Entre las 230 obras de la colección hay obras de Turner, Berni, Brueghel y Warhol, entre otros.
De un lado a otro las dos pinturas convenientemente resguardadas por dos placas transparentes y estratégicamente colocadas frente al acceso y cabecera de la sala mayor, advierten de entrada que se trata de las dos piezas más valiosas de la colección.
De un lado a otro las dos pinturas convenientemente resguardadas por dos placas transparentes y estratégicamente colocadas frente al acceso y cabecera de la sala mayor, advierten de entrada que se trata de las dos piezas más valiosas de la colección.
Una es de Peter Brueghel "el joven" y la otra es de William Turner, el pintor inglés que abrió el camino de los impresionistas por su modo audaz en tratar la materia para captar las cambiantes condiciones de la luz. La obra de Brueghel, "El censo de Belén", es un motivo bíblico tratado como una típica escena popular de invierno del norte de Flandes a fines del XVI y el Turner, "Julieta y su niñera", es en realidad una vista de la Plaza de San Marcos en Venecia, en uno de esos atardeceres dorados que debilitan las formas.
Cualquiera de estas obras podría figurar entre las favoritas de un importante museo europeo. Y para el caso de que a alguien le resulte inadvertida su condición de obras maestras, están esas placas de acrílico que subrayan su condición de joyas y -con la excusa de resguardarlas- refuerzan el poder su aura. Todo museo tiene sus piezas fetiches, y estas seguramente serán las que la gente irá a ver al museo que acaba de abrir en Puerto Madero la empresaria Amalia Lacroze de Fortabat. Un efecto parecido tiene La Gioconda en el Louvre.
Durante años la colección de "Amalita" fue un verdadero enigma que ahora se develará al hombre común, desde el impactante edificio diseñado por el arquitecto uruguayo Rafael Viñoly en Puerto Madero, exactamente en la calle Olga Cossettini 141. Fue un enigma porque durante años la señora Fortabat sorprendió con los precios récords que pagaba por obras que luego desaparecían de la vista del público.
Hablamos de obras como "La tropilla", de Fader por la que pagó 100 mil dólares, "Entre durazneros floridos" -otro Fader comprado por unos 285 mil dólares- dos pinturas que ahora se podrán ver colgadas de las paredes del museo que hoy se abre al público. Mucho más ecléctica que la de Costantini, la colección de Amalia Lacroze de Fortabat incluye además de estos dos "hits" de la pintura europea anterior a 1850, un par de dibujos de Dalí, un fantástico óleo de 1939 del chileno Matta y el emblemático retrato que le hizo Andy Warhol sobre plano azul celeste. La abundante selección de obra argentina es de la procedencia más diversa.
Comienza con los llamados precursores o pintores viajeros del siglo XIX, como el francés Pallière y el alemán Rugendas, pasa por los primeros pintores argentinos Pueyrredón y Morel y continúa con Thibón de Libian, Xul Solar, Spilimbergo, Lacámera, Castagnino hasta llegar a Macció, Noé, García Uriburu, Gorriarena, Pérez Celis, Soldi y Roux. De Morel incluye "Calle larga de Barracas," un pintura documental que ilustra lo que alguna vez fue la actual avenida Montes de Oca y también la serie de pinturas iconográficas de Leonie Matthis, que remiten al pasado pero fueron pintadas a mediados del siglo XX.
En el conjunto se encuentra también una típica figura femenina de Juan Lascano, pintor que retrató a Mirtha Legrand y también la instalación "La difunta Correa", que Berni presentó en la muestra "Creencias y Supersticiones" que presentó en 1976 en la galería Carmen Waugh. En la colección no falta un gran óleo de Berni, "Domingo en la chacra".
¿Qué vínculos históricos o problemas plásticos hacen que estas obras se encuentren próximas en exhibición?
Difícil es explicarlo y no pareciera haber otra razón que el personalísimo gusto de la coleccionista. El orden y las disposición de las piezas en el generoso espacio de casi siete mil metros cuadrados es también su decisión personal, según dijo. También lo es la decisión de que cada una de estas obras y no otras estén en exhibición. Está claro que el conjunto no ha sido pensado como relato parcial o total del arte argentino, sino más bien refleja la secreta convicción de que es la coleccionista quien arbitra en ese terreno.
No cabe duda que la apertura del museo y la colección al público es un paso de altísima significación social en un país, que a diferencia de Europa o los Estados Unidos, no cuenta con demasiados gestos como éste de parte de su coleccionismo. Desde que Eduardo Costantini abrió el MALBA y su colección al público en 2001, esta es la primera vez que alguien toma una iniciativa semejante, que supone emprendimientos importantes y no es cosa de todos los días. Como ya se ha señalado, estas dos colecciones son bien diferentes una de otra pero, a nadie se le escapa, cada una a su modo robustece el perfil cultural de la ciudad.
El gran interrogante que la señora de Fortabat aún no ha respondido en detalle es cómo han sido previstas las cosas como para que la institución funcione sin su intervención personal. Hasta el momento su ojo ha estado en la elección de las obras, en el tipo de edificio, en el diseño del montaje, en la disposición de las piezas, en el control del catálogo y hasta en el detalle de las invitaciones a las visitas previas a la inauguración.
Su impronta está claramente en cada pieza, lo que por otra parte revela el momento de su elección y hasta la galería que la vendió. En ese sentido podría decirse que lo que despliega este museo es parte de la historia de la circulación reciente del arte argentino, por qué manos pasó y lo que eso significó. Pero lo cierto es que, en un futuro no lejano, la institución demandará un sistema de muestras temporarias -aún no previsto- que le otorguen, al edificio y al patrimonio, el dinamismo que hoy tienen todos los museos del mundo que no se limitan sólo a exhibir su colección.
Fuente: Por: Ana María Battistozzi - Diario Clarín
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