Por DANIIL ÍLCHENKO - RUSSKI REPORTER (TASS)
La mitad de las existencias mundiales de armamento nuclear está oculta bajo el agua: en los silos de submarinos nucleares que surcan el 70 % de la superficie de la Tierra.
Solo hay seis países capaces de construir artilugios de la complejidad de estos submarinos nucleares: la India, China, Gran Bretaña, Francia, EE UU y Rusia. Daniil Ílchenko ha viajado a Severodvinsk para visitar un astillero de alto secreto y ser testigo de la construcción un submarino nuclear ruso.
“Es como llevar a un niño al colegio por primera vez. Por un lado piensas que ya está preparado, pero por otro sabes que esto solo es el principio”, explica Nikolái Semakov, responsable de la entrega del primer submarino ruso de cuarta generación ‘Yuri Dolgoruki’ (proyecto 955 Borei).
Semakov es jefe de constructores de la Planta de construcción de maquinaria del norte. La fabricación de su primer submarino llevó 17 años.
“Fue una prueba para toda nuestra industria, pues cada pedido da trabajo a más de 600 empresas. ¡Toda una industria! ¿Podemos fabricar un producto tan complejo? La práctica ha demostrado que no lo hacemos tan mal. Por supuesto, surgió un mar de problemas durante el proceso y hubo que retocar muchas cosas después de las pruebas, pero la siguiente embarcación, el ‘Alexánder Nevski’, la construimos en siete años, y el ‘Vladímir Monomaj’ en seis”, comenta Semakov.
En los próximos años, los nuevos submarinos nucleares de Sevmash ‘probarán el agua’ con más frecuencia. Para el 2020 Sevmash planea construir 15 submarinos nucleares de nueva generación: siete unidades de la clase Yasen y ocho de la clase Borei.
Desde remolcadores y barcazas, hasta pontones y fábricas de pescado: en los últimos dos decenios, Sevmash ha fabricado más de cien buques para Alemania, Suecia, Noruega y Holanda. El desarrollo de la construcción naval civil ha mantenido a flote y prácticamente salvó de la ruina en los años 90 al mayor astillero militar de Rusia.
“Ahora la construcción de submarinos también es, a su manera, un negocio. Los días en que nuestros problemas de producción se decidían por orden del Partido han quedado atrás. Hoy hay que saber negociar el precio y los plazos, así nos mantenemos a flote entre las complejas condiciones del mercado”, explica la jefa del grupo de medición y pruebas, Alexandra Vlásova (ganadora del premio ruso ‘El ingeniero del año 2012’).
Es difícil sobrevalorar el grado de responsabilidad que implica el trabajo de Vlásova y su equipo. En las profundidades, durante una operación de un submarino nuclear, la fuerza del agua a través de una brecha en el casco de un centímetro de grosor podría partir a una persona por la mitad. No sin razón, en sus celebraciones, los marinos dedican el tercer brindis ‘a la resistencia del casco’.
En 1957, en el astillero de Sevmash nació el primer submarino nuclear ruso, el ‘Leninski Komsomol’. También de aquí salió en 1968 el primer submarino nuclear de titanio del mundo, bautizado ‘Zolotaya Rybka’ (que se traduciría como ‘el pececillo de oro’), cuyo récord de velocidad —84 km/h bajo el agua— aún no se ha superado. Poco a poco, la conquista de nuevos objetivos se traspasó a otra grada, la 55. En los años 80, vio nacer a los ‘depredadores’ de acero más grandes del planeta, los submarinos del proyecto 941 Akula —con una longitud equivalente a dos campos de fútbol y la altura de un edificio de nueve plantas—, que entraron en el libro Guinness de los récords.
De hecho, aquí los submarinos no se construyen, sino que se sueldan. Millones de juntas de soldadura, que unen cientos de miles de detalles, conforman los submarinos nucleares actuales. A cada junta de soldadura se le asigna el nombre del soldador que ha trabajado en ella y esta información se conserva durante todo el servicio de la nave. Y aunque cada junta se comprueba minuciosamente con posterioridad mediante rayos X y técnicas de ultrasonido, la personalización de la responsabilidad (comparable a la de Chernóbil) ante una posible catástrofe repercute considerablemente en la calidad del trabajo.
Pero hay soldaduras que no están hechas ni para la mano más experta. En estos casos, los robots resultan de gran ayuda.
“Aquí se intenta alcanzar la perfección en cada soldadura”, comenta con el corazón encogido el ingeniero electrónico de primera categoría Serguéi Rizhkov. Nos tropezamos con un pequeño ojo de buey situado en medio de un tonel enorme, de unos cuatro pisos de altura y con un volumen de 900 metros cúbicos. Tras el grueso cristal, una enorme mano de ‘terminator’ cuelga sobre una pila de hierro. En lugar de una brocha, esta ciberextremidad sostiene una pistola de haz de electrones. El haz de electrones que dispara el cañón resbala por la superficie del metal generando una característica mancha amarilla, que deja tras de sí una soldadura perfecta.
“Es admirable que todo el mecanismo sea de producción rusa. La empresa NITI Progress, de la ciudad de Izhevsk, fabrica actualmente este tipo de aparatos. La pistola tiene una capacidad de maniobra casi infinita. Es un mecanismo único que nos convierte en la envidia de muchos (norteamericanos, japoneses, alemanes...)”, comenta Rizhkov.
Del tonel se extrae el aire hasta alcanzar el estado de vacío cósmico. Precisamente estas condiciones son las que permiten obtener una calidad de la soldadura superior. En esta cámara se sueldan las juntas responsables de disminuir el ruido del submarino.
La cautela es la principal arma de cualquier sumergible. En esta consigna se basa la existencia de toda la flota. Un submarino nuclear detectado es un submarino nuclear abatido, de ahí que la preocupación por minimizar el ruido constituya un continuo dolor de cabeza para los diseñadores de submarinos secretos. La soldadura por haz de electrones resuelve en gran medida este problema.
Pero esta envoltura antieco negro de alquitrán es solo la superficie de los tesoros tecnológicos que se ocultan bajo estos cascos de acero de alta resistencia. Los conocimientos técnicos del país eslavo permiten que los submarinos rusos pasen desapercibidos en medio de ejercicios antisubmarinos de la OTAN, así como asomarse de cuando en cuando por el golfo de México; dotan a sus naves de la agudeza ‘visual’ y ‘auditiva’ necesaria para detectar e identificar al enemigo a una distancia de más de 200 km, y aclaran muchas de las cuestiones que preocupan a la competencia del otro lado del océano, como por qué la unidad antibuques rusa Onyx es mejor que la norteamericana Harpoon, y por qué sus misiles de crucero son capaces de recorrer el doble de distancia que los Tomahawk.
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