Por Jorge Lanata - diario Clarin
1) El aumento de precios amenaza con licuar la devaluación.
2) La inflación de enero, cercana al 6% marca una pauta anual que complica seriamente las paritarias.
3) Una recomposición salarial de suma fija ahora más un treinta por ciento luego (en una visión prudente) desatará, a la vez, más inflación y se trasladará a los precios.
4) El piso de 25% para las tasas de interés es insuficiente frente a una inflación del 30% el año pasado y aún superior del año en curso. Si decidiera subirlas, esto encarecería el crédito (¿a cuánto prestarían los bancos el mismo dinero por el que pagan 30%? ¿Al cincuenta?) Estas medidas, aun si funcionaran, generarían recesión sacando dinero de la plaza.
5) A medida que abre sólo un poco más el cepo, se pierden más reservas y el paralelo aumenta.
6) La apuesta política a la recuperación del crédito internacional –que el Gobierno descartó durante años– presenta varios inconvenientes: no es inmediata (el papelón con el Club de París da esa pauta) y se complicó aún más esta semana cuando quedó en suspenso el acuerdo con Repsol. La petrolera española (a la que Kicillof le iba a pedir una indemnización y le terminará pagando) desconfía de los bonos argentinos y pidió que se le pagara con reservas del Central, a lo que el Gobierno se negó.
Y solicita ahora que se le pague con bonos del Estado español que la Argentina adquiera en el mercado internacional (lo que significa reservas, también). La otra petrolera, Chevron, la obliga a concretar un aumento de las naftas, porque la devaluación dejó abajo el precio internacional en dólares que el Gobierno se había comprometido a mantenerle. Un aumento de las naftas también impactará sobre los precios que tratan de contener por otro lado.
7) En el mundo discuten si los problemas con el dólar en Brasil, Turquía y Sudáfrica son un efecto de imitación de la crisis argentina o al revés. Mientras no se ponen de acuerdo, queda claro que lo que fue viento de cola ahora se asemeja a viento en contra.
Frente al laberinto de baldosas flojas, el Gobierno ha decidido transformar la crisis económica en un problema moral o psicológico: habla de un complot mundial contra la Argentina (es cierto, la excusa no es muy original) o de una operación de los bancos (cuando quienes compran dólares lo hacen por pequeñas cantidades), de Shell (que liquidó divisas con autorización del mismo Gobierno: ¿sería entonces un complot del Central?) o de algunos columnistas económicos. El otro manotazo de ahogado tiene que ver con la Patria: Capitanich calificó de antipatriotas a quienes critican las medidas, equiparando al Gobierno con la Nación.
Criticar al Gobierno no es criticar a la Patria, porque no es la Patria; en el mejor de los casos forma parte de ella. Las paradojas quisieron que cuando el jefe de Gabinete pronunció su arenga patriótica el presidente de la Argentina era Boudou, un patriota que negoció el canje de deuda del 2010 con letra de los acreedores.
La Justicia investiga una causa en la que la consultora Arcadia Advisors, representante de los bancos favorecidos por el canje, le dio letra al entonces ministro de Economía para hacer el acuerdo.
El delito es tráfico de influencias. Capitanich recuerda al ministro de Economía de Alfonsín, Juan Carlos Pugliese, diciendo en pleno caos inflacionario: “Les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo”.
Kicillof, por su lado, actúa convencido de que la teoría y la práctica son lo mismo: sostiene que no tienen por qué aumentar los precios que no tengan componentes importados. Este especialista en historia de la economía parece no haber estudiado historia contemporánea: no entiende que el dólar funciona en Argentina como la única reserva de valor accesible para quienes no juegan en la Bolsa o el mercado financiero.
Desde que asumió su cargo, el Central perdió 3.000 millones de dólares de reservas, y aún persevera en el error.
Ya no pueden hacer nada, llegaron tarde, sentenció Ismael Bermudez hace ya varios meses en los micrófonos de Radio Mitre. Tenía razón.
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