El 7 de julio se conmemora el día de la Conservación del Suelo, en recuerdo del doctor Hugo Bennett, fundador del servicio de Conservación de Suelos de los Estados Unidos y pionero de esta tarea en remotas regiones del mundo. En nuestro país, la experimentación, difusión y enseñanza de la conservación de suelos tuvo representantes extraordinarios de la talla de los ingenieros agrónomos Casiano Quevedo, Julio Ipucha Aguerre, Antonio Prego y Jorge Molina, quienes contribuyeron significativamente al desarrollo de la especialidad.
Este día cobra especial importancia al considerar que más de 5000 millones de personas conforman la población de los países en desarrollo, hecho que proyecta incertidumbre sobre la capacidad productiva de las tierras del planeta para abastecer semejante demanda de alimentos, creciente en cantidad y calidad.
Se estima que solamente alrededor de 1500 millones de hectáreas del planeta (11 por ciento del total) no presentan limitaciones para la agricultura y que anualmente se pierden unos 6 millones de hectáreas de tierra productiva por procesos de erosión, salinización y desertificación. A este ritmo, hacia fines del presente siglo estos procesos podrían privar al mundo de un tercio de sus tierras cultivables. Esta situación resulta paradójica e incomprensible en un mundo que posee alrededor de 1000 millones de personas con hambre y malnutridas y en el que diariamente mueren unas 40.000 por enfermedades vinculadas con la desnutrición.
En nuestro país, se estima que un 20% del territorio (unas 60 millones de hectáreas) está afectado por erosión hídrica y eólica, lo cual genera una pérdida anual en producción superior a los 1000 millones de dólares. Por cada centímetro de suelo perdido, el rendimiento de maíz disminuye 250 kilogramos; el trigo, 150, y la soja, 100 kg por hectárea.
El costo total de la erosión se triplica si se consideran los daños provocados por las inundaciones y la sedimentación, en rutas, caminos, embalses, puentes, alcantarillas y dragado de canales de navegación. La siembra directa con rotación de cultivos, la reposición de nutrientes mediante fertilizantes, asociadas a las prácticas para el control de la erosión, comenzaron a difundirse desde principios de la década de los 90, mejorando significativamente la salud de los suelos.
En los últimos años nuestra agricultura se encamina hacia una simplificación extrema de los sistemas productivos, lo cual nos hace potencialmente muy vulnerables. Con rotaciones de cultivos debidamente planificadas y buenas prácticas agrícolas se pueden superar en el mediano plazo, los márgenes obtenidos con el monocultivo de soja.
La diversificación de la producción es una de las claves de la sustentabilidad no sólo ambiental, sino social. Se deberá prestar especial atención a las políticas provinciales de expansión de la agricultura particularmente en ambientes vulnerables. Siempre resultará conveniente cerrar las brechas productivas en los mejores suelos y ambientes, sobre los cuales se deberán concentrar las mejores tecnologías, disminuyendo la presión sobre los ecosistemas más frágiles.
Un breve análisis de la situación de la agricultura en el mundo muestra la existencia creciente de presiones de las sociedades por alcanzar un ambiente más saludable, lo cual sin duda tendrá consecuencias directas sobre el intercambio comercial. Dicho en otras palabras, una adecuada gestión del ambiente y particularmente del uso de los suelos será una exigencia del comercio internacional, por lo cual aquellos países que apliquen políticas ambientales rigurosas exigirán que también lo hagan el resto de los mismos, a riesgo de impulsar sanciones comerciales.
La situación planteada debe considerarse una oportunidad para la Argentina, ya que si somos capaces de formular y aplicar políticas consistentes de conservación de los recursos naturales, obtendremos ventajas comerciales a futuro. El ordenamiento del territorio por parte de los Estados provinciales, la legislación conservacionista, la educación ambiental y la agricultura certificada deberían ser los cuatro pilares de una agricultura moderna, innovadora, de productividad creciente y respetuosa del ambiente. Es una visión a largo plazo, basada en el valor ético del cuidado del suelo como recurso generador de alimentos, riqueza y bienestar para la nación.
Por Roberto R. Casas Para LA NACION (Director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA )
Fuente: Diario La Nación