La verdad, es imperdonable que los Estados Unidos, y todo el mundo detrás, estén cayéndose por el precipicio de la crisis financiera sin apelar a una solución sencilla y barata, que está al alcance de cualquier bolsillo: la solución argentina, claro.
Si esta hecatombe sigue su curso, los libros de historia serán impiadosos. Dirán: el mundo se perdió por no haberse inspirado en la Argentina. Y no en cualquier Argentina: en la Argentina de los Kirchner.
Ensimismados como están en sus problemas, los norteamericanos acaban de perder la extraordinaria oportunidad de nutrirse de los sabios consejos de doña Cristina, que, con lo que le cuesta hablar, se pasó una semana en Nueva York explicando que eso del capitalismo no va más, que así nunca conseguirán hacer un gran país -y mucho menos una potencia-, que el ejemplo es un Estado fuerte, activo y eficiente (como el argentino, por supuesto).
Jamás hay que ningunear el aporte de una presidenta exitosa, que tiene precisamente en el campo económico sus mayores logros, pero mucho menos se puede hacer oídos sordos a alguien que, junto con su marido, ha construido de la nada una muy respetable prosperidad.
Se equivocan los norteamericanos si piensan que quien les hizo el relato del mundo y de la historia es, simplemente, una dirigente política e incluso una jefa de Estado. La que les habló desde el corazón, un corazón embargado de pena por las penurias que veía en esas calles de Nueva York tan patéticamente perturbadas por la pobreza, es, primero que nada, una empresaria a la que le ha ido muy bien.
Una empresaria empedernida, diríamos. Una obsesiva: no llevaba más que unos pocos días en la Casa Rosada y ya estaba fundando una firma de consultoría junto con su marido y su hijo. Una consultoría de amplio espectro que se ofrece para asuntos tan cercanos entre sí como el campo, las finanzas, la energía y la construcción, entre otros muchos rubros.
Por lo tanto, la que se paró, segura y convincente, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el corazón de Wall Street y ante cientos de encumbrados empresarios norteamericanos para dar lecciones de economía es, ante todo, una persona que sabe de lo que habla. Es hora de que los Estados Unidos se enteren: les llegó de regalo una consultora de fuste... ¡y no se dieron cuenta!
Es momento, pues, de que pongan manos a la obra. ¿Tienen problemas con los números? Busquen un Guillermo Moreno. ¿Se endeudaron? Recurran al dinero de la Anses, de las AFJP, del Banco Central (parece que eso ya lo están haciendo) y del campo, aplicando retenciones móviles.
¿Se siguen endeudando? Quita salvaje del 70 por ciento... ¡y que aprendan de una buena vez los acreedores! ¿No les votan el salvataje en el Congreso? Hagan lo mismo que el gobierno argentino con Julio Cobos, pero al revés. ¿No tienen tiempo para perder? Superpoderes o decretos de necesidad y urgencia. Qué es eso de querer hacer todo por ley.
¿La economía muestra signos de agotamiento? Inventen un Carlos Fernández. ¿Problemas en las calles? Luis D Elía. ¿No juntan gente para los actos? Hugo Moyano e intendentes del conurbano de Miami. ¿No alcanza con los dramáticos discursos de Bush? Prueben con su esposa, Laura. ¿No les alcanza la plata? Valijas. ¿Cae el gobierno en las encuestas? Contraten a los encuestadores. ¿Les pegan los diarios? Atril. ¿Quieren explicar las cosas sin ser molestados? Conferencia de prensa sin repreguntas. ¿Hay mala onda? Que un alto funcionario sonría todo el tiempo, como Sergio Massa. ¿Se sienten aislados del mundo? Intenten con Chávez.
Como ya se ve, para todos los problemas norteamericanos hay una solución argentina. Pinten la Casa Blanca (de rosado, claro), que renueve su vestuario mister Bush, que se ponga las pilas Laura, que construyan el relato y, sobre todo, que escuchen a los consultores. En fin, que se dejen ayudar. Por nosotros. Por ellos: por los Kirchner.
Fuente: Por Carlos Reymundo Roberts De la Redacción de LA NACION
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