(defensa.com)
- El cambio producido en las cúpulas de las tres instituciones armadas y
de la jefatura del estado mayor conjunto argentino, movió nuevamente el
avispero político del país, aunque nadie tembló ante la brusca
renovación de los mandos castrenses. Hace mucho que los militares se
dedican a su tarea exclusiva de ser el instrumento armado de la Nación,
como marca la Constitución Nacional y dejaron de ser un elemento de
presión política, que lo fueron, dejando una marca muy fuerte en la
historia argentina.
En el interior de los cuarteles, los cambios eran esperados y estaban en cierto modo demorados. En diciembre pasado el Poder Ejecutivo promovió al grado inmediato superior a un grupo de generales, almirantes y brigadieres y no les asignó destino o tarea alguna, por lo que hibernaron por meses sin función o mando específico, esperando que alguien en el Ministerio de Defensa marque el rumbo.
La situación resintió el funcionamiento de la conducción militar, ya que esta indefinición afectó los pases en la cadena de mando al suponer –buena parte de los uniformados- que sus carreras concluirían raudamente o tendrían que permanecer más tiempo de lo habitual en sus cargos.
Al tiempo se producían los cambios en jefatura, entre ellos la instalación de un polémico oficial, el General César Milani, como número uno de la fuerza terrestre. El nombramiento es un triunfo de la línea política de la ex ministra de defensa, Nilda Garré, que tejió una excelente relación con Milani, al cual erigió como jefe de Inteligencia del EA –cargo que sigue reteniendo además del máximo sitial- y se le atribuye ser uno de los mentores del polémico Proyecto X, de espionaje sobre las organizaciones sociales.
El acto de asunción de los jefes de las fuerzas fue organizado para el lucimiento de Milani. Pese a que allí también asumía un héroe de Guerra, el Brigadier Callejo, piloto de Dagger durante la contienda de Malvinas, en la ceremonia solo habló el nuevo jefe del Ejército, sin dejar dudas de quien es el nuevo hombre elegido ante el superior Gobierno.
Mientras la Presidente orientó su discurso al nuevo rol de las Fuerzas Armadas en el país, aunque sin tocar los temas salariales y de equipamiento, Milani realizó una encendida defensa del proyecto del Gobierno, lo que originó críticas en el arco político.
El ex ministro de Defensa Horacio Jaunarena advirtió que Milani quiere transformar “una institución al servicio de la Defensa de un país, en una institución al servicio del Gobierno”, alertando de la politización de las filas castrenses.
Por su parte, el diputado Nacional Julio Martínez, de la Comisión de Defensa de la Cámara baja, advertía que “es una barbaridad pedirles a los oficiales que sigan a un Gobierno que no les da presupuesto, que les paga el cuarenta por ciento de los salarios en negro, que los retira mal y los perjudica, que no les da recursos para adiestramiento, capacitación y equipamiento”. Aunque podría pensarse en un cierto parecido con las Fuerzas Armadas de Venezuela, identificadas con el chavismo, el parecido, si acaso, sería el que ambas comparten una alto número de oficiales superiores y escasa tropa. Hasta ahí el parecido.
La gran diferencia está en la magnitud de la inversión del gasto. Venezuela destina muchos recursos a la adquisición de equipamiento, mientras que Argentina solo hace mínimas inversiones en la materia. Sin embargo, se multiplican los fondos para la Inteligencia Militar, donde, paradójicamente se gasta más del doble que en el necesario reequipamiento castrense.
Teniendo en cuenta que las tareas de inteligencia están prohibidas para las FFAA a nivel interno, nadie comprende el porqué de semejantes montos dinerarios y el aumento del personal asignado a tareas subterráneas. Arrastrar a las Fuerzas Armadas a un proyecto político es peligroso. Está claro que los militares no están para pintar escuelas o limpiar calles, sus fines son de otro tipo y más elevados. Sin embargo, parece que los militares son ahora mejor vistos por el Gobierno, ya que los necesita para el control interno y social, algo completamente prohibido por las leyes nacionales.
Aunque la problemática militar no afecta realmente al funcionamiento del Estado en este momento, el funcionamiento del instrumento castrense sí afecta los intereses estratégicos de la Argentina, intereses que muchas veces están lejos de la mirada del gran público, más preocupado por los problemas diarios.
El buen hacer de lo militar puede traer consecuencias más que positivas en la defensa de los intereses nacionales en todos los sentidos, lo contrario, que es lo que hoy sucede, con unas Fuerzas Armadas debilitadas, tiene, por el contrario, la consecuencia de una clara desventaja estratégica, la pérdida de recursos, unas fronteras desguarnecidas, el atraso tecnológico y la pérdida de liderazgo continental y de prestigio político, entre otros males.
Las relaciones de la actual Administración con las organizaciones militares ha sido de regular a mala, aunque no muy distinta de lo que ha venido siendo habitual, en todas las gestiones democráticas, desde el regreso a la institucionalidad en 1983, tras la dictadura militar.
En estas tres décadas siempre hubo un grado de hostilidad, más o menos latente, contra los militares, con la insalvable necesidad de cohabitar con los uniformados, a los cuales se debe conducir política y administrativamente y de los que no se puede prescindir por ahora y en un país que tiene parte de territorio nacional usurpado por una potencia extranjera.
Desde los famosos juicios a las juntas militares, hemos visto a muchos oficiales posar en los palcos que, con mejor o peor desempeño, han dirigido sus instituciones con una pobreza cada vez mayor que se trasunta en menos recursos, con el material desactualizado y personal poco motivado, además de un devenir problemático.
Cada cierto tiempo reciben un destrato público donde se recuerda crímenes y tragedias de otros tiempos y cometidos por otros, hace más de treinta años, para luego instarlos a convertirse en fuerzas democráticas e integrarse en la sociedad, ignorando de donde vienen y su grado de integración en el pueblo. En realidad, en cada oportunidad que se abre un cuartel, base aérea o navío, miles y miles de compatriotas concurren masivamente con algarabía a estos eventos, siendo éstas las reuniones multitudinarias más grandes del país.
Nadie discute el arbitrio de la primera mandataria –que es la comandante en jefe de las Fuerzas Armadas- a cambiar las cúpulas como considere adecuado. Pero está llegando el momento de plantearse con seriedad si Argentina quiere instituciones armadas y para qué la quiere. Más allá de los discursos vanos, el Gobierno no tiene resultados alentadores, ni mucho menos, en materia de Defensa y Seguridad.
Fronteras que son un colador, ingreso masivo de delincuentes extranjeros sin control alguno, pese a las advertencias de organismos internacionales de justicia, irrupción del narcotráfico imparable, depredación por las flotas extranjeras de las riquezas ictícolas del mar argentino sin que nadie actúe en consecuencia, desequilibrio táctico estratégico regional cuando éramos rectores en el continente.
La Nación se encuentra en un claro estado de indefensión, tan solo sujeto a la situación pacífica de la región, siempre y cuando todo nuestro accionar no moleste ni choque con los intereses de terceros, en caso de problemas no quedaría otra que ceder ante las presiones, al crecer de poder militar que apoye a la diplomacia autóctona. Obviamente para las actuales autoridades la defensa no es prioridad alguna, quiera que no ocurra ningún inesperado acontecimiento que ponga al límite a nuestras fuerzas, podría ser muy tarde para reaccionar.(Luis Piñeiro)
Es muy profundo el articulo. Hoy no le ganamos ni a una innovación uruguaya.
ResponderEliminar¿Que podríamos hacer los civiles que cambie el esta situacion?