Para analizar las repercusiones del aumento de la beligerancia en la península coreana, veamos cuatros aspectos: datos, estrategia, actores y efectos.
Primero, los datos. Desde la primera de sus seis pruebas nucleares, en 2006, hasta hoy, Corea del Norte ha obtenido una bomba de hidrógeno, el arma con mayor poder destructivo del planeta. El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri) estimó en julio del año pasado que Corea del Norte contaba con hasta 20 ojivas nucleares.
A mediados de año, Pyongyang desarrolló un misil balístico intercontinental. También, motores de cohetes a combustible sólido y capacidades de lanzamiento móvil, como cohetes que pueden ser disparados desde submarinos. De este modo, el régimen de Kim Jong-un se encuentra hoy en posición de alcanzar objetivos densamente poblados en la zona Asia Pacífico (Tokio, Hong Kong, Sidney). Y podría golpear Hawai o Alaska en los Estados Unidos.
Pero el dato sin estrategia es como un instrumento musical sin partitura. Pyongyang busca asegurar su propia supervivencia. Cuando, en enero de 2002, el presidente estadounidense George W. Bush se refirió al "eje del mal" integrado por Irak, Irán y Corea del Norte, Irak no tenía programa nuclear. Y fue invadido. ¿Cómo evitar una invasión similar? Profundizando la disuasión, acelerando el programa nuclear. Para sobrevivir en un mundo hostil, había que hacerse fuerte. ¿A qué costo? A cualquiera; lo que está en juego es la supervivencia. El desarme y la paz que pregona Occidente suenan en Pyongyang como debilidad y burla.
Tercero, los actores. Es demasiado simplista creer que Estados Unidos presiona a un cliente de China. Hace cuarenta años que la dinastía Kim (Kim Il-sung primero, Kim Jong-il luego y Kim Jong-un ahora) ha resistido a sus enemigos en Occidente. Ni las sanciones diplomáticas y bloqueos comerciales de la era Clinton, ni las amenazas de la administración de George W. Bush, ni los incentivos y el diálogo del presidente Obama o los ejercicios militares, cibersabotaje y retórica bíblica del presidente Trump han disuadido a Pyongyang. Pero tampoco Corea del Norte ha cedido a la persuasión o presión china. Los actores secundarios de este drama -como en una tragedia shakespeariana- son los más perjudicados. Corea del Sur, Japón y Australia se han convertido en objetivos inmediatos en caso de una escalada militar. Pero la gran perdedora es sin duda la gobernanza mundial. Las instituciones multilaterales globales como la ONU y las regionales están prácticamente ausentes como instancias para la desactivación de la escalada o para la resolución de la crisis. Los mecanismos que se diseñaron para prevenir y evitar las espirales de violencia que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial no han podido o no han sabido funcionar con la efectividad necesaria.
Cuarto, los efectos. Cualquier escalada en las hostilidades desestabilizaría la economía global en momentos en los que parece encaminarse hacia mayores niveles de recuperación y robustez. Aumentarían los niveles de riesgo a través de una mayor volatilidad en los mercados financieros internacionales y posibles cambios bruscos en el precio del petróleo. El comercio mundial se contraería por el empeoramiento en el clima de negocios, la reducción del acceso a mercados y los mayores costos logísticos que acompañan las escaladas militares. Se dispararía el riesgo de disrupción en las cadenas de valor globales por reducción de la participación de países altamente integrados en ellas, como Japón, Australia, Corea del Sur y hasta la propia China.
El balance de poder y la arquitectura de seguridad en Asia están siendo sacudidos. De Tokio a Canberra y de Manila a Singapur, los socios de los Estados Unidos calibran el nivel de compromiso de Washington para defender a sus aliados. Este cálculo se extiende hasta Taipei. En el corto plazo, países de Filipinas a Australia reclamarán algún tipo de defensa que pueda contrarrestar el nuevo poderío norcoreano. Estados Unidos podría buscar disuadir a Corea del Norte con un ataque preventivo o escudos de misiles, lo que afectaría directamente a China. También se ha abierto la puerta para una nuclearización de Japón y de Corea del Sur en el mediano plazo. De no ser suficientes la voluntad o capacidad norteamericanas, eso tendría un efecto desestabilizador sobre toda Asia, que concluirá que cada Estado debe valerse por sí mismo en este nuevo e inestable (des)orden mundial.
Director del Programa de Asia Pacífico de la Universidad Di Tella
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