Por Fernando Bertello -La Nación
En Pieres, en el sudeste bonaerense, Sean Cameron hace maíz bajo riego, lo que le permite estabilizar los rendimientos en niveles altos de producción y, ante un año seco, asegurarse la cosecha; ya ha alcanzado 14.500 kilos por hectárea con esta tecnología
Sean Cameron se abre camino, presuroso, entre el surco de un maizal, y enseguida el paisaje cambia de manera abrupta. Las plantas, que entrando por un costado del lote, que está en secano, como mucho le llegan a la altura de los hombros, hacia "mar adentro", donde hay riego, trepan fácil hasta los 2,5 metros. "Esta es la respuesta al agua", dice a este cronista.
Se lo ve contento: la tecnología del riego suplementario hizo su trabajo y ya tiene asegurado un rendimiento de más de 13.000 kilos por hectárea. No tiene mucho que envidiarle a la zona agrícola núcleo. Su máximo ha sido, hace dos ciclos, el logro de 14.500 kilos por hectárea. En una campaña que hasta el momento se ha caracterizado por una de las peores sequías de los últimos cien años, los maíces bajo riego que Cameron tiene en esta localidad del partido de Lobería, a 20 kilómetros de Necochea, no pasan inadvertidos. Confirman, contraponiendo su excelente desarrollo frente al desastre de la seca, que uno de los cuellos de botella que enfrentan la producción es el agua.
Así como entre las limitantes se habla de las intervenciones del Gobierno, la ausencia de políticas de estímulo o una infraestructura adecuada, cuando faltan lluvias las cosas se complican. Por eso, hay productores que apuestan al riego para asegurarse una gran parte de la cosecha. El riego ayuda a producir más por hectárea, darle sustento a la producción en zonas marginales o apuntar a un mix de altos rindes y estabilidad.
Con una historia de más de veinticinco años con riego, que se remonta a su padre, Duncan, que comenzó usando esta técnica para trébol blanco y luego papa y maíz, Cameron, miembro del CREA Nicanor Otamendi, le da crédito a esta tecnología. En una zona triguera y en un campo de muy buenos suelos, sin limitantes, riega 250 hectáreas de maíz, sobre un total de 550 ha que hace con el cultivo. El maíz ocupa el 25% de su campo. Su rotación es maíz, seguido por girasol o soja de primera, trigo/soja o cebada/soja o colza/soja.
Por más que en las últimas tres décadas los registros de lluvias aquí han marcado entre 850 y 900 milímetros, y en 2008 también totalizó 850 milímetros, la seca se sintió desde septiembre hacia adelante. De hecho, desde septiembre al 25 de enero pasado no hubo 100 milímetros, cuando al menos deberían haberse acumulado 400 mm. "En enero ya se estaba poniendo muy bravo", comenta este productor, descendiente de escoceses. Hoy, con cuatro pivotes centrales regando maíz (dos de 72 hectáreas cada uno, regando una sola posición por año, más otro de 45 hectáreas y un cuarto de 55 hectáreas, en estos dos últimos casos normalmente haciendo dos posiciones por año), Cameron siente que ha ganado estabilidad en los rindes.
Y redujo la variabilidad que había en secano. Precisamente, en los últimos diez años, en secano los rendimientos han estado en un mínimo de 5000 y un máximo de 10.000 kilos por hectárea. En riego ha subido a un rango de 11.000 hasta 14.500 kilos. De hecho, por la tecnología utilizada, y el máximo ya alcanzado, Cameron apunta a los 15.000 kilos. "El riego me da una maravillosa estabilidad en los rindes", comentó.
Cameron es un convencido de los beneficios de esta gramínea en la rotación. A 20 kilómetros del puerto de Quequén, sabe, además, que esa proximidad es una ventaja para hacer el cultivo aún en años de bajos precios y cuando el flete tiene una fuerte incidencia. Para completar, tiene acondicionamiento y almacenaje propio. Pero este productor insiste en algo: para hacer maíz bajo riego antes hay que saber producir muy bien el cultivo en secano. "Si los maíces en secano no son exitosos en tu campo, están llenos de malezas, insectos o mal fertilizados, echándoles agua no vas a solucionar nada", indicó.
La siembra se hace entre el 1° y el 25 de octubre. Como en octubre aquí todavía se registran bajas temperaturas, el cultivo tiene los problemas para el nacimiento en una zona de suelos fríos, aparte del exceso de rastrojos, insectos, moluscos, pero el productor dice que ya les tomó la mano a todas estas cuestiones. Para los lotes con riego, apunta a una población de entre 75.000 y 80.000 plantas logradas por hectárea. En secano, se siente conforme con 70.000 plantas.
¿Cómo llega a los altos rindes?
En esto influyen la genética, la fertilización y, por supuesto, el riego aplicado. Respecto de la fertilización, tanto en secano como riego se aplica fosfato monoamónico o diamónico a la siembra según el análisis de suelo (se usan dosis de unos 90 kilos para suelos con 15 ppm de fósforo). Después se pone una base de urea, a 35 centímetros del surco con la misma sembradora. La idea es llevar el nitrógeno a 160 kilos de N-nitratos al momento de la siembra. Se aplican 130/150 kilos de urea. Eso se hace en todas las hectáreas.
Luego, cuando se empieza a regar, se agregan al cultivo 200 kilos de nitrógeno en solución (60 kilos de N) por fertiirrigador, con el fin de llevar la fertilización nitrogenada en la parte regada a 220 kilos de N-nitratos entre lo existente en el suelo al momento de la siembra más lo fertilizado. En cuanto al riego, Cameron apunta a que el cultivo tenga acceso a un promedio de 6 mm por día desde que se empieza a regar. Esto se hace entre el 15 de diciembre (se elige comenzar no menos de un mes antes de la floración) hasta el 15 de febrero. Si llueve, se frena el equipo, pero depende de las precipitaciones. Para él, lo importante es garantizar los 6 mm por día en el período crítico de 60 días alrededor de floración.
El agua que se utiliza es de pozos, y cada uno de ellos aporta 150.000/170.000 litros por hora, aproximadamente. Cameron declaró los pozos ante la Autoridad del Agua, organismo bonaerense encargado del recurso hídrico provincial. El agua para riego es de moderada calidad aquí, por ser bicarbonatada sódica. "Afecta al suelo regar demasiada agua de este tipo", dijo. Subirían parámetros como la conductividad eléctrica y el porcentaje de sodio de intercambio (PSI). Junto al INTA Balcarce está estudiando si al darle un descanso al suelo esto se vuelve a estabilizar. "Yo al lote le doy dos años de descanso antes de volver a regarlo", señaló.
Para cuantificar el impacto del riego, Cameron agrega 4000 kilos de maíz por hectárea, en promedio, versus un cultivo en secano. Pero ha llegado a marcar diferencias de hasta 8000 kilos. "Me cuesta un litro de gasoil regar un milímetro por hectárea", afirmó. En números, el costo operativo del riego en sí es de 180 dólares por hectárea. Además, hay que contabilizar otros US$ 80 de la fertilización para lograr el plus de rinde. Con todo, en el balance final el rendimiento extra con riego le deja una ganancia adicional de US$ 200 por hectárea, contra secano.
El riego demanda una inversión importante. Para 72 hectáreas, una posición como la que tiene en el campo, dice que hoy habría que hablar de un total de unos 150.000 dólares. El mayor costo se lo lleva el equipo (US$ 120.000, según el productor), y luego le siguen la bomba y el motor.
Su cálculo es que se amortiza en no menos de cinco años. Para diluir la inversión la opción es regar otros cultivos. En el campo de Cameron, finalizada la aplicación sobre el maíz, está la alternativa de que el equipo se mueva a un lote contiguo para soja de primera o segunda.
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