Esta semana, los vecinos del predio de Palermo delimitado por las calles Soler, Paraguay, Godoy Cruz y Juan B. Justo -donde hasta hoy se yerguen los edificios abandonados de las ex Bodegas Giol y Santa Ana- se encontrarán con tres grandes carteles que anuncian el inicio de una obra de características desusadas en el país: un "supercentro" científico, tecnológico y cultural que albergará tres institutos de investigación de unos 4000 metros cuadrados cada uno, un museo científico, una biblioteca pública, tres auditorios (uno para 500 personas y dos para 150 que podrán unificarse en uno de 300), restaurantes, plaza y estacionamiento, y hasta una casa de huéspedes para investigadores visitantes con casi una veintena de habitaciones.
Los edificios, en los que tendrán sus sedes el nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, el Conicet, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, un instituto Max Planck de ciencias biomédicas (que ya tiene director, el doctor Eduardo Arzt), otro de bioseguridad y patentes, y el restante de nanotecnología y modelado por supercomputadoras (cuyos ocupantes aún están en estudio), ocuparán 40.000 metros cuadrados de superficie. El costo estimado de este emprendimiento, que no tiene parangón en las últimas tres décadas, ronda los 40 millones de dólares.
Pero si sus proporciones son inusuales, la obra también tendrá características singulares desde otros puntos de vista. Por ejemplo, la biblioteca, las cafeterías, los auditorios y el museo serán de uso público. "Eso hará que, a diferencia de lo que ocurre generalmente con los edificios del Estado, que durante los fines de semana están rodeados de un área vacía, éste esté totalmente integrado con la ciudad", afirma el arquitecto Luis Bruno, vicedecano de la Facultad de Arquitectura de la UBA, que tuvo a su cargo la organización del concurso de proyectos.
"Será un edificio sobrio y austero -explica Emilio Schargrodsky, uno de los autores del proyecto ganador, junto con Roberto Parysow, Germán Hauser y Daniela Ziblat-. Pretendemos que sea de vanguardia en el ahorro de energía. Por eso, lo pensamos como «de fachada ventilada», con parasoles pensados en relación con la posición del sol. Y también planeamos el tratamiento de «aguas grises»: la de los lavabos va a un tanque en el subsuelo, se filtra, se le hace un proceso de decantación, se le agrega color y luego se la envía al depósito de los mingitorios e inodoros. Quiere decir que podrá ahorrarse un 50% del agua potable en usos que no la requieren. También estamos estudiando la posibilidad de calentar el agua por medio de paneles solares."
El proceso que condujo a la elección de este proyecto tuvo intención ejemplar. "Pudimos completar una especie de «círculo virtuoso» -detalla Bruno-, en el que participó el Ministerio de Educación, en la gestión Filmus, y ahora el nuevo Ministerio de Ciencia, en la gestión Barañao, y la universidad pública. Hicimos un concurso de proyectos. Se presentaron once, de los cuales preseleccionamos cinco.
Los autores de estos últimos los defendieron frente a la comisión designada por el Ministerio, que eligió uno. Además, la facultad encargó estudios estructurales, se vaciaron los sótanos de agua, se volvió a medir el predio, se eliminaron 10.000 metros cuadrados del programa que nos parecieron redundantes..." Según explican la arquitecta Cristina Fernández, encargada de Relaciones Institucionales de la Facultad, y Hauser, también se pidió la asesoría de museólogos y especialistas en acústica e iluminación. La licitación tiene fecha para septiembre y la obra debería iniciarse en marzo del año próximo. Si todo avanza como está previsto.
Fuente: Por Nora Bär para el Diario La Nación