En el discurso inaugural de las sesiones de la Legislatura porteña, el jefe de gobierno no ahorró críticas al Ejecutivo Nacional
Ninguna gestión de gobierno es fácil. La de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires no es la excepción. Especialmente cuando debe lidiar con los no pocos obstáculos que le tendió el gobierno nacional.
Ninguna gestión de gobierno es fácil. La de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires no es la excepción. Especialmente cuando debe lidiar con los no pocos obstáculos que le tendió el gobierno nacional.
Más allá de esa realidad, de la cual las frustradas negociaciones por el traspaso de la Policía Federal a la ciudad son sólo un ejemplo, hubiera sido deseable una mayor dosis de autocrítica en el conciso mensaje del jefe de gobierno porteño a la Legislatura, con el que se abrió un nuevo período de sesiones.
Macri pasó revista a lo hecho durante el primer año de su mandato, justificó aciertos y tropiezos, y dejó flotando algunos anticipos. En lo esencial, reiteró sus esperanzas de ir redondeando una ciudad mejor y formuló críticas a una autoridad nacional que, por lo visto, no está dispuesta a convivir armónicamente con su vecino de la Plaza de Mayo.
Al estilo ejecutivo y práctico que aspira imponer se le oponen conflictos de tan variada especie como la inseguridad, la discusión salarial con los gremios docentes -sin inmutarse, Macri eludió referirse a él de manera expresa-, la superpoblación de la planta funcional del personal público, desde hace años engrosada por el clientelismo político y sindical, y la intemperancia de ciertos vecinos que siguen creyendo que tienen derecho a entorpecer la circulación de vehículos y personas con piquetes tan ilegales como dañinos para el orden público. También otros problemas que no son menores, como la contaminación visual y el peligro para los automovilistas, que suponen los carteles de publicidad en grandes avenidas, y que están lejos de solucionarse.
Debe de ser harto complejo manejar sin errores u omisiones una ciudad como Buenos Aires, sobre la cual pesan bastante más de cuatro siglos de existencia, extensa, densamente poblada e importante en cuanto a escala mundial, según lo demuestra, por caso, el interés que les provocan a los turistas su gente, su actividad cultural y, entre otros atractivos, su reconocida diversidad arquitectónica. Una ciudad en la cual y durante mucho tiempo, obras imprescindibles (empezando por el Riachuelo y siguiendo por las instalaciones más que obsoletas) han sido demoradas por la escasez de recursos, la ausencia de políticas de Estado, criterios divergentes, carencia de ejecutividad y hasta celos proselitistas.
Macri exaltó moderadamente las obras en curso -convendría que tomara nota de la suciedad que todavía nos abruma y de la parsimonia que caracteriza a ciertas repavimentaciones-, insistió en sus esperanzas de llegar a la cooperación tripartita que, de acuerdo con su manifiesto parecer, debería incluir a la Nación y a la provincia de Buenos Aires, reiteró que ha sido puesta en marcha la definitiva recuperación del Teatro Colón y se mostró optimista acerca del mejoramiento de los servicios de salud y educativos.
Era previsible que, en el despuntar de un año electoral en que ya ha empezado a jugar su futuro político, el jefe de gobierno local hincase el diente en los obstáculos que le oponen las autoridades nacionales. Hizo abierto hincapié, pues, en el mutismo renuente expuesto por el Ministerio de Economía de la Nación para aprobar el bono destinado a financiar obras de infraestructura social y la extensión de las líneas de subterráneos que, por supuesto, es el fundamento de cualquier iniciativa para mejorar el tránsito.
Tampoco desperdició la oportunidad para reprocharles, por enésima vez, su negativa a transferirle a la ciudad los servicios metropolitanos de la Policía Federal, al obligar a la administración local a crear su propia fuerza policial y a invertir en ello recursos que podrían haber tenido otro destino.
Como dato positivo, debe subrayarse la vocación de trabajar en conjunto con la provincia de Buenos Aires y el gobierno nacional en la búsqueda de soluciones a viejos problemas. Algo que, lamentablemente, requerirá de los protagonistas una voluntad política que hoy parece rezagada ante el electoralismo mezquino.
Fuente: Editorial del Diario La Nación
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