La elección legislativa de ayer dejó dos registros históricos. Mauricio Macri alcanzó la marca de Raúl Alfonsín de 1985. No sólo ganó el primer examen de medio término siendo el jefe de un gobierno de signo no peronista. Lo hizo además apoderándose del pentágono político argentino. Los cinco distritos principales: la Ciudad, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza.
Al mismo tiempo, en la geografía bonaerense se produjo la otra novedad: el peronismo acumuló su tercera derrota consecutiva. A saber 2013 (a manos de Sergio Massa), 2015 (con María Eugenia Vidal) y 2017 (con Esteban Bullrich).
En ese repaso de la historia podrían extraerse tres conclusiones. Macri revalida su legitimidad y consolida su poder; Cambiemos se extiende como indiscutida fuerza federal (ganó en 14 provincias); el peronismo-kirchnerismo se asoma a un incierto y quizás traumático proceso de recomposición con el peso objetivo, pese a la dura derrota, que conserva Cristina Fernández.
Como había sucedido en las PASO, el 13 de agosto pasado, influyó de nuevo de manera decisiva el fenómeno de la polarización.
Se pueden escoger tres ejemplos elocuentes. Sergio Massa y Margarita Stolbizer volvieron a fracasar en su intento por pavimentar en Buenos Aires una “avenida del medio”. El diputado de 1País vio menguar otra vez su caudal. Se distribuyó entre Cambiemos y Unidad Ciudadana.
En Santa Fe ocurrió algo parecido. El Frente Justicialista, con el ultra cristinista Agustín Rossi, se había impuesto en las PASO por pocas décimas. Con el aporte valioso de la pejotista Alejandra Rodenas. Ayer cayó por más de 12 puntos a manos de Cambiemos, que empinó a Albor “Nicky” Cantard, un académico casi desconocido para el gran público. Infinidad de votos peronistas huyeron de Rossi.
La última referencia corresponde a San Luis. Los hermanos Rodríguez Saá (Adolfo y Alberto) habían perdido en agosto por una diferencia de 19 puntos. Ayer ganaron por una diferencia de 9. ¿Cómo se produjo un vuelco semejante en tres meses?. Simple: amén de aceitar su poderosa máquina estatal, el binomio Rodríguez Saá rehizo la estrategia. De haber sido sorpresivos aliados de Cristina en las PASO saltó a una actitud crítica. Con ese giro consumaron el milagro.
Ayer pareció quedar en evidencia de nuevo cuánto esfuerzo y sufrimiento le insume a la Argentina abandonar los procesos hegemónicos. Superar el menemismo implicó un fatal tránsito por la Alianza de Fernando de la Rúa que derivó en la gran crisis del 2001. En 2003 se inició una etapa nueva con Néstor Kirchner que, a partir de 2007, de la mano de Cristina, desembocó en otro hegemonismo. Macri necesitó dos años para arrinconar a los K. Y la batalla no parece haber terminado.
La gran novedad política, sin dudas, resulta Cambiemos. Una coalición que ha demostrado una notable eficacia como herramienta electoral. En mucha mayor medida que como motor de gestión. Ha logrado penetrar en poco tiempo --algo más de dos años-- en lugares impensados. Inaccesibles para nadie que no fuera peronista. El Conurbano, oteando los números de ayer, sería un caso. Descontó hasta más de 3 puntos en La Matanza respecto de las PASO. Y se apropió de varias zonas. Entre ellas San Fernando y Tigre.
Pero el paisaje resulta más llamativo en el norte y el sur del mapa. Dio un golpazo en Salta contra el peronista Juan Manuel Urtubey. El ex ministro de Defensa, Julio Martínez, venció a Carlos Menem en La Rioja. Chaco, con Domingo Peppo y Jorge Capitanich, también sucumbió ante Cambiemos. En Chubut, epicentro de la tragedia de Santiago Maldonado, Cambiemos volcó el resultado de las PASO pero perdió por casi nada ante el Frente para la Victoria. En Santa Cruz, el kirchnerismo quedó a 12 puntos del radical Eduardo Costa, integrante de la coalición oficialista nacional.
Esa eficacia expuesta de Cambiemos se contrapone con la falta de competitividad de los candidatos peronistas. Pocos de aquellos con posibilidades futuras salvaron la ropa. Juan Schiaretti había resignado Córdoba en las PASO. La derrota muy amplia se repitió ayer. Fue señalada la novedad en Salta. También perdió Gustavo Bordet en Entre Ríos. Quedaría el sanjuanino Sergio Uñac. El veterano Carlos Verna, que se repuso de la caída en agosto. Y, tal vez, Juan Manzur en Tucumán. Referencias en apariencia débiles para calzarse sobre sus hombros la responsabilidad de rehacer al peronismo.
Macri no habría podido pedir mucho más, a priori, del desenlace de las legislativas. Fortaleció su conducción, dejó a Cambiemos como la primera fuerza política nacional y colocó al peronismo en un estamento complicado para el tiempo que viene. En especial, si se piensa que a partir de hoy se inicia el tránsito para las presidenciales del 2019.
El Presidente ha despejado otro enigma. No será sólo el primer mandatario no peronista en 90 años –el último fue Hipólito Yrigoyen-- que completará su mandato. Tiene abierta, con motivos, la chance de la reelección.
La fortaleza presidencial posee pilares que la elección mostró intactos. María Eugenia Vidal volvió a ser determinante en Buenos Aires. Cada vez contrasta más su estilo franco con el sectarismo y hostilidad de Cristina. En la gobernadora se explica buena parte de los 4 puntos de diferencia que Bullrich le arrancó a la ex presidenta.
Elisa Carrió también fue crucial con la arrasadora elección en la Ciudad. Que no trastabilló pese a sus infortunadas palabras sobre la tragedia de Maldonado. Que encontró además un soporte en Horacio Rodríguez Larreta, el jefe porteño. A ellos habrá que añadir un funcionario que Vidal se encargó de ensalzar: Marcos Peña, el jefe de Gabinete. Ese núcleo constituye el corazón puro del macrismo.
El interrogante, como siempre y con cualquier poder, es adivinar el destino que Macri será capaz de dar al capital conseguido. Los antecedentes no ayudan para ser optimistas. Después del 85, Alfonsín imaginó el Tercer Movimiento Histórico (discurso en Parque Norte en diciembre de ese año) que nubló los verdaderos objetivos. Menem pergeñó de inmediato la reforma constitucional que le permitió permanecer una década en el poder. Kirchner se deshizo de Roberto Lavagna (en el mejor momento de plan), rompió su alianza con Eduardo Duhalde y bocetó un prolongado esquema de sucesión alternada con Cristina, que se interrumpió por su muerte repentina.
Cambiemos pasará a ser de un gobierno de hiperminorías a otro de simple minorías. Es mucho más de lo que la enunciación induce. Estará a tiro del quórum en Diputados. Engordará su bloque de senadores que podría dejar en minoría al cristinismo. Hay que esperar un realineamiento en esa Cámara donde el PJ dispone de un hombre clave: Miguel Angel Pichetto.
El Gobierno deberá aguardar aquellos movimientos en la oposición. Pero tiene cierta urgencia en retomar la agenda de gestión que el año de la campaña electoral dejó morosa. Dispondría hasta mediados del 2018 para ejecutar los planes. Después asomará en el horizonte el recambio presidencial de 2019 con un peronismo que tiene que redefinir sus liderazgos. Motivo suficiente, con seguridad, para que cualquier transacción se trabe.
Cristina, en su mensaje de aceptación de la derrota, anticipó que ese derrotero no será sencillo. Convocó a los suyos a realizar una oposición dura. No es el ánimo que impera entre los gobernadores del PJ obligados a arrimarse al Gobierno. En primer término, por la discusión que se avecina: el pacto fiscal y la reforma tributaria. Asoma dentro del espacio peronista-kirchnerista un conflicto potencial.
Macri estaría dispuesto a apretar el acelerador. Aunque sin abandonar el gradualismo. Un equilibrio difícil. El Presidente fue enfático en la necesidad de buscar consensos. También en la disposición de dejar atrás la confrontación que en la campaña tuvo repetidos reflejos de desborde. Amenazas de bomba, violencia callejera, palabras imprudentes. Habrá que ver como esa voluntad manifiesta se lleva a la práctica.
Macri insistió el hablar en Costa Salguero que no cejará en la lucha contra el narcotráfico, las mafias y la corrupción. Una lectura de los resultados de ayer habría que buscarlo en esos tópicos antes que en la economía. Derrochó convicción y optimismo sobre la tarima. Como cada uno de los dirigentes que pasó por allí.
Bastante por encima de las previsiones anunciadas que auguraban mayor moderación y austeridad. A tono con los días de conmoción y congoja que atraviesa la Argentina.
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