Los argentinos no asomamos a la historia con la gesta libertaria de 1810 para terminar siendo un país sin brújula, sin voluntad de ser y doblegado por la incapacidad de sus dirigentes para pensar con grandeza cuando lo que está en juego es nuestro propio destino como Nación.
Hoy la realidad nos pega con dureza y nos muestra la cara cruel de tantos años perdidos en la atención de sus necesidades más profundas. La Argentina no puede seguir a la deriva por el mundo, sin proyecto alguno para su gente y sobreviviendo con las migajas de la globalización. Esta crisis que nos tiene paralizados desde hace varios años puede ser, paradójicamente, la gran oportunidad para el cambio, para volver a creer en nosotros mismos y salir de la encrucijada en que vivimos, que empobrece a la mayoría y enriquece a la minoría beneficiada por la concentración económica.
Salir de esta crisis se puede y existe un camino posible: la construcción de un proyecto nacional basado en la producción, el trabajo y la distribución justa de la riqueza. De allí derivará el desarrollo, el empleo, la educación, la contención social. ¿Por dónde comenzar? Por un profundo cambio cultural: de mentalidad, de actitud y de expectativas que den marco a un nuevo modelo económico y a un compromiso cierto de la clase dirigente con los intereses centrales de la Nación. Hay que rescatar la mejor tradición productiva de la Argentina, que la tiene.
Esa tradición de convertir la cultura productiva en motor del desarrollo existió en el país en distintas etapas de su historia a partir del proyecto de la Generación del ’80, y siempre estuvo presente en el ideario de las fuerzas políticas que marcaron etapas importantes en la historia nacional. El desafío de hoy es recrearla, adaptarla al complejo mundo que nos toca vivir.
Es imperioso insertarnos y crecer en el nuevo orden internacional, cada día más competitivo, cada día más feroz. Naciones como España, Italia, Brasil, Chile, Francia –por sólo nombrar algunas-, hicieron el ajuste y la reconversión de sus economías para moverse en el mundo global. Pero, además, esos Estados tienen un proyecto propio de Nación. Su clase dirigente, su pueblo, sabe que el objetivo final y de fondo es reafirmar ese proyecto con sus características culturales, étnicas, sociales, políticas y económicas propias. Reivindican el valor intrínseco de lo nacional aún dentro de la globalización.
Otra es, en cambio, nuestra realidad marcada por una crisis endémica, no sólo en lo material sino –y lo más grave- en el capital espiritual de la Nación. ¿O acaso alguien puede hoy precisar cuál es el proyecto estratégico de la Argentina? ¿Cuál es el lugar que busca en el mundo? ¿Cuáles son sus políticas culturales, científicas, educativas y productivas para trascender en el tiempo? ¿Quiénes son sus socios privilegiados y quienes sus hipótesis de conflicto? Las respuestas a tales preguntas son, por lo general, largos e inaceptable silencios.
El camino correcto es el inverso al que se ha venido siguiendo hasta ahora: para ser fuertes hacia afuera, primero hay que ser fuertes hacia adentro. Debe transformarse en pasado esa actitud de condicionar a los humores de los capitales golondrinas y de los organismos internacionales de crédito toda nuestra capacidad de gobernar, de crecer, de desarrollarnos. Tiene que ser al revés: sólo ganaremos la confianza exterior cuando los productores, los comerciantes, los profesionales, los trabajadores, en fin, todos los argentinos, creamos en la fortaleza de nuestra moneda, de nuestra economía y de nuestra producción.
Con aquél modelo la Argentina no tiene futuro. Debemos revertir la dramática equivocación estratégica de la clase dirigente que ha llevado a la existencia de un Estado desentendido del desarrollo, enemigo de la producción y del trabajo, desertor de sus responsabilidades en la justicia, la educación, la asistencia social, entre otras.
Sólo una cultura de la producción y el trabajo con raíces profundas en el Estado y en la sociedad civil podrá cambiar esta situación. Sin producción no hay crecimiento que se sustente en el tiempo, no hay empleo para los argentinos, no hay capacidad de pago de nuestros compromisos externos y la estabilidad de la moneda deberá lograrse con el ajuste permanente del nivel de vida de la gente.
Con ese marco de crisis permanente, de presentes oscuros, de rumbos erráticos, tampoco se podrá mejorar nuestra calidad institucional y fortalecer nuestra democracia como ideal de vida equitativo y trascendente en unidad nacional.
Es hora de valientes decisiones. Es hora de transformaciones profundas. Por eso es que nos convocamos en el Movimiento Productivo, un espacio sin banderas partidarias ni intereses sectoriales para impulsar la superación de la crisis, liberar las fuerzas creadoras argentinas, aportar a la construcción de un nuevo proyecto nacional fundado en el trabajo y la producción y así reencontrarnos con lo mejor de nuestra Patria, de nuestra Historia y de nuestro Pueblo.
Fuente: Movimiento Productivo Argentino