La
mayor obra pública que se propuso el kirchnerismo podría inaugurar una
nueva manera de financiar infraestructura; o de lo contrario confirmará
una vez más que, pese a una "década ganada", el Gobierno jamás logró
generar la confianza necesaria como para que el mundo ponga dinero en
grandes proyectos en el país.
La presidenta Cristina Kirchner se ha dado el lujo de licitar por tercera vez la obra y está a punto de adjudicarla por segunda vez. Todos los intentos no han servido para otra cosa más que para edulcorar campañas. Siempre pasó lo mismo: a la hora de poner los millones, todo se termina.
Esta vez, todo el capital para financiar el proyecto lo debe aportar el consorcio que se adjudique la obra a cambio de una tasa de interés y, claro está, la operación de la represa. Luego, el Gobierno lo devolverá en cuotas. El subsecretario de Coordinación del Ministerio de Planificación, Roberto Baratta, uno de los funcionarios que hablan por boca del ministro Julio De Vido, fue el encargado durante los últimos días de anoticiar y aconsejar a los oferentes. Les informó que pese a que aún nada era oficial, el consorcio integrado por Electroingeniería, Hidrocuyo y Gezhouba Group (China), que cuenta con financiamiento chino, iba a resultar primero en el orden de mérito de ofertas. Luego vino el consejo: les repitió con énfasis que el Gobierno no quería impugnaciones a la decisión que pudieran frenar el proceso licitatorio.
Si las constructoras que pujan por quedarse con la obra le hacen caso, será el momento de ver si efectivamente el dinero oriental llega de una vez por todas a la infraestructura argentina. En los últimos meses se instaló un nuevo rubro en la relación comercial con China: el ferroviario. Pero a diferencia de lo que sucederá con esta megaobra, que requiere financiamiento a largo plazo, los vagones que poblarán los ramales Sarmiento y Mitre se pagaron con la modalidad contra entrega, casi al contado.
Jamás el kirchnerismo pudo financiar un proyecto con dinero privado, con créditos internacionales o con préstamos directos de un gobierno. Eso sí, hubo intentos, actos en la Casa Rosada y anuncios.
El primer caso similar a éste fue el malogrado tren bala. Hubo bancos privados, intermediación del gobierno francés y mucho lobby de Alstom como para que la obra se hiciera. Pero nunca se encontró un voluntario para poner dólares en un negocio que no se sabe cuánto recaudará, quién lo va a operar o cómo serán las reglas de juego.
Algo similar ocurrió con las anteriores licitaciones de las represas. ¿Cómo financiar una proyecto que venderá electricidad a no se sabe qué precio ni en qué condiciones regulatorias? No hay inversión genuina para enterrar la infraestructura que el país necesita como el aire. Quizá China sea el último candidato que le queda a la Argentina. Aunque los orientales conocen los códigos. La sonrisa para el anuncio se puede negociar; el dinero, no..
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