En esta década, el mundo fue la gran oportunidad de la Argentina, pero la Argentina se encerró en sí misma. La Argentina, entre 2002 y 2013 tuvo uno de los mejores ciclos económicos externos de su historia: lo que vendía subió de precio en forma extraordinaria y lo que compraba bajó de precio (es lo que los técnicos llaman "los términos del intercambio"), en un fenómeno sólo comparable a lo que nos pasó en 1910 o por pocos años a la salida de la segunda guerra mundial. Además el mundo tuvo tasa de interés cero, lo que permitía atender grandes demandas sociales y al mismo tiempo construir nuestra infraestructura (trenes, caminos, puertos, energía) para el desarrollo sustentable. No hicimos la infraestructura, a pesar de haber tirado dinero como nunca antes en obras que no están. Y tenemos más del 25% de pobreza, con 40% del empleo en negro y un millón de chicos que no estudian ni trabajan y tienen menos de 25 años.
"El modelo K" era de tipo de cambio alto y superávits gemelos (vendíamos más de lo que comprábamos y gastábamos menos de lo que recaudábamos). Ahora tenemos tipo de cambio bajo, prohibición de comprar dólares en un mundo invadido de dólares (como reconoce Pepe Mujica en Uruguay), índices de precios falsos, y el gasto público, que pasó de un tercio a la mitad de todo lo que produce la Argentina, supera a los ingresos en 4% del producto. La inflación es del 25% anual, con una emisión de moneda del 40% anual en los últimos años, producto de una gestión espantosa del Banco Central, que hasta se comió las enormes reservas generadas por el comercio exterior. Se escaparon del país mucho más de 100 mil millones de dólares.
Esta década empezó con reservas de gas para 25 años y el segundo gobierno K ya las había dejado para cubrir 5 años de consumo. La Argentina que exportaba energía, pasó a importar unos 15 mil millones de dólares por año, por efecto de una política ridícula y demagógica de comerse todo para ganar elecciones, hasta que se acabe.
La droga avanzó mucho, hasta en los pequeños pueblos del interior, mientras que la seguridad, indiscutiblemente, por lo mismo, retrocedió. En estos diez años ni siquiera pusimos radares para controlar la frontera norte y la Argentina es el paso de la droga sudamericana para Europa.
En materia política, el kirchnerismo demolió la Constitución. Primero con los superpoderes le quitó al Congreso argentino el poder que tienen todos los parlamentos democráticos desde la revolución inglesa del siglo XVII: determinar en qué se gasta la plata del pueblo. Sin ese poder, que es el principal que tiene, el Congreso desapareció. Con el Poder Judicial la acción fue implacable para subordinar jueces federales al poder político. Las últimas leyes de estos días, serán un bochorno permanente para la democracia argentina y una hipoteca difícil de levantar para nuestros hijos. Además se generó la división artificial y propagandística de los argentinos entre los K y los demás, sin importar su ideología, de derecha, de centro o de izquierda. Lo que parecía una virtud en la gestión de Néstor Kirchner, la recuperación de poder por parte de la política democrática, termina siendo un sistema crecientemente autoritario y persecutorio, de espionaje y vigilantismo para todos (y todas), que da vergüenza. Ni hablar de lo que está pasando con el ataque sistemático al periodismo crítico.
Un gran éxito de los Kirchner fue la regularización de la deuda en default, que, hasta 2013, deja a la Argentina con un bajo nivel de endeudamiento. No se debe negar este éxito, ni se puede afirmar que Cristina no termine dando vuelta también este acierto de su marido. Otro gran éxito, especialmente de Cristina, ha sido la política de Ciencia y Técnica. Lo mismo puede decirse de dos políticas sociales propuestas por la oposición, a las que el kirchnerismo se opuso pero finalmente implementó con buen suceso, como la asignación universal por hijo y la movilidad jubilatoria. No parecen logros extraordinarios para la mejor década externa de la Argentina en 100 años.
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