Por Pablo Ramón - Clarín.com
El tren Belgrano Norte une Retiro con Villa Rosa. Lejos de los conflictos siempre corre a horario.
Desterrado del Mitre y sus ramales simultáneamente afectados a obras y demoras consiguientes; despechado por el tránsito ingobernable, la nafta blue, el estacionamiento imposible; y contagiado por la fiebre anti emanación de gases que envenenan el planeta , me sorprendí buscando en la Guía Filcar el secreto del viaje perfecto a Retiro con la misma pasión con la que Fabio Zerpa, que tiene razón, suele escrutar el Uritorco.
Demasiado fiaca para la bici, demasiado cobarde para la moto, viejo para el skate y con la suficiente vergüenza propia para evitar caer en papelones tardíos como los rollers, un mediodía aparecí cogoteando inseguridades en la estación Aristóbulo del Valle. No fue fácil, hubo que vencer soberbias típicas de usuario de tren eléctrico, pero pudo más el misterio que encerró la frase desafiante de Luciano, un gurú del transporte público: “Salame, vos vivís en Florida, ¿no te le animás al Rojito?”.
El Rojito, así a secas, es la denominación popular, en obvia referencia cromática a sus formaciones, del Belgrano Norte, un ramal que funciona con locomotoras viejas y ruidosas, sin pantallas led en las estaciones, ni aire acondicionado en los vagones, pero que supera a cualquier otro en frecuencia, velocidad, limpieza y fidelidad con el usuario. Bienvenidos al mejor tren del GBA y alrededores.
Cuenta la leyenda que nunca falla y algo de eso hay. Son 21 estaciones entre Retiro y Villa Rosa, último bastión en el profundo conurbano Norte. Es un paraíso para los habitantes de Vicente López, Carapa, Munro y más allá, como Tierras Altas, Polvorines, Grand Bourg o Don Torcuato, porque cada 10 minutos en hora pico aparece una formación salvadora. El Rojito arranca al alba y recién se detiene entrada la madrugada, cuando el resto de los ramales ya descansa (aunque últimamente quitaron algunos servicios nocturnos, mal ahí).
Para tener una idea, se devora la distancia entre Puente Saavedra y la cabecera del puerto porteño en 15 minutos, 17 como mucho, una marca difícil de igualar para otro medio de transporte, auto incluido. En la larga recta de la Lugones, el Rojito pistea mano a mano contra los coches y mal no le va: a más de uno lo pasa limpio y por adentro. Pegado al río, el viaje es muy directo, con apenas dos paradas en el medio: las estaciones Scalabrini Ortiz (entre Ciudad Universitaria y River, de ahí que sea un ramal netamente gallina, con un promedio de un hincha y medio con camiseta por vagón) y Saldías, la frontera que divide dos mundos, Recoleta y la Villa 31.
El aspecto que más lo distingue es, sin embargo, la pulcritud. Hay más chances de ver un billete de 100 dólares en un asiento que un pucho en el suelo. En Aristóbulo, los muchachos tienen la estación más reluciente que el living de la casa de Mirtha Legrand, al punto que hay patrullas juntapapeles y brigadas que semanalmente trapean las paredes del piso al techo. Ellos no están solos: hay un código secreto entre los usuarios que ordena tirar los desperdicios propios en los tachos. Sin dudas, los que arrojan basura al andén son forasteros o pasajeros advenedizos. Dentro del tren, la seguridad (relativa en estos tiempos violentos) está a cargo de dos agentes de la Federal. Y hay guardas que recorren la formación y piden boletos. Así, se creó una cultura en el usuario: el colado está mal visto y en general no zafa, al llegar a Retiro son muy comunes los controles en las puertas de salida.
El Rojito es, también, un libro de leyendas urbanas, un semillero de historias. Se extraña al falso ciego que pedía limosna con la muda complicidad del pasaje, que ya sospechaba del engaño, hasta que fue descubierto por un programa de TV. La última imagen del falso no vidente fue huyendo de las cámaras a toda velocidad y quebrando el record de 100 metros llanos en la estación Padilla. Los pasajeros frecuentes ya sabrán de El Chelo Marchelo, un cantante de boleros, intérprete tributo de Luis Miguel, que despliega su talento sin pedir nada a cambio (se recomienda su inigualable versión de “Si no supiste amar” disponible en YouTube).
Un mundo aparte del Rojito es el furgón. Ubicado a la cola de la formación, es el búnker de laburantes de a bici, que se apiñan entre fierros y sudores con plasticidad de faquir. Hay ahí un manual de solidaridades con los que van llegando, porque el confort no sobra en el BN y para acceder hay que trepar una loma de escalones con el rodado acuestas. Pero siempre aparece una mano, un empujón, un hombro que apuntala. Y adentro, cuentan, hay happy hour de bebidas espirituosas elaboradas por barmans de ocasión, que ofrecen tragos con un poco de esto y algo de aquello. Para otro relato, quizá, quedará la historia de otro músico célebre, Willy Polvorón, y la vida del vendedor de chipá, portador de los zapatos más lustrosos del mundo, que tiene la facultad sobrenatural de estar en todos los andenes al mismo tiempo. Y en el tiempo en el que, cómplice lector, ojalá se haya entretenido con estas líneas, un Rojito ya llegó, y otro está a punto de salir.
Hace 60 años viajaba por esa linea ferroviaria y ya era un ejemplo. Cunado las cosas anda bien, para que cambiar. Felicitaciones a todos los que logran mantener este buen servicio...
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domingo, 28 de septiembre de 2014
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Siempre me sorprendió y fastidió que el periodismo berreta y servil que tenemos no ponga el foco sobre este ejemplo de eficiencia y calidad , llevado a cabo con escasos recursos. Por eso felicito al autor de la nota. Viajo esporádicamente por esa línea y siempre vi lo mismo, aun en los peores momentos del païs : puntualidad, aceptable limpieza, mucha gente dedicada a pintar y mantener viejas estaciones , guardarails y cualquier objeto metálico.
ResponderEliminarSiempre me sorprendió el contraste con la tristísima y decadente situación de la línea Roca, donde la ineptitud y la desidia lastimaban la vista.
De estas cosas también hay que hablar. , felicito al cronista.
Luis Dobal