Pese al clásico cliché de periodo escaso en noticias, raro es el verano que no trae consigo la aparición o agudización de alguna crisis bélica importante.
En 2014 este fenómeno ha sido especialmente intenso no solo por los numerosos conflictos armados en curso, sino por sus graves consecuencias regionales y globales. Para los estados europeos la situación resulta aún más preocupante porque la mayoría de las crisis han tenido lugar en su periferia, han afectado directamente sus intereses y están poniendo progresivamente en riesgo su propia seguridad.
Vamos a referirnos a los cuatro conflictos de mayor relevancia que han acaparado los titulares en los meses estivales: la crisis en Ucrania, la espectacular ofensiva del Estado Islámico en Irak y Siria, el nuevo episodio de enfrentamiento entre Hamas e Israel en Gaza y el caos que progresivamente se apodera de Libia.
La situación en Ucrania
En Ucrania la crisis ha alcanzado ya el nivel de guerra civil. Durante meses las milicias separatistas fueron alimentadas por Moscú lo necesario para prolongar el conflicto pero no tanto como para hacer demasiado evidente la intervención rusa. El derribo el 17 de julio del vuelo MH 17 fue, aparte de una tragedia, un golpe muy negativo para los intereses de los separatistas y de la Federación Rusa. Efecto negativo que se amplió cuando, tras meses de vacilaciones y ante la evidencia de que el conflicto estaba fuera de control, tanto Estados Unidos como la UE decidieron a finales de julio aplicar sanciones económicas realmente dolorosas.
Pero el terrible incidente, que algunos interpretaron como el fin de la insurgencia separatista ucraniana, no ha tenido de momento demasiadas consecuencias. Las responsabilidades del derribo del avión malasio se han diluido en una maraña de acusaciones mutuas y dificultades para acceder a los restos del aparato y llevar a cabo una investigación seria. Todos los líderes separatistas relacionados con el suceso han sido ya discretamente relevados de su cargo.
Al mismo tiempo Moscú decidió jugar la carta humanitaria. Los rebeldes se replegaron hacia zonas densamente urbanizadas donde resultaba difícil para Kiev evitar bajas civiles. La neutralización de la fuerza aérea ucraniana por la eficaz defensa aérea de los separatistas obligó a utilizar masivamente la artillería convencional. Sin proyectiles guiados ni sistemas de observación y dirección de tiro avanzados el resultado fue un dramático aumento de civiles muertos y heridos.
Rusia mostró su indignación ante diversos organismos internacionales y organizó un gran convoy humanitario que sirvió para concentrar la atención internacional y desviarla del evidente refuerzo en equipo y personal que se estaba produciendo en las filas rebeldes, justo cuando la ofensiva ucraniana comenzaba a perder fuelle ante un severo desgaste (unas 3500 bajas entre muertos heridos a mediados de agosto).
Vamos a referirnos a los cuatro conflictos de mayor relevancia que han acaparado los titulares en los meses estivales: la crisis en Ucrania, la espectacular ofensiva del Estado Islámico en Irak y Siria, el nuevo episodio de enfrentamiento entre Hamas e Israel en Gaza y el caos que progresivamente se apodera de Libia.
La situación en Ucrania
En Ucrania la crisis ha alcanzado ya el nivel de guerra civil. Durante meses las milicias separatistas fueron alimentadas por Moscú lo necesario para prolongar el conflicto pero no tanto como para hacer demasiado evidente la intervención rusa. El derribo el 17 de julio del vuelo MH 17 fue, aparte de una tragedia, un golpe muy negativo para los intereses de los separatistas y de la Federación Rusa. Efecto negativo que se amplió cuando, tras meses de vacilaciones y ante la evidencia de que el conflicto estaba fuera de control, tanto Estados Unidos como la UE decidieron a finales de julio aplicar sanciones económicas realmente dolorosas.
Pero el terrible incidente, que algunos interpretaron como el fin de la insurgencia separatista ucraniana, no ha tenido de momento demasiadas consecuencias. Las responsabilidades del derribo del avión malasio se han diluido en una maraña de acusaciones mutuas y dificultades para acceder a los restos del aparato y llevar a cabo una investigación seria. Todos los líderes separatistas relacionados con el suceso han sido ya discretamente relevados de su cargo.
Al mismo tiempo Moscú decidió jugar la carta humanitaria. Los rebeldes se replegaron hacia zonas densamente urbanizadas donde resultaba difícil para Kiev evitar bajas civiles. La neutralización de la fuerza aérea ucraniana por la eficaz defensa aérea de los separatistas obligó a utilizar masivamente la artillería convencional. Sin proyectiles guiados ni sistemas de observación y dirección de tiro avanzados el resultado fue un dramático aumento de civiles muertos y heridos.
La entrada y rápida salida del convoy de Ucrania, sin el permiso de las autoridades de Kiev, marcó el inicio de una contraofensiva de las milicias separatistas, con un apoyo cada vez más evidente de fuerzas regulares rusas. En el momento de escribir estas líneas la ofensiva ha dado un vuelco a la situación sobre el terreno. Los separatistas han llegado ya hasta el Mar de Azov y embolsado a miles de combatientes ucranianos al Sur de Donetsk. La desastrosa situación sobre el terreno, y las dificultades económicas para sostener la campaña ha obligado al presidente ucraniano Poroshenko a aceptar un alto el fuego, cuyos términos han sido en su mayoría dictados desde Moscú.
La reacción rusa a las sanciones no ha sido menos animosa. El veto a las importaciones de productos agrícolas ha tocado uno de los puntos sensibles de la economía de la UE, y las autoridades rusas han tenido tiempo, en los meses previos de inactividad europea, para tomar medidas que mitiguen el impacto de las sanciones de Bruselas. Pero la gran baza de Putin es, como para todo estratega ruso que se precie, la llegada del invierno. Descartada ya la neutralización de las áreas rebeldes para el otoño, Ucrania se asoma a la perspectiva de una ruina helada. Y Europa al difícil desafío de sustituir el gas ruso en un contexto de recuperación económica todavía muy dudosa.
La reacción rusa a las sanciones no ha sido menos animosa. El veto a las importaciones de productos agrícolas ha tocado uno de los puntos sensibles de la economía de la UE, y las autoridades rusas han tenido tiempo, en los meses previos de inactividad europea, para tomar medidas que mitiguen el impacto de las sanciones de Bruselas. Pero la gran baza de Putin es, como para todo estratega ruso que se precie, la llegada del invierno. Descartada ya la neutralización de las áreas rebeldes para el otoño, Ucrania se asoma a la perspectiva de una ruina helada. Y Europa al difícil desafío de sustituir el gas ruso en un contexto de recuperación económica todavía muy dudosa.
La pregunta principal es ¿Qué pretende Vladimir Putin? Probablemente lo que se adivinó desde un principio: desestabilizar el gobierno ucraniano hasta que Kiev acepte negociar en condiciones favorables para Moscú. Eso significaría una muy amplia autonomía de las regiones del Este, que mantendrían una constante amenaza de escisión ante cualquier gesto de Kiev que disguste a Moscú.
La alternativa, si la opción negociadora falla, sería provocar la partición de Ucrania. Pero es poco probable que los estrategas rusos se conformen entonces con una Nueva Rusia integrada por Donetsk y Luhansk. No es descabellado pensar que Jarkov, Odessa y toda la costa del Mar de Azov estén en el punto de mira de las ambiciones rusas. Los restos de una Ucrania rota y arruinada se dejarían entonces a la atención de la Unión Europea, y como un trágico regalo de advertencia para la OTAN.
La siguiente pregunta sería; ¿Y qué piensan hacer los estados europeos al respecto? La respuesta es todavía una incógnita. Cabe albergar serias dudas sobre endurecimiento de las declaraciones de los líderes de la OTAN durante la cumbre de esta semana, sobre todo si se tiene en cuenta que se han producido coincidiendo con un alto el fuego totalmente favorable a los intereses rusos. El anuncio de nuevas y vacilantes sanciones no ha evitado que el índice MICEX de Moscú haya subido más de 6% esta semana y esté ya en zona de ganancias anuales. El caso es que la guerra ha llamado a las puertas de Europa y sus dirigentes se miran unos a otros, y todos a Estados Unidos, para ver si alguien responde a la llamada.
La alternativa, si la opción negociadora falla, sería provocar la partición de Ucrania. Pero es poco probable que los estrategas rusos se conformen entonces con una Nueva Rusia integrada por Donetsk y Luhansk. No es descabellado pensar que Jarkov, Odessa y toda la costa del Mar de Azov estén en el punto de mira de las ambiciones rusas. Los restos de una Ucrania rota y arruinada se dejarían entonces a la atención de la Unión Europea, y como un trágico regalo de advertencia para la OTAN.
La siguiente pregunta sería; ¿Y qué piensan hacer los estados europeos al respecto? La respuesta es todavía una incógnita. Cabe albergar serias dudas sobre endurecimiento de las declaraciones de los líderes de la OTAN durante la cumbre de esta semana, sobre todo si se tiene en cuenta que se han producido coincidiendo con un alto el fuego totalmente favorable a los intereses rusos. El anuncio de nuevas y vacilantes sanciones no ha evitado que el índice MICEX de Moscú haya subido más de 6% esta semana y esté ya en zona de ganancias anuales. El caso es que la guerra ha llamado a las puertas de Europa y sus dirigentes se miran unos a otros, y todos a Estados Unidos, para ver si alguien responde a la llamada.
Irak/Siria
La potente ofensiva de los yihadistas del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria ha sido quizás el acontecimiento bélico más inesperado del verano. Es cierto que, desde principios de año, el EI había conseguido hacerse con el control de varias ciudades en Irak (Faluya y parte de Ramadi entre ellas) gracias al apoyo de las tribus sunníes locales. En Siria había logrado también imponerse a otros grupos rebeldes y consolidar su dominio en la parte nororiental del país. Pero la explosión de acontecimientos que han tenido lugar desde junio ha supuesto una sorpresa especialmente preocupante.
Primero se produjo el hundimiento del ejército iraquí en Mosul y el rápido avance de los yihadistas hacia Bagdad, que a duras penas fue contenido al norte de la capital. Después, la conquista de prácticamente todo el Oeste iraquí lo que permitió al EI declarar la fundación de un califato islámico en una vasta región entre Siria e Irak. Más tarde una potente ofensiva en Siria causaba el mayor número de bajas entre las fuerzas gubernamentales de Al Assad desde hace más de un año. Los yihadistas barrían a las fuerzas del régimen de la provincia de Raqqah, haciéndose con bases militares y campos de gas y petróleo. Finalmente, los combatientes kurdos, en los que se habían puesto grandes esperanzas para detener al EI, se veían obligados a retroceder hacia su capital Erbil, forzando a Estados Unidos a lanzar ataques aéreos para detener el avance yihadista.
Resulta sorprendente que el EI sea capaz de lanzar operaciones en varios frentes a la vez con semejante energía. Ciertamente nunca hay que subestimar el poder de una horda de fanáticos, pero desgraciadamente el EI parece ser algo más que eso. La alianza con las tribus sunníes de Irak ha sido un elemento decisivo, especialmente para hacerse con el control de las provincias del Oeste y el Norte del país. Pero por sí solo tampoco explica el auge del grupo yihadista, ni su capacidad para humillar a la vez a las fuerzas armadas sirias, iraquíes y kurdas, aparte de a otros grupos islamistas de la oposición siria.
La gestión financiera y logística aparece como uno de los elementos que explicarían ese auge. La organización se ha mostrado muy eficaz para explotar recursos locales en las áreas conquistadas en Siria y se dice que incluso ha vendido petróleo al régimen de Al Assad, en una de esas paradojas tan difíciles de comprender para un occidental en los conflictos de Oriente Medio. Los éxitos en Siria e Irak, la fundación de un califato y una estrategia de comunicación pública sorprendentemente moderna y bien dirigida han convertido al EI en el beneficiario principal de las redes globales de reclutamiento y financiación que alimentan el yihadismo. Y por último las sospechas de un apoyo directo o indirecto por parte de algunas monarquías del Golfo resultan difíciles de descartar. No sería la primera vez que se intenta utilizar a los yihadistas como instrumento para conseguir objetivos estratégicos en la región, aunque siempre con resultados desastrosos.
La crisis ha creado extraños aliados. Irán y Estados Unidos coinciden ahora en que hay que frenar al EI como sea. Y para ello no han dudado en colaborar para apartar de su cargo al primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, a quien se hace responsable de que las tribus sunníes se hayan unido al EI en respuesta a su política descaradamente sectaria en beneficio de la mayoría chií. Por su parte, Al Assad se ha convertido repentinamente en puntal geopolítico de Occidente en la región, ya que el hundimiento de su régimen terminaría por convertir al EI en dueño de gran parte del Creciente Fértil. Un reticente Obama se ha visto obligado a intervenir de nuevo en Irak, con el Pentágono aconsejando extender la intervención también al territorio sirio. Los ataques aéreos norteamericanos parece que han conseguido estabilizar la situación en el Norte de Irak, y han dado un respiro a los combatientes kurdos e iraquíes para reorganizarse y contratacar.
Durante el verano los militantes del EI se han encargado de mantener las redacciones de los principales medios de comunicación bien abastecidas de imágenes brutales y casi apocalípticas. Cristianos, yazidíes, chiíes o simples sunníes moderados huyen desesperadamente de matanzas masivas, que además son aireadas con orgullo. Paradójicamente, en esta brutalidad sin límites se encuentra la vulnerabilidad tradicional del yihadismo, y las razones de su fracaso en múltiples lugares del mundo. Fue en parte esta brutalidad la que ya provocó que las tribus sunníes iraquíes se convirtiesen en aliados de Estados Unidos a partir de 2005, y probablemente hará que abandonen de nuevo a los yihadistas si se abren perspectivas razonables para sus aspiraciones políticas.
El nuevo gobierno iraquí, la intervención de Estados Unidos y la aparente unidad internacional tanto en la condena a los yihadistas como en la disponibilidad a contribuir en la lucha contra ellos quizás conjuren la amenaza a medio plazo. Pero como ya ha advertido Obama no será rápido ni se logrará sin sufrimiento.
La potente ofensiva de los yihadistas del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria ha sido quizás el acontecimiento bélico más inesperado del verano. Es cierto que, desde principios de año, el EI había conseguido hacerse con el control de varias ciudades en Irak (Faluya y parte de Ramadi entre ellas) gracias al apoyo de las tribus sunníes locales. En Siria había logrado también imponerse a otros grupos rebeldes y consolidar su dominio en la parte nororiental del país. Pero la explosión de acontecimientos que han tenido lugar desde junio ha supuesto una sorpresa especialmente preocupante.
Primero se produjo el hundimiento del ejército iraquí en Mosul y el rápido avance de los yihadistas hacia Bagdad, que a duras penas fue contenido al norte de la capital. Después, la conquista de prácticamente todo el Oeste iraquí lo que permitió al EI declarar la fundación de un califato islámico en una vasta región entre Siria e Irak. Más tarde una potente ofensiva en Siria causaba el mayor número de bajas entre las fuerzas gubernamentales de Al Assad desde hace más de un año. Los yihadistas barrían a las fuerzas del régimen de la provincia de Raqqah, haciéndose con bases militares y campos de gas y petróleo. Finalmente, los combatientes kurdos, en los que se habían puesto grandes esperanzas para detener al EI, se veían obligados a retroceder hacia su capital Erbil, forzando a Estados Unidos a lanzar ataques aéreos para detener el avance yihadista.
La gestión financiera y logística aparece como uno de los elementos que explicarían ese auge. La organización se ha mostrado muy eficaz para explotar recursos locales en las áreas conquistadas en Siria y se dice que incluso ha vendido petróleo al régimen de Al Assad, en una de esas paradojas tan difíciles de comprender para un occidental en los conflictos de Oriente Medio. Los éxitos en Siria e Irak, la fundación de un califato y una estrategia de comunicación pública sorprendentemente moderna y bien dirigida han convertido al EI en el beneficiario principal de las redes globales de reclutamiento y financiación que alimentan el yihadismo. Y por último las sospechas de un apoyo directo o indirecto por parte de algunas monarquías del Golfo resultan difíciles de descartar. No sería la primera vez que se intenta utilizar a los yihadistas como instrumento para conseguir objetivos estratégicos en la región, aunque siempre con resultados desastrosos.
La crisis ha creado extraños aliados. Irán y Estados Unidos coinciden ahora en que hay que frenar al EI como sea. Y para ello no han dudado en colaborar para apartar de su cargo al primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, a quien se hace responsable de que las tribus sunníes se hayan unido al EI en respuesta a su política descaradamente sectaria en beneficio de la mayoría chií. Por su parte, Al Assad se ha convertido repentinamente en puntal geopolítico de Occidente en la región, ya que el hundimiento de su régimen terminaría por convertir al EI en dueño de gran parte del Creciente Fértil. Un reticente Obama se ha visto obligado a intervenir de nuevo en Irak, con el Pentágono aconsejando extender la intervención también al territorio sirio. Los ataques aéreos norteamericanos parece que han conseguido estabilizar la situación en el Norte de Irak, y han dado un respiro a los combatientes kurdos e iraquíes para reorganizarse y contratacar.
El nuevo gobierno iraquí, la intervención de Estados Unidos y la aparente unidad internacional tanto en la condena a los yihadistas como en la disponibilidad a contribuir en la lucha contra ellos quizás conjuren la amenaza a medio plazo. Pero como ya ha advertido Obama no será rápido ni se logrará sin sufrimiento.
El conflicto en Gaza
En Gaza se ha vuelto a producir una de las sangrientas y periódicas explosiones de esa olla a presión en la que se ha convertido la Franja. El terrible asesinato aún no aclarado de tres adolescentes israelíes, seguido por la muerte no menos terrible de un joven palestino a manos de radicales judíos fue la espoleta que volvió a desencadenar la tragedia. Como trasfondo la insostenible situación de un área superpoblada, con un acceso muy limitado a cualquier tipo de recurso, gobernada por extremistas en su interior y con un gobierno israelí también especialmente propenso al extremismo en el exterior.
El golpe de estado que sacó del poder a los Hermanos Musulmanes en Egipto creó una situación preocupante para Hamas, por lo que una apertura de hostilidades como medio para recuperar protagonismo y obligar a Israel a negociar era previsible. Y Hamas se ha preparado concienzudamente para ello en los últimos años.
La crisis se inició con el habitual lanzamiento de cohetes por parte de las milicias palestinas. Cohetes más potentes, de mayor alcance y en mayor número que en ocasiones anteriores. El sistema antiproyectiles israelí Iron Dome funcionó muy bien, mejor de lo esperado, aunque se trata de una herramienta extremadamente cara. Cada misil interceptor cuesta 50.000 dólares, y aunque el sistema solo ataca aquellos proyectiles que calcula pueden caer en áreas pobladas, hacer frente a un ataque masivo supone un gasto considerable.
Desde el primer momento, los soldados israelíes se encontraron con una compleja red subterránea por la que los combatientes de Hamas se movían con relativa seguridad. La súbita aparición de grupos armados en la retaguardia israelí, e incluso en el propio suelo de Israel, provocó una gran alarma y endureció los combates hasta límites especialmente dramáticos. La necesidad de evitar que algunas unidades quedaran cercadas o arrolladas por los combatientes palestinos llevó a los mandos israelíes a lanzar ataques aéreos y de artillería devastadores, como el sufrido por el barrio de Shejaiya, en los que el número de bajas civiles se disparó.
Israel ha demostrado de nuevo su determinación para afrontar cualquier amenaza contra su seguridad sin retroceder ante presiones internacionales. Y de paso también ha demostrado que cada día tiene menos que temer de los cohetes de Hamas. Pero el movimiento islamista ha demostrado a su vez que es ahora menos vulnerable a los ataques de Israel, y que si las fuerzas del Tsahal osan pisar el suelo de Gaza tendrán que pagar un alto precio. La formación de un gobierno palestino unificado, que incluye al movimiento islámico, y su relativa eficacia en la lucha contra Israel han reforzado además su peso político.
La situación en Libia es quizás la más esperable de las crisis que han sacudido este verano de 2014. En realidad, tras el derrocamiento del dictador Gadafi el país africano nunca llegó a estabilizarse del todo. Pero en los últimos meses la situación ha degenerado rápidamente hacia lo que se puede ya calificar de conflicto armado abierto.
Penetrar en la inextricable maraña de la situación interior libia puede ser agotador. Baste decir que la región de Cirenaica, con Bengasi como centro urbano principal, intenta acabar con su tradicional subordinación a Trípoli y la Tripolitania. Las milicias islamistas de Misrata, las más potentes del país gracias al apoyo de Qatar, disputan el control de la capital a las milicias de Zintán, de origen beduino y orientación más laica. Un antiguo general sublevado hace décadas contra Gadafi, al Haftar, se ha convertido en cabeza de un movimiento para neutralizar las milicias armadas en el país, especialmente los grupos islamistas más radicales, con el apoyo de Emiratos, Arabia Saudí y probablemente Estados Unidos. En el Sur existen todavía milicias gadafistas, aunque lo más habitual es que las tribus locales combatan entre sí por el control de las rutas saharianas por las que se mueven todo tipo de tráficos ilegales. Y las milicias islamistas de Bengasi, integradas en el yihadismo global, han anunciado ya un emirato islámico en el Este del país, presumiblemente subordinado al califato del Estado Islámico. Entre todo este caos el parlamento libio intenta reunirse donde los combates se lo permiten, y elegir a primeros ministros que apenas permanecen unas semanas en el cargo.
En las últimas semanas se ha producido además un suceso aparentemente menor, pero que sirve como indicativo de la situación de desorden internacional. Algunas milicias islamistas que combatían por el control del aeropuerto de Trípoli sufrieron ataques aéreos nocturnos con armas guiadas. Como la realización de este tipo de ataques está fuera de las capacidades de la muy modesta fuerza aérea libia, surgió la duda sobre quién había sido el autor. Pronto se supo que se trataba de aviones de Emiratos Árabes Unidos que habían utilizado bases egipcias. Pero lo más preocupante es que aparentemente Estados Unidos no había sido informado del ataque, lo que significa que, ante la inacción de Washington, las potencias regionales comienzan a tomar iniciativas por su cuenta y riesgo.
La crisis del liderazgo norteamericano
Y es que gran parte de la intensa conflictividad global que se ha producido este año, y especialmente este verano, se debe a la aparente pasividad norteamericana. Dicha pasividad es relativa, pues Washington sigue interviniendo de una forma u otra en casi todas las crisis que sacuden el mundo (esta última semana el ataque de un dron acababa con la vida del líder de los yihadistas somalíes de Al Shabab). Pero esas intervenciones no tienen la contundencia que se necesitaría para que se convirtiesen en decisivas.
Se echa la culpa de la situación al Presidente Obama, y probablemente la tiene en parte. Pero no hay que olvidar que llegó a la Casa Blanca en una situación de crisis económica aguda y descrédito militar notable. Un periodo de repliegue, ajuste y reflexión era esperable y comprensible. Más comprensible si cabe si se tiene cuenta la ausencia de aliados fiables. Europa se muestra cada vez más incapaz de atender a su propia seguridad. Los aliados tradicionales en Oriente Medio, desde Turquía hasta Egipto pasando por las monarquías del Golfo, se están desequilibrando progresivamente debido a los conflictos en la zona, y emprenden acciones cada vez más peligrosas por iniciativa propia. Y Japón está demasiado obsesionado con China, y solo está iniciando una tímida liberación de sus restricciones constitucionales para el uso de la fuerza en el exterior.
José Luis Calvo Albero es Coronel del Ejército de Tierra e investigador principal del Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI).
Editado por: Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI). Universidad de Granada. Lugar de edición: Granada (España). ISSN: 2340-8421.
Muy pro OTAN respecto a Rusia
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