Motorizada por precios agrícolas récord se está gestando una nueva revolución de la producción agropecuaria mundial. Por eso, al introducir políticas agrícolas fuertemente restrictivas, grandes productores de alimentos como la Argentina, se apartan de la corriente central de innovación tecnológica rural a escala planetaria.
Como detalla un informe reciente del diario Financial Times, las últimas décadas han asistido a un fuerte descenso de la tasa de crecimiento de la Productividad Total de los Factores (PTF) agrícola, que pasó de 2% promedio en 1970-1990, a 1,1% en 1990-07, y se estima que se desaceleraría aún más, ubicándose en 0,8% en los próximos siete años.
La razón fundamental detrás esta fenomenal desaceleración es el agotamiento de las ganancias de productividad derivadas de la llamada Revolución Verde (1950-1970), que permitió inundar al mundo desarrollado de alimentos a precios bajos por casi cuatro décadas y alejar el fantasma del hambre en países en desarrollo como la India o Brasil.
Aquella explosión de productividad agrícola estuvo basada en tres pilares: el cruce selectivo de variedades, que permitió desarrollar semillas más resistentes y con mayores rendimientos; la difusión generalizada de sistemas de riego en países en desarrollo; y el uso intensivo de energía en la producción agropecuaria.
Tres motivos dificultan hoy continuar el rumbo abierto por la primera Revolución Verde.
Primero, el rechazo de algunos países desarrollados, como los de la Unión Europea, a la adopción masiva de cultivos modificados genéticamente, que permitirían aumentar significativamente los rendimientos. Segundo, el cambio climático y la acelerada urbanización, que han convertido al agua en un recurso cada vez más escaso. Y finalmente, los crecientes costos energéticos, provocados por las restricciones de la oferta y la explosión de la demanda de combustibles fósiles, como el petróleo y el gas.
Primero, el rechazo de algunos países desarrollados, como los de la Unión Europea, a la adopción masiva de cultivos modificados genéticamente, que permitirían aumentar significativamente los rendimientos. Segundo, el cambio climático y la acelerada urbanización, que han convertido al agua en un recurso cada vez más escaso. Y finalmente, los crecientes costos energéticos, provocados por las restricciones de la oferta y la explosión de la demanda de combustibles fósiles, como el petróleo y el gas.
Más precisamente, se necesita una segunda revolución pero más inteligente y menos intensiva en el uso de la energía y el agua. Una revolución verde, realmente, más verde. La presencia de un novedoso horizonte de precios altos y sostenidos por primera vez en casi 50 años es el motor fundamental detrás de esta segunda oleada tecnológica que ya avanza de la mano de la biotecnología, las energías verdes y tecnologías menos energía y aguas intensivas.
La cuestión central que hoy se dirime es quiénes serán las grandes economías agroindustriales que alimentarán al mundo en las próximas décadas. Casi con seguridad, serán aquellos países con mayor capacidad de abrazar la nueva ola tecnológica que gradualmente inunda al sector rural en todo el planeta.
Con un sector rural que está en el pelotón de avanzada en el uso de nuevas tecnologías, la Argentina podría encontrarse en los primeros lugares de la carrera por el podio alimentario mundial. Pero sólo el desmantelamiento gradual y prudente, pero decidido, de las restricciones que encorsetan el aparato productivo rural, permitirá al país subirse al tren de la segunda Revolución Verde.
Fuente: Por Lucio Castro (*) Para LA NACION
* El autor es director de Inserción Internacional de Cippec
* El autor es director de Inserción Internacional de Cippec
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