El Maulana Fazlulá, amo y señor de los valles del río Swat, cada tanto dispara obuses contra los budas tallados en las rocas de la montaña evocando el “budicidio” cometido por los talibanes en los acantilados del Bamiyán. Su inexpugnable cuartel general está en Imam Dheri. Desde allí dirige la Alianza para la Imposición de la Ley Islámica, asociada con Al Qaeda y con la milicia afgana del emir Omar. Fazlulá quiere que todos los habitantes de Waziristán y de la Provincia del Noroeste dejen de hablar urdú, la lengua oficial del Pakistán, y se unan para crear el Pashtunstán, un Estado de la etnia pashtún que sea independiente y que se extienda a ambos lados de la frontera afgana-paquistaní.
Lo mismo piensa Amir Baitulá Mehsud, jefe de la milicia Tehrik- i -Talibán, con células dormidas que llegan hasta España. El llamado “comandante de los fieles” es un tipo rudimentario, sin ninguna formación intelectual, pero al que le sobra coraje, ferocidad y adiestramiento militar.
Baitulá rige en los desfiladeros del norte de Waziristán. En sus tierras y las del Maulana Fazlulá, las tribus que les son fieles protegen la guarida donde se oculta Osama bin Muhamad bin Awdha bin Laden. Y lo más probable es que en esos rincones indómitos de Pakistán se haya planificado el ataque al Hotel Marriott de Islamabad, que estuvo a sólo minutos de ser el magnicidio colectivo más grave de la historia.
Mal presentimiento o problema de agenda, casi sobre la hora, se decidió cambiar el sitio de la cena. Se hizo, finalmente, en la residencia del primer ministro Yusuf Raza Gilani. Hasta allí fueron el presidente Azif Alí Zardari, varios de sus ministros y los titulares de ambas cámaras parlamentarias. No habían terminado el primer plato cuando les informaron del camión bomba que acababa de devastar el Hotel Marriott.
Hubo más de medio centenar de muertos, buena parte de los cuales se encontraban en el restaurante donde debía cenar esa noche la cúpula gubernamental. Es cierto que el Marriott es el centro de encuentros de la pequeña comunidad occidental y también del cuerpo diplomático. Por tanto, es lógico que sea blanco del terrorismo ultraislamista. Cualquier atentado en ese hotel de Islamabad tendría entre sus víctimas a por lo menos un puñado de cónsules, embajadores y empresarios de Occidente.
De todos modos, es difícil que ese camión bomba no haya ido a la pesca de víctimas importantes. Es demasiada casualidad que el devastador ataque haya sido perpetrado justo en la noche de la cena entre el presidente y el primer ministro, dos hombres que quedaron en la mira de Al Qaeda y del brazo paquistaní del talibán, al comprometerse en la lucha contra el terrorismo que las potencias occidentales están librando en ese rincón de Asia Central.
Por lo tanto, es probable que los atacantes hayan sabido de la cena gubernamental. Si así fue, es porque las organizaciones terroristas que responden a Amir Baitulá Mehsud y al Maulana Fazlulá lograron infiltrar el ISI y la Mujabarat. Porque semejante información sólo pudo salir de la inteligencia paquistaní. Esos turbios aparatos de espionaje y contraespionaje que controlan, con el ejército, los misiles cuyas ojivas apuntan a Nueva Delhi y Bombay.
Que Al Qaeda y el talibán hayan infiltrado los servicios de inteligencia de Pakistán no fue la única noticia inquietante. Hubo otra que pasó casi inadvertida. Yemen, cuyo nombre significa “a la derecha” porque, respecto del sol naciente, está a la diestra de la ciudad donde nació Mahoma, no llama la atención aunque ocurran cataclismos. Oculto entre el Golfo de Adén, Omán y el desierto saudita, ese país fue escenario de un ataque que no alcanzó los titulares, a pesar de sus dieciséis muertos y de que ocurrió en la embajada de los Estados Unidos en Sanaa, la capital yemení. En la tierra de la reina de Saba y del antiguo reino Himyar ocurrieron cruciales ataques, como el que tuvo por blanco al destructor norteamericano USS-Col en el puerto de Adén.
Detrás de la pulseada que el presidente Alí Abdulá Saléh libra contra el jeque fundamentalista Abdelamjed al Zindani, hay un duelo mayor: el de Saleh y el terrorismo, que en Yemen lleva el sello de Al Qaeda. Ocurre que el país que está “a la derecha” de La Meca es el origen de la familia Bin Laden. Esa que al radicarse en Ryad engendró una de las fortunas más grandes del Oriente Medio y uno de los terroristas más devastadores de la historia.
Fuente: Por Claudio Fantini - Revista Noticias
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