Por Moisés Naím
| Para LA NACION
Los países emergentes son como los
adolescentes: propensos a los accidentes. Se caen, resbalan, los
empujan, corren riesgos innecesarios. Por supuesto que, tal como nos
demostraron hace poco Estados Unidos y Europa, a veces las naciones
maduras también se comportan de manera inmadura. Sus accidentes son
menos frecuentes, pero cuando los tienen son enormes. El mundo aún está
pagando con desempleo y pobreza las irresponsables audacias financieras
de bancos, gobiernos y consumidores de los países más ricos. Y ahora nos
viene una crisis en los emergentes, esos países de menores ingresos
cuyas economías y el bienestar de su gente venían expandiéndose a un ritmo sin precedente.
El caso de la Argentina y Chile es muy ilustrativo: la economía argentina es un desastre y el gobierno de Cristina Fernández pasará a la historia como uno de los más catastróficos que ha tenido un país adicto a elegir gobernantes catastróficos. En contraste, Chile es un país cuyos gobiernos han venido haciendo las cosas bien, y de manera sostenida, independientemente de la ideología de quien está en el poder. Así, la economía chilena va bien y es un ejemplo para el mundo, mientras que la Argentina va muy mal y también es un ejemplo para el mundo de lo que no hay que hacer. Es muy racional entonces sacar el dinero de la Argentina. Y eso están haciendo tanto argentinos como extranjeros. Las reservas internacionales han llegado a su nivel más bajo en siete años, a pesar de los controles y otras medidas punitivas que el Gobierno improvisa en respuesta a una crisis que lo desborda. Según las agencias especializadas, la Argentina y Venezuela, junto con Ucrania, tienen la peor gestión económica y el mayor riesgo financiero del mundo.
¿Cómo está capeando Chile esta crisis? Mucho mejor. Al igual que ocurre en todos los demás países emergentes, su moneda se ha devaluado en los últimos meses, pero de una manera mucho más ordenada y sin mayor trauma. Lo mismo está pasando con otras economías sólidas: Corea del Sur, México y Filipinas están sufriendo menos por esta crisis que la Argentina, Ucrania y Venezuela, los tres países que, según las agencias especializadas, tienen la peor gestión económica y el mayor riesgo financiero del mundo. Esto significa que, por ahora, los inversores internacionales no ponen a todos los países emergentes en una misma canasta y diferencian en sus decisiones entre los que administran mal sus economías de aquellos que lo hacen mejor.
Pero, ¿qué les pasó? Cuando Estados Unidos y Europa estaban en recesión, los emergentes eran un pilar de la economía mundial y ahora son una amenaza. "Estos países, sobre todo los latinoamericanos, son mucho mejores manejando las crisis económicas que manejando la prosperidad", me dijo Luis Alberto Moreno, el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo. "Venimos de una época de abundancia que, al atenuarse, revela las precariedades de los países emergentes que no han profundizado las reformas económicas que necesitan. Estas reformas los harían menos vulnerables a los impactos que periódicamente les vienen de afuera", afirma Moreno.
Esta vez las economías emergentes están sufriendo una triple paliza: la caída de los precios de las materias primas que tanto exportan, el aumento de las tasas de interés internacionales y la resaca de años de abundancia vividos como si ésta no fuera a acabar nunca. La primera se origina en China, la segunda en Estados Unidos y la tercera es hecha en casa; un autogol que cada dispendioso gobierno emergente le marcó a su país. La abundancia permitió vivir por encima de las posibilidades y, como dice Moreno, no hacer las reformas necesarias.
Volviendo a la primera pregunta: ¿contagiarán los emergentes a los países más ricos? Es aún temprano para saberlo. Pero si bien la crisis de los emergentes ya ha impactado en los más ricos (las Bolsas de Estados Unidos, Europa y Japón tuvieron el peor enero desde 2010), el consenso de los expertos es que, por ahora, no hay signos de que el contagio vaya a ser grave. Ojalá.
© EL PAÍS, SL.
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