Por Daniel Gallo - LA NACION
Todas las variantes de contención social juvenil parecen girar alrededor del restablecimiento de un servicio, más o menos, militar. Con denominaciones diferentes y objetivos variados, el corazón central de los proyectos en el Congreso es inyectar algo de disciplina castrense a jóvenes sin futuro. Tiempo atrás se tenía la idea de que el chico se hacía hombre con un año de servicios armados. Pero la guerra en las islas Malvinas mostró que el país debía ser defendido con más profesionalismo que voluntad. La sociedad cambió entonces su mirada sobre la conscripción. Un asesinato completó el rechazo.
Pero el péndulo social oscila nuevamente hacia la solución cuartelera. Hoy asusta más la real amenaza de un menor delincuente que la potencial exposición de un hijo a una guerra. Que hagan algo con los jóvenes dentro de los regimientos es el concepto detrás de los proyectos. Enseñarles oficios. Sacarlos de la calle.
A los militares mucho no les convence volver a ese papel. El servicio militar voluntario dio un perfil profesional a las Fuerzas Armadas. Se contratan hombres y mujeres, hasta los 28 años para que aprendan a combatir. Aquellos que se anotan lo hacen con el deseo de integrarse en las filas castrenses. Esa vocación sirve para el trabajo. No hay que cuidar que alguien se escape de un lugar en el que quiere estar.
Preferirían como alternativa el aumento de la cantidad de soldados voluntarios. Si es un incremento importante, serviría como generador de empleo y de expectativas de vida. Pero para eso se requiere un fuerte convencimiento político. Y no mirar la vida por el espejo retrovisor.
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