Por Juan Gabriel Tokatlian para LA NACION
Si se quiere entender a Brasil, comprender mejor su pasado, su presente y su futuro -y sus funcionarios civiles y militares, los políticos nacionales y provinciales, la academia, los empresarios, los científicos, los trabajadores, las organizaciones no gubernamentales de diverso tipo, los intelectuales, las voces influyentes, los comunicadores y los jóvenes-, los argentinos interesados en los asuntos públicos deberían conocer el minucioso y fascinante libro de Fernanda das Graças Corrêa O projeto do submarino nuclear brasileiro. Uma história de ciência, tecnologia e soberania , recientemente publicado. Lo que allí se describe, analiza y explica va a incidir en nuestras relaciones bilaterales durante lo que resta de este siglo XXI y está en nosotros advertirlo, asimilarlo y aprovecharlo.
Se trata de una investigación rigurosa sobre la forma en que Brasil ha llegado, después de un largo periplo político, institucional, diplomático y científico, a concretar la iniciativa de disponer, mediante un acuerdo de 2009 entre Brasil y Francia, de un submarino a propulsión nuclear. Si bien su autora es historiadora, ilustra la economía política de este proyecto brasileño. Este trabajo, que contó con buen acceso a fuentes primarias y amplia bibliografía secundaria, nos permite comprender cómo una combinación de estrategia, oportunidad y voluntad, atravesada por el papel clave de fuerzas, fenómenos y personalidades, ha colocado al país vecino en un punto de inflexión en materia nuclear.
Varios aspectos merecen ser examinados y discernidos. Desde un inicio es evidente que, después de la Segunda Guerra Mundial, la dirigencia brasileña asumió que el país estaba en la órbita de Estados Unidos, pero no aceptaba inexorablemente el tutelaje de Washington ni percibía que la asimetría debía ser el dato que marcase, en todo tiempo y tema, la relación bilateral. El alineamiento con Estados Unidos durante la guerra generó una relación estrecha e intensa, pero era notorio el esfuerzo temprano, al calor de la Guerra Fría, de eludir la sumisión y de procurar espacios de maniobra propios. En el asunto nuclear esto fue manifiesto: Brasil interpretó que el acuerdo bilateral de 1945 podía tornarse restrictivo y buscó alternativas; en particular, dirigiéndose a Alemania y Francia. Para las fuerzas armadas resultaba esencial acceder a la tecnología nuclear; sin embargo, a pesar de que los contactos con Francia se remontaban a 1953 -año en que se fundó Petrobras- París no facilitó el acceso a reactores nucleares.
En la década del 70 aumentó gradualmente la autopercepción de un vínculo asimétrico con Washington. Brasil no desafió -ni desafía- a Estados Unidos, pero comprendió que un problema medular, más allá del anticomunismo de la época que compartía con EE.UU., era la falta de desarrollo. Un hecho categórico en aquella década lo confirmó: la dependencia externa del petróleo, dado que el país importaba el 80% del hidrocarburo. Esto empujó a impulsar la exploración offshore . A su turno, eso obligó a los brasileños a concentrar más atención y recursos en el Atlántico Sur, fenómeno que robusteció el papel de la armada y de lo que entonces fue el Ministerio de la Marina.
En ese contexto, se creó Nuclebras (Empresas Nucleares Brasileiras) en 1974, se firmó el acuerdo nuclear entre Brasil y Alemania (República Federal Alemana) de 1975, mediante el cual Bonn le transfirió a Brasilia tecnología nuclear, y comenzó a contemplarse, a partir de 1976, el contar con un submarino nuclear. Ahora bien, Corrêa subraya que las "decisiones sobre la capacidad tecnológica nuclear se concentraba en el nivel gubernamental, no en el militar". Esto obedecía a que la diversificación (respecto a Estados Unidos) y la autonomía (interna y externa) eran concebidas como prioridades nacionales.
Otra dimensión crucial que revela la investigación de Corrêa es el papel del planeamiento, el rol de los individuos, el lugar de las coaliciones y el peso de las circunstancias. Respecto de lo primero, resultaba fundamental gestar una estructura institucional sólida para el manejo de lo nuclear, que se logró progresivamente. En cuanto a lo segundo, el capitán de corbeta (y más tarde almirante) Othon Luiz Pinheiro da Silva, que fue enviado al Massachusetts Institute of Technology (MIT) para un curso de ingeniaría nuclear, se convertiría en una figura central en el debate y promoción del proyecto del submarino nuclear. En términos de lo tercero, la estrecha relación entre la Armada y la Universidad de São Paulo, forjada en un acuerdo de 1956 para formar ingenieros, la gravitación de los científicos civiles en Instituto de Pesquisas Energéticas e Nucleares (IPEN), y el establecimiento en 1985 de un centro experimental en tecnología nuclear en Aramar, estado de São Paulo, entre otros, fueron importantes para involucrar y movilizar diversos actores a favor de la iniciativa del submarino.
Pero quizás la circunstancia que produjo más impacto en las fuerzas armadas y entre los civiles fue la Guerra de las Malvinas, en 1982. Corrêa asevera que Malvinas fue un "laboratorio para las autoridades político-militares" brasileñas debido a que el conflicto "puso de manifiesto la importancia estratégica y táctica de los submarinos nucleares". Asimismo, la guerra argentino-británica mostró la ineficiencia del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), reforzó la significación estratégica del Atlántico Sur y motivó un acercamiento mayor a la Argentina pues, entre otras, el programa nuclear argentino era visto, a principios de los 80, como más avanzado que el brasileño.
Desde los años 90 en adelante, el tema del submarino nuclear se insertó en una dinámica más ambiciosa y compleja. A pesar de que surgieron voces críticas de la política nuclear, que despuntó cierto sentimiento revanchista hacia los militares y aparecieron algunas divergencias en las visiones estratégicas de la armada, la aeronáutica y el ejército, el programa del submarino siguió latente. A partir del gobierno de Itamar Franco (1992-95) fue más notorio que la política nuclear brasileña -de cuño pacífica- era parte de una política de prestigio: esto es, se entrelazó con la ambición de Brasilia de acceder a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. A su vez, el gobierno de Fernando H. Cardoso (1995-2002) dio pasos trascendentales para elevar el perfil de Brasil en el mundo al crear el Ministerio de Defensa y a cargo de un civil, al adherir al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), al procurar que América del Sur se constituyese en una unidad geopolítica diferenciada del resto de América y al localizar la atención en materia de la seguridad en la Amazonía.
Sin embargo, dos hechos van a servir para relanzar, ahora con más fuerza, la cuestión nuclear: el apagón de 2000-01, que obligó a un racionamiento de energía eléctrica, mostró la necesidad de contar con energía nuclear alternativa; los atentados a las Torres Gemelas en Estados Unidos evidenciaron que, ante el despliegue del músculo militar de Washington y el peligro del terrorismo transnacional, Brasil requería un reequipamiento de sus fuerzas armadas.
Con la llegada de Lula, la idea del submarino nuclear revivió: ahora como instrumento indispensable para garantizar la defensa de la "Amazonía Azul", el Atlántico Sur. Ello se tornó más urgente en la medida en que se produjeron importantes descubrimientos de petróleo offshore , lo cual colocará a Brasil entre los principales diez países en materia del hidrocarburo. Además, en 2007 el país, sobre la base de los criterios de la Convención de Naciones Unidas sobre Derecho del Mar, aseguró el prolongamiento de su plataforma continental. En ese marco se produjo el acuerdo franco-brasileño de 2009 mediante el cual París le proveerá a Brasilia, entre otros, cuatro submarinos convencionales y la construcción del casco de un submarino nuclear.
En su análisis de perspectiva, Fernanda das Graças Corrêa concluye subrayando cómo este hecho ha fortalecido aún más el papel histórico de la armada en esta materia y su lugar decisivo en la expansiva industria de defensa brasileña. Así, en marzo de 2010 la marina "anunció la intención de construir seis submarinos de propulsión nuclear". Ya no se trata de una diplomacia de prestigio: de ahora en adelante se tratará de un país con una clara vocación de proyección de poder.
La Argentina no puede postergar más una reflexión ponderada sobre la cuestión nuclear. Durante 2010 se anunció que nuestro país efectuará los estudios técnicos para que los buques de la Armada se doten de propulsión nuclear, y que en 2011 la planta de Pilcaniyeu producirá uranio enriquecido, al tiempo que se aprobó la construcción de una cuarta central nuclear para la provisión de energía y el análisis de factibilidad de una quinta. Estos anuncios bien pueden ser el punto de partida para un debate serio y sistemático sobre el tema nuclear y también sobre nuestro vínculo con Brasil en ese ámbito. Para ello y por eso la lectura del libro de Corrêa es imperiosa.
© La Nacion
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