LA VERDADERA HISTORIA DEL FÍSICO DEL BALSEIRO QUE TRABAJÓ PARA LA ARMADA EN UN PROYECTO "SECRETO"
Convocado en 1977 por la Marina para crear un reactor atómico, que nunca se llegó a fabricar, abandonó la Argentina en 1980, tras enterarse que la Dictadura quería vender las armas a Saddam Hussein.
Antonio Gentile coordinó un equipo que desarrolló un reactor de propulsión nuclear para los submarinos TR-1700.
Todas las historias tienen un lado B. Pero la de Antonio Gentile, el físico del Instituto Balseiro que durante años fue considerado como un "desaparecido" por la última Dictadura Militar y que, según se supo esta semana, vive junto a su familia en los Estados Unidos, cuenta además con un lado C, desconocido para la mayor parte de la opinión pública. Hasta ahora.
La reconstrucción de la trama oculta de esta historia pudo efectuarse gracias al aporte de dos testigos presenciales de los hechos a punto de ser narrados por primera vez. Se trata de dos ingenieros navales especializados en el diseño de submarinos, uno de los cuales formó parte junto a Gentile de un proyecto reservado de la Armada para dotar a los submarinos de la flota naval argentina tipo TR-1700.
Corría el año 1977 cuando el por entonces titular de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), vicealmirante Carlos Castro Madero, lanzó a través del decreto 3183, su "Programa Pacífico de Desarrollo Nuclear". El plan generaba recelos entre los integrantes de las Fuerzas Armadas, que intentaban monopolizar el control del poderío atómico con una fuerte impronta bélica, contemplando las hipótesis de conflicto existentes (fundamentalmente con Chile). La gran controversia se centraba en si la Argentina debía o no aplicar el desarrollo nuclear a la construcción de la bomba, en tiempos en los que el mundo se dividía entre los países que la tenían y los que no. Castro Madero se oponía a las posiciones pro-bomba que expresaban los hombres fuertes del Ejército (Leopoldo Fortunato y de la Armada (Emilio Eduardo Massera).
Sin embargo, era consciente que el resultado de la fisión nuclear que los especialistas del Instituto Balseiro habían logrado controlar, conduciría inexorablemente a su aplicación para fines no pacíficos. Y decidió convocar a dos especialistas de su máxima confianza: uno de ellos trabajaba en el Centro Atómico Bariloche. Su nombre: Antonio Gentile. El otro era un ingeniero naval con vasta experiencia en el diseño de submarinos: Julio César Langini, cuyo testimonio es clave para reconstruir lo ocurrido.
"Castro Madero llamó a ambos para sumarse a un proyecto que tenía que permanecer tabicado debido a razones de seguridad nacional", relató a Ámbito Financiero el ingeniero naval Jorge Bojanic, colega y amigo de Langini. El titular de la CNEA pretendía dotar de propulsión nuclear a los submarinos de la Armada, entre los que se encontraba el hoy desaparecido ARA San Juan. La combinación de ambos saberes le otorgaba a la iniciativa una excelencia pocas veces vista. Corría el año 1978 y los dos expertos debieron abandonar sus trabajos respectivos y dedicarse full life a la tarea encomendada, sin notificar a nadie sobre la misión que debían cumplir, e instalarse en el predio de los Astilleros Domecq García, controlados por la Marina, ubicados en Costanera Sur.
"Langini fue designado como Gerente del Proyecto, bajo la supervisión de la mano derecha de Castro Madero, el capitán de Fragata Alberto Terranova, encargado de la coordinación entre la CNEA y el astillero; el jefe científico del procedimiento era Gentile", detalló Bojanic. "Había que rediseñar los submarinos que habían sido adquiridos al Astillero alemán Thyssen para que entrara el módulo nuclear, y allí es donde cumplía un rol fundamental el hombre del Balseiro, porque su tarea era diseñar ese reactor que dotaría a la nave de propulsión infinita y una autonomía de más de 30 días sumergido sin salir a superficie", acotó.
Con la iniciativa en marcha, estalló el conflicto por el canal de Beagle con Chile, que puso a ambos países en pie de guerra. Esto aceleró los trabajos cuya finalización estaba prevista para principios de 1980. Durante ese lapso, Gentile fue contactado por la Fuerza Aérea, que proyectaba desarrollar el misil Cóndor II, al que preveía dotarlo de tecnología nuclear. El responsable de la Aviación, Brigadier General Omar Graffigna, pretendía que el arma triplicara el alcance en altura de su antecesor (Cóndor I) llevándolo a los 600 kilómetros. Eso inquietó a la dupla de especialistas que comenzaron a entender que sus conocimientos se aplicarían con una finalidad diferente a la que ellos suponían desde un inicio. "Y para colmo apareció en escena un representante del Astillero en el mundo árabe, quien ofreció vender otros cuatro submarinos adaptados para la propulsión atómica al régimen de Saddam Hussein, quien había asumido como presidente de Irak y se perfilaba como un potencial peligro para Occidente, con lo cual Langini y Gentile terminaron de espantarse y huyeron", finalizó Bojanic. Conscientes de que abandonar sus tareas podía ocasionar consecuencias no deseadas para sus familias, ambos decidieron escaparse rumbo a los Estados Unidos.
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