Por Fernando Gutierrez - iProfesional.com
La caja ya no es
la de antes y el Ejecutivo se ve entre la encrucijada de profundizar los
desequilibrios o, caso contrario, tomar medidas antipáticas que contradicen
principios básicos del "manual de economía K". ¿Cómo pueden verse afectados el
consumo e inversión de empresas en esta nueva etapa?
Verse forzado a elegir entre dos opciones es uno de los
costados más ingratos del gobernante. Y eso ocurre, sobre todo,
en los tiempos de vacas flacas, cuando el dinero ya no alcanza
para atender todos los objetivos.
En 2013, Cristina Kirchner vivirá esta sensación con más intensidad que en todos los años que lleva de gestión.
Es que, con el agotamiento de los "colchones" que permitían hacer políticas expansivas para empujar el crecimiento de la economía, ahora aparece en el horizonte una de las palabras más odiadas por los políticos: restricciones.
Y la elección no es fácil, porque pone a Cristina frente a uno de sus principales dilemas:
Pero, por otra parte, mantiene un apego a políticas muy afines al manual kirchnerista, como la negativa de plano a tomar crédito en el exterior, cuando hasta los gobernantes de discurso más radicalizado, como el boliviano Evo Morales, aprovechan el excelente momento de dólares baratos en el mercado internacional.
Lo cierto es que, ante la disminución de los recursos, llegó la hora de elegir. Los principales dilemas a los que se enfrenta Cristina durante 2013 son:
1. Reducir la inflación, a riesgo de enfriar la economía
Para el discurso oficial, la inflación es baja y no constituye un problema. Pero, si se observan las medidas económicas implementadas, queda en evidencia que existe preocupación por la aceleración de los precios.
Hasta los más críticos del "modelo K" tuvieron que admitir un reciente cambio de actitud en cuestiones tales como el uso dado a la "maquinita" de emitir billetes, la política salarial y el gasto público.
En relación al primer punto fue evidente, sobre todo, la preocupación por parte del Banco Central de no abusar y no caer en un exceso a la hora tener que financiar el desequilibrio fiscal.
Y es por eso que el gasto, que en el segundo trimestre de 2012 subía a un ritmo de casi 30% anual, pasó a crecer un 23 por ciento, es decir, por debajo de la inflación real.
Incluso, también unos puntos menos que la recaudación vía impuestos (que hacia fin de año subía en torno al 28 por ciento).
El propio viceministro Axel Kicillof, al presentar el presupuesto en el Congreso, había adelantado la intención oficial por moderar el gasto.
Por el lado de los analistas, algunos elogian el cambio de actitud, si bien temen que pueda traer el efecto indeseado de un freno en la economía, sobre todo por la falta de empuje de la obra pública.
Ello, sobre todo en algunas provincias muy dependientes de la "locomotora" estatal, podría agravar los problemas de empleo, uno de los aspectos donde el Gobierno ha puesto mayor cuidado.
Otros, en cambio, creen que en el contexto de un año electoral no será posible mantener esa moderación, y que el gasto público volverá a ser usado como "herramienta proselitista".
Lo cierto es que, aun con las señales de "moderación" ocurridas sobre fin de año, casi nadie entre los economistas pronostica una caída de la inflación respecto del 25% registrado en 2012.
Tampoco se prevé un desborde, pero el motivo de ello no es precisamente digno de festejo, porque está vinculado con el enfriamiento en el consumo.
"Un segundo año de desaceleración de la economía puede ser un freno importante para el alza de precios. El balance entre estos dos vectores indica, al menos, una no espiralización de la inflación", destaca Jorge Todesca, titular de la consultora Finsoport.
2. Mantener tarifas, a riesgo de agravar crisis energética
Lejos de los "tarifazos" de antaño, el cargo sobre los servicios de electricidad y gas anunciado por el Gobierno supone en buena parte de los hogares apenas un aumento promedio de $20 por bimestre por cada boleta.
A pesar de que los cambios se hacen con un gradualismo que los expertos consideran insuficiente, es cierto que se observa una determinación política de no empeorar la, de por sí, grave situación energética.
Es en ese sentido que se triplicó el precio del gas para las empresas que produzcan por encima del nivel actual, como forma de incentivar la alicaída inversión en exploración y explotación del hidrocarburo.
Pero claro, ello terminará, tarde o temprano, reflejándose en los precios de los servicios, algo a lo que el Gobierno le ha venido escapando, al punto que hace un año anunció con bombos y platillos un recorte de subsidios que luego quedó en la nada (o reducido a su mínima expresión).
De momento, parecería que la intención es seguir avanzando en esta línea, dado que el tema no sólo requiere de un gran esfuerzo fiscal (los subsidios a la electricidad y al gas equivalen, cada uno, a todo el déficit fiscal del país) sino, además, insume divisas por unos u$s6.000 millones.
Una prueba de que el Ejecutivo entiende que alcanzó un límite es el reciente anuncio sobre un aumento en los sensibles rubros de transporte colectivo y tren.
3. Moderar salarios, a riesgo de enfriar el consumo
Cada vez que pronuncia un discurso, Cristina se preocupa de dejar en claro que el consumo es parte fundamental del crecimiento de un país, y que de ninguna manera está dispuesta a sacrificar esa variable.
Sin embargo, sus últimas actitudes parecen contradecir, o al menos poner un límite, a ese principio. Ya en 2012 criticó a los dirigentes sindicales que hacían pedidos salariales "excesivos" al punto de poner en riesgo la estabilidad del empleo.
Ahora, esa preocupación se institucionalizó en una reunión tripartita, en la que el Gobierno pidió oficialmente moderación para las próximas paritarias, y además estableció este hecho como condición para la suba del "piso" del Impuesto a las Ganancias.
En otras palabras, no sólo parece manifestar preocupación por la competitividad empresarial sino también porque no haya un exceso de demanda.
Las recientes medidas de lucha del gremio bancario (el primero en negociar paritarias) luce como un adelanto preocupante de lo que puede ser un año conflictivo.
Por lo pronto, los analistas creen que el incremento de los salarios del sector sindicalizado rondará un 24% (es decir, una leve caída real) y variaciones menores para el resto.
Además, advierten sobre el riesgo de que negociaciones complejas puedan frenar más el consumo.
"El Gobierno debería plantear los cierres salariales no más allá de abril, para que los impactos de las políticas de ingresos sobre la demanda sean plenos", señala Ricardo Delgado, economista jefe de la consultora Analytica.
4. Cuidar dólares e importaciones, a riesgo de crecer menos
Este es uno de los dilemas más grandes de Cristina: el duro cierre importador de 2012 le permitió al Gobierno compensar un año flojo de exportaciones agrícolas y, de esa manera, obtener los dólares necesarios para hacer frente a las obligaciones del Estado.
Pero ello tuvo el alto costo de limitar la actividad económica, además de generar conflictos con los países socios.
Con la perspectiva de un 2013 con mejores precios y mayor producción, se había generado cierta expectativa en el sentido de un afloje en los controles comerciales, lo cual hacía prever más consumo, más compra de bienes de capital y más empuje al crecimiento.
Sin embargo, a esta altura no está tan claro que ello vaya a ser la tónica de este 2013.
"No creemos que se liberen masivamente las trabas a las importaciones, sino que la apertura será en forma selectiva y se dará marginalmente", apunta el informe de Economía&Regiones.
También Hernán Lacunza, ex gerente del Banco Central, cree que dicha apertura será limitada: "Las importaciones no podrán crecer mucho, porque el Gobierno va a necesitar los dólares, por lo menos u$s10.000 millones, para hacer frente a sus obligaciones".
De hecho, hay cierto consenso entre los economistas respecto de que la administración kirchnerista no resignará su consigna de mantener el superávit comercial por encima de esa cifra. Es decir, que la "canilla" de las importaciones se abrirá o cerrará en función de los dólares adicionales que ingresen por la venta de productos albicelestes al mundo.
Esta presunción se basa, además, en la firme negativa del Gobierno a ir en busca de los mercados internacionales de crédito, algo que ha sido criticado por los analistas, porque implica un crecimiento económico por debajo del potencial del país.
"Podríamos buscar financiamiento externo o incentivar el ingreso de dólares a través de la inversión extranjera directa", plantea Miguel Bein, un convencido de que la estrategia de "vivir con lo nuestro" implica resignarse a un crecimiento lento.
"No se puede engrupir a la gente y hacerle creer que así cerraditos creceremos igual que en los últimos años", agrega el influyente economista.
Entre querer y poder
En resumen, Cristina tiene muchos dilemas para este 2013 que comienza a escribir sus primeras páginas. Y lo que está quedando claro es que en muchos casos se plantea una disputa entre los deseos políticos y las restricciones que imponen la dura realidad.
Hay también quienes piensan que, más allá de los diagnósticos, hay algo en los "genes" del kirchnerismo que impiden cualquier viraje hacia una corrección de los desequilibrios.
Al respecto, resultan expresivas las palabras de Santiago Urbiztondo, economista de la Fundación FIEL: "Hacerlo requeriría ‘nacer de nuevo', cambiar los ejecutores de las políticas públicas (...) poniendo en práctica una autocrítica extrema. Es decir, cometer un ‘sincericidio político', impropio de esta administración".
En 2013, Cristina Kirchner vivirá esta sensación con más intensidad que en todos los años que lleva de gestión.
Es que, con el agotamiento de los "colchones" que permitían hacer políticas expansivas para empujar el crecimiento de la economía, ahora aparece en el horizonte una de las palabras más odiadas por los políticos: restricciones.
Y la elección no es fácil, porque pone a Cristina frente a uno de sus principales dilemas:
- Realizar un ajuste y, por lo tanto, pagar un alto costo político, justo en un año electoral, o
- Forzar aun más la maquinaria del consumo, a costa del riesgo de agravar la inflación, perder más competitividad y frenar la inversión.
Pero, por otra parte, mantiene un apego a políticas muy afines al manual kirchnerista, como la negativa de plano a tomar crédito en el exterior, cuando hasta los gobernantes de discurso más radicalizado, como el boliviano Evo Morales, aprovechan el excelente momento de dólares baratos en el mercado internacional.
Lo cierto es que, ante la disminución de los recursos, llegó la hora de elegir. Los principales dilemas a los que se enfrenta Cristina durante 2013 son:
1. Reducir la inflación, a riesgo de enfriar la economía
Para el discurso oficial, la inflación es baja y no constituye un problema. Pero, si se observan las medidas económicas implementadas, queda en evidencia que existe preocupación por la aceleración de los precios.
Hasta los más críticos del "modelo K" tuvieron que admitir un reciente cambio de actitud en cuestiones tales como el uso dado a la "maquinita" de emitir billetes, la política salarial y el gasto público.
En relación al primer punto fue evidente, sobre todo, la preocupación por parte del Banco Central de no abusar y no caer en un exceso a la hora tener que financiar el desequilibrio fiscal.
Y es por eso que el gasto, que en el segundo trimestre de 2012 subía a un ritmo de casi 30% anual, pasó a crecer un 23 por ciento, es decir, por debajo de la inflación real.
Incluso, también unos puntos menos que la recaudación vía impuestos (que hacia fin de año subía en torno al 28 por ciento).
El propio viceministro Axel Kicillof, al presentar el presupuesto en el Congreso, había adelantado la intención oficial por moderar el gasto.
Por el lado de los analistas, algunos elogian el cambio de actitud, si bien temen que pueda traer el efecto indeseado de un freno en la economía, sobre todo por la falta de empuje de la obra pública.
Ello, sobre todo en algunas provincias muy dependientes de la "locomotora" estatal, podría agravar los problemas de empleo, uno de los aspectos donde el Gobierno ha puesto mayor cuidado.
Otros, en cambio, creen que en el contexto de un año electoral no será posible mantener esa moderación, y que el gasto público volverá a ser usado como "herramienta proselitista".
Lo cierto es que, aun con las señales de "moderación" ocurridas sobre fin de año, casi nadie entre los economistas pronostica una caída de la inflación respecto del 25% registrado en 2012.
Tampoco se prevé un desborde, pero el motivo de ello no es precisamente digno de festejo, porque está vinculado con el enfriamiento en el consumo.
"Un segundo año de desaceleración de la economía puede ser un freno importante para el alza de precios. El balance entre estos dos vectores indica, al menos, una no espiralización de la inflación", destaca Jorge Todesca, titular de la consultora Finsoport.
2. Mantener tarifas, a riesgo de agravar crisis energética
Lejos de los "tarifazos" de antaño, el cargo sobre los servicios de electricidad y gas anunciado por el Gobierno supone en buena parte de los hogares apenas un aumento promedio de $20 por bimestre por cada boleta.
A pesar de que los cambios se hacen con un gradualismo que los expertos consideran insuficiente, es cierto que se observa una determinación política de no empeorar la, de por sí, grave situación energética.
Es en ese sentido que se triplicó el precio del gas para las empresas que produzcan por encima del nivel actual, como forma de incentivar la alicaída inversión en exploración y explotación del hidrocarburo.
Pero claro, ello terminará, tarde o temprano, reflejándose en los precios de los servicios, algo a lo que el Gobierno le ha venido escapando, al punto que hace un año anunció con bombos y platillos un recorte de subsidios que luego quedó en la nada (o reducido a su mínima expresión).
De momento, parecería que la intención es seguir avanzando en esta línea, dado que el tema no sólo requiere de un gran esfuerzo fiscal (los subsidios a la electricidad y al gas equivalen, cada uno, a todo el déficit fiscal del país) sino, además, insume divisas por unos u$s6.000 millones.
Una prueba de que el Ejecutivo entiende que alcanzó un límite es el reciente anuncio sobre un aumento en los sensibles rubros de transporte colectivo y tren.
3. Moderar salarios, a riesgo de enfriar el consumo
Cada vez que pronuncia un discurso, Cristina se preocupa de dejar en claro que el consumo es parte fundamental del crecimiento de un país, y que de ninguna manera está dispuesta a sacrificar esa variable.
Sin embargo, sus últimas actitudes parecen contradecir, o al menos poner un límite, a ese principio. Ya en 2012 criticó a los dirigentes sindicales que hacían pedidos salariales "excesivos" al punto de poner en riesgo la estabilidad del empleo.
Ahora, esa preocupación se institucionalizó en una reunión tripartita, en la que el Gobierno pidió oficialmente moderación para las próximas paritarias, y además estableció este hecho como condición para la suba del "piso" del Impuesto a las Ganancias.
En otras palabras, no sólo parece manifestar preocupación por la competitividad empresarial sino también porque no haya un exceso de demanda.
Las recientes medidas de lucha del gremio bancario (el primero en negociar paritarias) luce como un adelanto preocupante de lo que puede ser un año conflictivo.
Por lo pronto, los analistas creen que el incremento de los salarios del sector sindicalizado rondará un 24% (es decir, una leve caída real) y variaciones menores para el resto.
Además, advierten sobre el riesgo de que negociaciones complejas puedan frenar más el consumo.
"El Gobierno debería plantear los cierres salariales no más allá de abril, para que los impactos de las políticas de ingresos sobre la demanda sean plenos", señala Ricardo Delgado, economista jefe de la consultora Analytica.
4. Cuidar dólares e importaciones, a riesgo de crecer menos
Este es uno de los dilemas más grandes de Cristina: el duro cierre importador de 2012 le permitió al Gobierno compensar un año flojo de exportaciones agrícolas y, de esa manera, obtener los dólares necesarios para hacer frente a las obligaciones del Estado.
Pero ello tuvo el alto costo de limitar la actividad económica, además de generar conflictos con los países socios.
Con la perspectiva de un 2013 con mejores precios y mayor producción, se había generado cierta expectativa en el sentido de un afloje en los controles comerciales, lo cual hacía prever más consumo, más compra de bienes de capital y más empuje al crecimiento.
Sin embargo, a esta altura no está tan claro que ello vaya a ser la tónica de este 2013.
"No creemos que se liberen masivamente las trabas a las importaciones, sino que la apertura será en forma selectiva y se dará marginalmente", apunta el informe de Economía&Regiones.
También Hernán Lacunza, ex gerente del Banco Central, cree que dicha apertura será limitada: "Las importaciones no podrán crecer mucho, porque el Gobierno va a necesitar los dólares, por lo menos u$s10.000 millones, para hacer frente a sus obligaciones".
De hecho, hay cierto consenso entre los economistas respecto de que la administración kirchnerista no resignará su consigna de mantener el superávit comercial por encima de esa cifra. Es decir, que la "canilla" de las importaciones se abrirá o cerrará en función de los dólares adicionales que ingresen por la venta de productos albicelestes al mundo.
Esta presunción se basa, además, en la firme negativa del Gobierno a ir en busca de los mercados internacionales de crédito, algo que ha sido criticado por los analistas, porque implica un crecimiento económico por debajo del potencial del país.
"Podríamos buscar financiamiento externo o incentivar el ingreso de dólares a través de la inversión extranjera directa", plantea Miguel Bein, un convencido de que la estrategia de "vivir con lo nuestro" implica resignarse a un crecimiento lento.
"No se puede engrupir a la gente y hacerle creer que así cerraditos creceremos igual que en los últimos años", agrega el influyente economista.
Entre querer y poder
En resumen, Cristina tiene muchos dilemas para este 2013 que comienza a escribir sus primeras páginas. Y lo que está quedando claro es que en muchos casos se plantea una disputa entre los deseos políticos y las restricciones que imponen la dura realidad.
Hay también quienes piensan que, más allá de los diagnósticos, hay algo en los "genes" del kirchnerismo que impiden cualquier viraje hacia una corrección de los desequilibrios.
Al respecto, resultan expresivas las palabras de Santiago Urbiztondo, economista de la Fundación FIEL: "Hacerlo requeriría ‘nacer de nuevo', cambiar los ejecutores de las políticas públicas (...) poniendo en práctica una autocrítica extrema. Es decir, cometer un ‘sincericidio político', impropio de esta administración".
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