Editorial II del diario La Nación
Como en tantas otras áreas, la intervención estatal en la producción lechera ha probado ser un factor de constante atraso
Al influjo de una muy mala idea, la Secretaría de Comercio comunicó a empresarios de la industria láctea que no autorizaría permisos de exportación para productos lácteos si en el mercado internacional los precios permanecían por debajo de 4000 dólares la tonelada. La razón, argumentaron las autoridades, fue que en el contexto de la caída del precio internacional, no querían que los industriales malvendieran su mercadería y les aconsejaron redirigir sus productos al mercado interno. El verdadero motivo fue intentar frenar alzas en el precio al consumidor.
Aunque luego el Gobierno prometió flexibilizar la medida, la nueva intervención puso en estado de alerta a las entidades . "Esta medida servirá únicamente para herir de muerte a la lechería, destrozando la producción láctea", advirtió Confederaciones Rurales Argentinas (CRA). Según esta entidad, mientras nuestro país continúa produciendo lo mismo que en 1999, es decir, poco más de 11.000 millones de litros anuales, otros países que también producen leche, como "Uruguay, Brasil y Nueva Zelanda, sin intervención estatal, crecieron por encima del 30% en la oferta de 2006 a la fecha".
Uruguay, como informó LA NACION, que tiene una producción lechera más pequeña, les paga mejor a sus tamberos que la Argentina, y además sus consumidores pagan menos por esos productos que los consumidores argentinos.
Como en tantas otras áreas, en la de la producción lechera el intervencionismo estatal es factor de atraso.
Esta producción tiene características que la diferencian de la ganadería, por lo cual requiere un tratamiento diferenciado. Su producción es objeto de entrega diaria y su condición es altamente perecedera, y cualquier demora en el proceso productivo puede deteriorar su calidad.
Es, por lo tanto, un producto sensible a las variaciones climáticas que se manifiestan en la marcada insuficiencia de la red caminera, cuya extensión asfaltada, según información de la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea), sólo alcanza hoy al 6,5 por ciento de la red total del país. En ese contexto, tiene que desarrollarse una actividad intensiva, cuyo destino son las usinas lácteas de transformación de la leche fluida en quesos, su principal subproducto, seguido por la leche en sus distintas presentaciones, por la leche en polvo y otros subproductos destinados al consumo y la exportación.
No son las características de esta importante producción nacional los motivos que impiden una mayor expansión, que podría alcanzar niveles mucho más elevados de producción, altamente deseables y óptimos para su exportación. Nuestro país no ha sabido sacar provecho de sus condiciones naturales, que abarcan gran parte del territorio, así como de las fuentes de empleo en un ámbito favorable para el desarrollo de la familia rural. Hoy se producen 11.000 millones de litros anuales de leche. La pequeña Nueva Zelanda, situada en el lejano Pacífico, produce el doble.
La producción argentina es el resultado de aproximadamente 11.500 tambos, cuyo número ha disminuido a la tercera parte en los últimos 20 años, en forma paralela con el crecimiento en el mundo del número de vacas lecheras, de su alta productividad y consecuentemente de la mayor producción de leche. Así han crecido la producción de leche y la industria láctea, como lo muestran las estadísticas mundiales. Así crecieron los grandes productores y exportadores: Nueva Zelanda, Australia, los Estados Unidos y la Unión Europea.
Así podrá crecer nuestra producción de leche y su industria en la medida en que desaparezca la asfixiante presión estatal e intervencionista ejercida desde el Gobierno.
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