primero empezó a perder clientes, los turistas lo postergaban, las ganancias no daban y los habitués no alcanzaban para mantenerlo en pie. Después hubo un cambio de dueños, el ingreso de un grupo inversor y proyectos de cambio de rubro para convertirlo en un local de venta de ropa deportiva. Los legisladores tampoco ayudaron: apurados, declararon al bar como sitio histórico cuando ya no podía más y el final era anunciado. Y así lo dejaron en un limbo, abandonado.
En aquel apuro, encabezado por la legisladora kirchnerista María José Lubertino, se perdió más de lo que se ganó: el amparo logró que se aprobara una acción para que no se pudiera “tomar ninguna medida de enajenación, transferencia, modificación, o destrucción del edificio sin la autorización expresa y fundada” del Gobierno porteño. Fue una resolución polémica y cuestionada porque no impedía el cambio de rubro.
Y con ese paso el clásico café de Florida al 468, inaugurado en 1917, antes de cumplir 95 años, quedó sujeto a la decisión de sus dueños y, durante dos años más cerca de la postal de la confitería del Molino, aún irrecuperable, que del antiguo teatro y cine Grand Splendid, que en el año 2000 fue reabierto como librería, y que con su nuevo esplendor llegó incluso a ser elegida por el periódico británico The Guardian en 2008 como la segunda librería más hermosa del mundo.
El cambio llegó bajo la firma de la Dirección General de Interpretación Urbanística, el área que depende del Ministerio de Desarrollo Urbano y que es la encargada de la catalogación de los edificios que están dentro de las áreas “protegidas” por su valor patrimonial. En una disposición reciente, que se conoció esta semana, esa dirección autoriza “desde el punto de vista urbanístico y patrimonial” a que los dueños del inmueble puedan reabrir la confitería manteniendo el “uso principal de café bar” pero sumándole otros rubros que pueden ser desde un paseo de compras, librería, juguetería, papelería, disquería, y galería de arte, hasta club de música en vivo, salón milonga, café concert, o incluso venta de pizzas o empanadas.
En su artículo 2, la resolución obliga a los dueños a informar cualquier reforma o modificación del inmueble, fachada o publicidad. Y en el tercero pone un plazo de 180 días para que se presente toda la documentación ante los organismos que correspondan.
“Lo concreto es que la Ciudad tomó todas las medidas para que el local reabra, pero también para que tenga un uso sustentable, el resto es decisión de los propietarios, el Ejecutivo no puede obligar ”, explicó Hernán Lombardi, ministro de Cultura de la Ciudad. Y agregó: “Estamos tratando de que exista el uso cultural, trabajando para que en este caso la Richmond tenga utilidad, pero también para que sea compatible con su historia, con el lugar que se busca preservar. En ese sentido es la primera vez que una medida rescata lo material, que en este caso es el mobiliario por ejemplo, y lo inmaterial, que es lo que la confitería representa: su historia, su pasado, un bien que debe ser tutelado”.
El funcionario explicó que la gestión se enmarca en el plan de recuperación del microcentro. “Se invirtió mucho dinero, pero el último paso, de todas maneras, es decisión de los dueños”, agregó Lombardi.
Hasta ahora no habían llegado señales que pudieran acercar a la Richmond a una reapertura como lo pedían los mozos, los clientes fieles y los grupos proteccionistas. Es más, la cronología revela todo lo contrario: primero empezó a perder clientes, los turistas lo postergaban, las ganancias no daban y los habitués no alcanzaban para mantenerlo en pie. Después hubo un cambio de dueños, el ingreso de un grupo inversor y proyectos de cambio de rubro para convertirlo en un local de venta de ropa deportiva. Los legisladores tampoco ayudaron: apurados, declararon al bar como sitio histórico cuando ya no podía más y el final era anunciado. Y así lo dejaron en un limbo, abandonado.
En aquel apuro, encabezado por la legisladora kirchnerista María José Lubertino, se perdió más de lo que se ganó: el amparo logró que se aprobara una acción para que no se pudiera “tomar ninguna medida de enajenación, transferencia, modificación, o destrucción del edificio sin la autorización expresa y fundada” del Gobierno porteño. Fue una resolución polémica y cuestionada porque no impedía el cambio de rubro.
Y con ese paso el clásico café de Florida al 468, inaugurado en 1917, antes de cumplir 95 años, quedó sujeto a la decisión de sus dueños y, durante dos años más cerca de la postal de la confitería del Molino, aún irrecuperable, que del antiguo teatro y cine Grand Splendid, que en el año 2000 fue reabierto como librería, y que con su nuevo esplendor llegó incluso a ser elegida por el periódico británico The Guardian en 2008 como la segunda librería más hermosa del mundo.
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