sábado, 6 de julio de 2013

Renuevan todas las luminarias por otras de mayor potencia

(Diario Clarín) - Comenzaron en Plaza Constitución y siguen en las avenidas Santa Fe, 9 de Julio y Juan B. Justo. La Ciudad pondrá en tres años 90.000 farolas nuevas con LED, que son más luminosas y económicas.
 
A plena luz. Las nuevas luminarias en postes y paradas de colectivos transforman el paisaje de Constitución en un ámbito más seguro para los vecinos y pasajeros. /EMMANUEL FERNANDEZ

Constitución es el ejemplo: la Ciudad ya comenzó a renovar todas sus luminarias públicas: las cambiarán por artefactos de tecnología LED. Son 125 mil, distribuidas a lo largo de las casi 24.500 cuadras que tiene Buenos Aires, y apuntan además a remediar las quejas por la inseguridad a causa del déficit de iluminación. La primera parte del proyecto de modernización largó en junio y prevé que en tres años haya 90 mil farolas nuevas. La tecnología LED (en inglés, Light-Emitting Diode, diodo emisor de luz) es sustentable, mucho más económica y duradera que la tradicional incandescente o fluorescente, pero además genera menos calor y mejora la calidad de la iluminación. La Ciudad espera ahorrar así un 50% en el gasto de energía y reducir los riegos de los vecinos. Además, con la instalación se implementará un sistema de gestión que permite monitorear en tiempo real el estado del alumbrado público, detectar problemas, programar el mantenimiento y adaptar la potencia según el horario

Actualmente, la Ciudad paga $ 170 millones por año en la iluminación de las calles: 100 millones se destinan a la electricidad y el resto, al mantenimiento. La cuenta que hacen desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público tiende a reducir entre un 45% y un 50% el consumo de energía y ahorrar entre un 25% y un 30% en relación al mantenimiento. 

La licitación pública para el trabajo de renovación fue adjudicada a Philips, la empresa de origen holandés que tiene una sede en la Argentina y trabaja en la producción de iluminación. Si bien los orígenes de los diodos se remontan a 1927, los emisores de luz fueron creados en 1962 y se incorporaron a electrodomésticos, controles remotos, equipos de sonido y computadoras, entre otras aplicaciones, para indicar encendido y apagado.

Y en los últimos años, con la luz blanca, su evolución fue imparable. Los especialistas manejan un ejemplo que explica esta revolución: mientras que los tubos fluorescentes duplicaron su eficiencia desde 1950, los LED incrementaron diez veces su performance desde 2000. Tanto los Estados como las empresas privadas de todo el mundo apuestan a su uso. En la Ciudad, los gobiernos de la Nación y de la Ciudad las utilizan también para iluminar sus edificios icónicos, como el Cabildo, la Pirámide de Mayo, el Congreso, bancos estatales, la Casa Rosada y muchos otros monumentos.

Las seis empresas que hacen el mantenimiento de las luminarias de la Ciudad tienen un cronograma de renovación de 3.000 lámparas por mes hasta diciembre. “Queremos que Buenos Aires sea una de las ciudades con mayor cantidad de LED en el alumbrado. Apuntamos a contribuir a nuestra meta de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero”, dijo Diego Santilli, ministro de Ambiente y Espacio Público porteño.

Además se implementará un sistema de gestión para monitorear en tiempo real el estado del alumbrado, programar el mantenimiento, regular la potencia de la luz y detectar las que no funcionan o quedan prendidas. Para unificar los colores y el tipo de luminaria, se decidió colocar blanco frío en las avenidas, blanco cálido en las calles peatonales y comerciales y blanco neutro en el resto de la Ciudad. Ya se ve en Constitución y siguen en las avenidas Santa Fe, 9 de Julio y Juan B. Justo.

El asesor Marcelo Iezzi, del departamento de Desarrollo Sostenible de PwC Argentina, opinó: “Se trata de un programa básico para una Ciudad; es lo primero que puede hacerse, cambiar las conductas dentro de su campo de acción”. Si bien el especialista reconoce los beneficios de la tecnología LED –en cuanto a costos, consumo y sustentabilidad–, entiende que “si la energía tuviese un precio real, al margen de los subsidios, sería más sencillo invertir pensando en la futura rentabilidad. Si no hay valores reales en relación a la energía, seguirá habiendo barreras para implementar el uso de energías renovables”, analizó.

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