Se llama microcrédito a un préstamo de bajo monto, concedido a personas en situación de pobreza o que no tienen acceso al sistema financiero convencional, según criterios de elegibilidad no tradicionales y procedimientos de gestión y otorgamiento sencillos y rápidos, cuyo objetivo esencial es dar asistencia financiera para la creación o la consolidación de emprendimientos rentables.
El microcrédito adquirió interés e importancia en la agenda mundial cuando, en 1983, Muhammad Yunus creó el Grameen Bank y, más aún, desde 2006, cuando fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz; vale mencionar que la experiencia de Yunus abrevó en las ideas de su colega y compatriota Amartya Sen, quien recibió el Premio Nobel de Economía en 1988 por sus aportes al estudio del bienestar económico.
Estos dos economistas bengalíes instalaron la noción teórica y práctica de que la asistencia financiera a los pobres no es un mero acto de beneficencia, sino un buen negocio para los receptores y los dadores de los préstamos y para toda la sociedad.
En la Argentina hay un alto nivel de actitud emprendedora, como lo indica, entre otras fuentes, el estudio anual del Global Entrepreneurship Monitor de la Escuela de Negocios de Londres, que nos sitúa en los primeros puestos entre los 34 países que analiza.
Dado que en nuestro sistema bancario tradicional no había líneas de microcréditos disponibles, en los últimos años surgieron unas 150 instituciones de microfinanzas (IMF), la mayoría de las cuales son organizaciones no gubernamentales (ONG). A ellas se suman algunas generadas por bancos privados y entidades públicas. Pero esa red no logra aún satisfacer la demanda potencial existente, entre otros motivos porque tienen una concepción errónea del microcrédito, al verlo más como medio de lucha contra la pobreza que como instrumento para generar riqueza.
Para luchar contra la pobreza, hay dos vías esenciales. Una busca paliar la emergencia y atender las necesidades básicas insatisfechas de pobres e indigentes mediante programas que incluyen subsidios, y en ella no entran los microcréditos. La otra tiende a crear condiciones para que la población económicamente activa pueda situarse por encima de la línea de pobreza al generar con su trabajo ingresos que les permita acceder, al menos, a lo que merecen consumir el trabajador y su familia.
Las IMF, al operar con microcréditos sin diferenciar estas dos vías, siguen criterios más propios de sociedades de beneficencia que de instituciones de microfinanzas y se apartan de las enseñanzas de Yunus, a quien no en vano se llama "banquero de los pobres" y no "benefactor de los pobres".
Esa conducta equívoca, que evoca el dicho popular según el cual "de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno", es uno de los motivos del profundo desajuste entre oferta y demanda de microcréditos que hay en la Argentina, donde sólo se otorgaron unos 50.000 préstamos a un universo de potenciales tomadores que abarca millones de personas situadas por debajo de la línea de pobreza y a 1,2 millones de monotributistas, muchos de los cuales tienen o pueden tener una actitud emprendedora.
Para cambiar esa realidad y expandir el acceso al microcrédito, hay que modificar pautas de la cultura de los diversos actores que, más allá de que lo sepan o lo quieran asumir, están involucrados en el abordaje del rol de las micro finanzas y la lucha contra la pobreza. En primer lugar, el Estado, que debería reformular el paradigma de su intervención en esta materia y restaurar su sentido esencial, que es dar asistencia financiera a las personas pobres para que, con su trabajo, puedan crear nuevas riquezas.
Con ese replanteo, puede que las IMF públicas multipliquen los microcréditos que otorgan y eviten que su nivel de cobranza apenas llegue a un 75%, que contrasta con el 98% que logran las ONG, compatible con los estándares internacionales de las IMF. Otro actor central es el sistema bancario y la banca pública, que debería asumir que con la expansión del microcrédito, además de aportar a la misión inclusiva que es propia del sistema financiero, podría gestar un buen negocio para los bancos, más aún considerando la inexistencia de impedimentos regulatorios y de fondeo.
Asimismo, y desde una visión de análisis de riesgo, vale recordar que los sistemas de control y regulaciones más modernas con las que operan las grandes entidades financieras del mundo, fueron vulnerados produciendo crisis que, en contraste, no se dieron hasta ahora en el ámbito de las microfinanzas.
Cuando la estrategia apunte a establecer líneas de microcréditos, ha de considerar que el scoring y otros criterios de elegibilidad muy apropiados en operaciones tradicionales, no pueden aplicarse de forma mecánica en las IMF, en las que uno de los requisitos para poder otorgar un microcrédito es establecer una relación cercana, frecuente y personal entre el agente financiero y el cliente.
Construir esa relación impone que el dador reúna en sí ciertas características propias de la Madre Teresa de Calcuta (por ejemplo, saber entablar una buena relación con personas pobres) y también algunas del Shylock de El mercader de Venecia (su firmeza para cobrar el préstamo), combinación que, va de suyo, no es fácil de lograr.
Se dirá que conseguir que en el Estado y en el sistema bancario se produzcan los cambios culturales para atender la demanda de micro créditos es un proceso difícil y lento. Es cierto y eso sucede con casi todos los logros importantes. Pero no es menos cierto que superar las dificultades es posible si se hace lo que es debido y que, como dijo Mao Tse Tung al comenzar la llamada Larga Marcha hacia las montañas del Yunan, para recorrer un camino, por largo que sea, siempre es preciso dar el primer paso. De eso se trata.
El microcrédito adquirió interés e importancia en la agenda mundial cuando, en 1983, Muhammad Yunus creó el Grameen Bank y, más aún, desde 2006, cuando fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz; vale mencionar que la experiencia de Yunus abrevó en las ideas de su colega y compatriota Amartya Sen, quien recibió el Premio Nobel de Economía en 1988 por sus aportes al estudio del bienestar económico.
Estos dos economistas bengalíes instalaron la noción teórica y práctica de que la asistencia financiera a los pobres no es un mero acto de beneficencia, sino un buen negocio para los receptores y los dadores de los préstamos y para toda la sociedad.
En la Argentina hay un alto nivel de actitud emprendedora, como lo indica, entre otras fuentes, el estudio anual del Global Entrepreneurship Monitor de la Escuela de Negocios de Londres, que nos sitúa en los primeros puestos entre los 34 países que analiza.
Dado que en nuestro sistema bancario tradicional no había líneas de microcréditos disponibles, en los últimos años surgieron unas 150 instituciones de microfinanzas (IMF), la mayoría de las cuales son organizaciones no gubernamentales (ONG). A ellas se suman algunas generadas por bancos privados y entidades públicas. Pero esa red no logra aún satisfacer la demanda potencial existente, entre otros motivos porque tienen una concepción errónea del microcrédito, al verlo más como medio de lucha contra la pobreza que como instrumento para generar riqueza.
Para luchar contra la pobreza, hay dos vías esenciales. Una busca paliar la emergencia y atender las necesidades básicas insatisfechas de pobres e indigentes mediante programas que incluyen subsidios, y en ella no entran los microcréditos. La otra tiende a crear condiciones para que la población económicamente activa pueda situarse por encima de la línea de pobreza al generar con su trabajo ingresos que les permita acceder, al menos, a lo que merecen consumir el trabajador y su familia.
Las IMF, al operar con microcréditos sin diferenciar estas dos vías, siguen criterios más propios de sociedades de beneficencia que de instituciones de microfinanzas y se apartan de las enseñanzas de Yunus, a quien no en vano se llama "banquero de los pobres" y no "benefactor de los pobres".
Esa conducta equívoca, que evoca el dicho popular según el cual "de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno", es uno de los motivos del profundo desajuste entre oferta y demanda de microcréditos que hay en la Argentina, donde sólo se otorgaron unos 50.000 préstamos a un universo de potenciales tomadores que abarca millones de personas situadas por debajo de la línea de pobreza y a 1,2 millones de monotributistas, muchos de los cuales tienen o pueden tener una actitud emprendedora.
Para cambiar esa realidad y expandir el acceso al microcrédito, hay que modificar pautas de la cultura de los diversos actores que, más allá de que lo sepan o lo quieran asumir, están involucrados en el abordaje del rol de las micro finanzas y la lucha contra la pobreza. En primer lugar, el Estado, que debería reformular el paradigma de su intervención en esta materia y restaurar su sentido esencial, que es dar asistencia financiera a las personas pobres para que, con su trabajo, puedan crear nuevas riquezas.
Con ese replanteo, puede que las IMF públicas multipliquen los microcréditos que otorgan y eviten que su nivel de cobranza apenas llegue a un 75%, que contrasta con el 98% que logran las ONG, compatible con los estándares internacionales de las IMF. Otro actor central es el sistema bancario y la banca pública, que debería asumir que con la expansión del microcrédito, además de aportar a la misión inclusiva que es propia del sistema financiero, podría gestar un buen negocio para los bancos, más aún considerando la inexistencia de impedimentos regulatorios y de fondeo.
Asimismo, y desde una visión de análisis de riesgo, vale recordar que los sistemas de control y regulaciones más modernas con las que operan las grandes entidades financieras del mundo, fueron vulnerados produciendo crisis que, en contraste, no se dieron hasta ahora en el ámbito de las microfinanzas.
Cuando la estrategia apunte a establecer líneas de microcréditos, ha de considerar que el scoring y otros criterios de elegibilidad muy apropiados en operaciones tradicionales, no pueden aplicarse de forma mecánica en las IMF, en las que uno de los requisitos para poder otorgar un microcrédito es establecer una relación cercana, frecuente y personal entre el agente financiero y el cliente.
Construir esa relación impone que el dador reúna en sí ciertas características propias de la Madre Teresa de Calcuta (por ejemplo, saber entablar una buena relación con personas pobres) y también algunas del Shylock de El mercader de Venecia (su firmeza para cobrar el préstamo), combinación que, va de suyo, no es fácil de lograr.
Se dirá que conseguir que en el Estado y en el sistema bancario se produzcan los cambios culturales para atender la demanda de micro créditos es un proceso difícil y lento. Es cierto y eso sucede con casi todos los logros importantes. Pero no es menos cierto que superar las dificultades es posible si se hace lo que es debido y que, como dijo Mao Tse Tung al comenzar la llamada Larga Marcha hacia las montañas del Yunan, para recorrer un camino, por largo que sea, siempre es preciso dar el primer paso. De eso se trata.
Fuente: Por Zenón Biagosch (Diario LA NACIÓN)