Empobrece limitarse a buscar el crecimiento económico. Una sociedad justa debe brindar libertades civiles, políticas, económicas y sociales.
El famoso economista y Premio Nobel indio, Amartya Sen, abre uno de sus trabajos más recientes -Desarrollo y libertad (en verdad, y según el texto original, "Desarrollo como libertad")- con una definición de desarrollo muy poco ortodoxa. Para él, desarrollar un país es expandir la libertad de ese país. La idea de libertad, nos aclara enseguida, incluye tanto a las tradicionales libertades civiles y políticas (libertad de criticar al gobierno, libertad de asociarse con otros, transparencia informativa), como a ciertas seguridades básicas en materia de salud y educación.
El desarrollo queda así vinculado, íntima y necesariamente, con la protección de derechos humanos básicos, y con una particular concepción de la democracia (una concepción que garantiza la reflexión crítica y el diálogo público). El planteo del economista y filósofo indio sugiere inmediatamente una cantidad de consecuencias de extraordinario peso. En primer lugar, el enfoque propuesto por Sen desacopla, drásticamente, las ideas de desarrollo y crecimiento económico; o desarrollo y aumento del producto bruto interno; o desarrollo y mayor tecnología; o desarrollo e industrialización.
Todos estos resultados son seguramente interesantes -objetivos que un Estado puede proponerse, legítimamente- pero no representan, para Sen, más que medios posibles para conseguir lo realmente importante: mayores libertades civiles, políticas, económicas, sociales. Una segunda consecuencia de este enfoque (la contracara de lo dicho recién) es que, para Sen, el asegurar la vigencia de nuestras libertades básicas no aparece, simplemente, como un objetivo deseable del desarrollo, una consecuencia posible del mismo, un resultado previsible o seguro, sino el fin constitutivo que debiera caracterizar a cualquier proceso decente de desarrollo.
Para Sen, ningún proceso de desarrollo aceptable puede amparar la postergación de ciertos derechos o libertades básicas "hasta que, previamente, generemos un aumento sustancial de la producción," o "hasta que la torta haya crecido lo suficiente" -tal como el discurso oficial y el de muchos de sus críticos silenciosamente repiten.
Tercera consecuencia, ningún país merece nuestro aplauso y crédito por afianzar ciertas libertades (digamos, las libertades de expresión y asociación), si al mismo tiempo descuida las libertades restantes (pongamos, el derecho de todos sus habitantes a cuidados de salud básicos, o a una educación apropiada, con independencia de las circunstancias más o menos afortunadas dentro de las cuales hayan nacido).
Luego de lo expuesto, algunos podrían decir que, a través de su noción de desarrollo, Sen fija un ideal demasiado alto, imposible de alcanzar. Contra ellos, me interesaría sostener que, por medio de su propuesta, Sen sólo nos ayuda a ver hasta qué punto los ideales vigentes sobre el desarrollo resultan abominables. Un modelo de desarrollo que identifique desarrollo con crecimiento económico, y que considere a las garantías de salud y educación para todos (y sobre todo para los que están peor) como consecuencias posibles y no necesarias de ese proceso, debiera merecer nuestro absoluto repudio.
Un modelo de desarrollo que en lugar de eliminar la pobreza sólo garantice la reproducción de la misma, asegurando una supervivencia dependiente para los más pobres, debiera ser considerado inaceptable. Un modelo de desarrollo que incorpore a la mentira como estrategia, que no nos provea cada día la información más precisa posible sobre lo que se está haciendo, que no garantice las mejores condiciones para que pensemos críticamente sobre él, debiera ser considerado -siempre- como incompatible con los ideales propios de cualquier sociedad justa, ya sea que hablemos de la India o de la Argentina.
Fuente: Por Roberto Gargarella -Profesor de Derecho Constitucional (UBA-Univ. di Tella) -
Diario Clarín
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