Por Fernando Gonzalez Director Periodístico fgonzalez@cronista.com - Cronista.com
Quien haya viajado en automóvil desde Buenos Aires a Chile habrá comprobado que la ruta nacional 7 (hoy Autopista de Los Andes) tiene la mayor parte de su recorrido con dos peligrosos carriles, a excepción de los 400 kilómetros a través de las provincias de Mendoza y San Luis con sus cuatro carriles mucho más seguros.
Y es parecida la situación de otras rutas clave para el transporte en la Argentina como la 14 (la todavía siniestra ruta del Mercosur) o la 3, que va a la Patagonia entre baches y banquinas imprevisibles. Apenas la turística Autovía 2, a la costa atlántica, y las rutas 8 y 9, que van a Córdoba y a Rosario, pueden computar la extensión a cuatro carriles de algunos tramos en los últimos años.
La de las autopistas inconclusas es una buena fotografía de esta Argentina que ha crecido en nueve de los últimos diez años pero que está muy lejos de contar con una infraestructura que le permita el salto económico acorde para una industria que funciona al 87% de su capacidad instalada.
Lo mismo sucede con los trenes. El alentador discurso ferroviario de Néstor Kirchner en el 2003 no tuvo concreción en los hechos. Las vías que podrían llevar y traer la producción a los rincones extremos del país siguen muertas en su mayoría. No hay trenes rápidos ni modernos y el proyecto del Tren Bala que iba a construir la empresa francesa Alstom para viajar a Rosario, Córdoba y Mar del Plata quedó detenido y envuelto en la polémica salida del Gobierno del funcionario que lo impulsaba, Ricardo Jaime, quien hoy enfrenta decenas de causas por corrupción.
La reactivación de trenes como el Gran Capitán, que tarda más de 20 horas para ir de Buenos Aires a Misiones, o el Tren de los Pueblos, que une Pilar con Paso de los Toros, en Uruguay, y que recorre 813 kilómetros en 18 horas, son postales de una política de Estado errática.
El escenario energético es la tercera pata de las carencias estructurales que hoy enfrenta el modelo económico. Desde 2003, las reservas de petróleo cayeron un 6% y su producción descendió un 18%, mientras que las reservas de gas se desplomaron un 41% y la producción un 7%. La Argentina pasó de ser un país autosuficiente en materia de energía a importar gas oil, fuel oil y gas natural, drenaje que insume 10 mil millones de dólares al año y que explica el enorme esfuerzo fiscal que afrontará este año la sociedad argentina a partir de la quita de subsidios que ha puesto en marcha la Presidenta.
Es evidente que hubiera sido mucho más productivo para el país subsidiar la ampliación de las vías de transporte automotor, modernizar las vías ferroviarias o incentivar la exploración y producción de combustibles que subsidiar las deudas de los equipos de fútbol o la financiación de una costosa red de medios de comunicación para difundir sin descanso el discurso oficial. Pero, al igual que los gobiernos anteriores, el kirchnerismo también prefirió el rédito fácil de las inversiones propagandísticas a la apuesta riesgosa de la inversión en infraestructura.
El buen resultado económico que la Argentina disfrutó en estos últimos años, mezcla de algunas decisiones acertadas y términos muy favorables del intercambio comercial, sólo será el retrato de una nueva oportunidad perdida si no encontramos rápido el modo de torcer la historia.
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viernes, 17 de febrero de 2012
El modelo del país sin trenes, sin gas y con pocas autopistas
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