Por Alejandro Corbacho Profesor De Relaciones Internacionales (Universidad Del CEMA) - Diario Clarin
Desde que finalizó el conflicto de Malvinas en 1982, los sucesivos gobiernos argentinos intentaron distintas políticas para reanudar con el Reino Unido las negociaciones por la soberanía interrumpidas por el conflicto.
Si ninguno de ellos ha alcanzado el objetivo final, ¿cómo saber si el desarrollo de las mismas pueden considerarse exitosas o no?
La pregunta a responder sería: ¿alcanzó la negociación un resultado que dejó a las partes mejor respecto de sus necesidades básicas y preocupaciones, y es al menos mínimamente consistente con su sentido de justicia? Se supone que este resultado implica necesariamente algún intercambio. En el caso de Malvinas, para los británicos el tema había quedado resuelto y para la Argentina, el criterio debe ser el cumplimiento del mandato constitucional que ratifica la “legítima e imprescriptible” soberanía argentina sobre las islas. Por lo tanto, la medida del éxito que abarca la totalidad del proceso de negociación tiene un resultado claro: el traspaso de la soberanía.
Si utilizamos este criterio, el rango de cambio de las negociaciones de los sucesivos gobiernos desde 1983 es cero y los años de negociación no han servido para nada.
Dada la complejidad del problema que representa una negociación territorial, debería ser posible recurrir a otros criterios de medición que permitieran apreciar si las negociaciones, en principio, sirvieron para algo. Se afirma que el “éxito” es un concepto relativo y que es el observador quien construye la noción de éxito o fracaso.
Ello hace necesario hablar en términos de “grados de éxito” y para ello deben establecerse los parámetros para dicha apreciación. Por lo tanto, en los casos donde el criterio final no es suficiente, pueden establecerse criterios “intermedios” de evaluación que deben construirse para cada proceso de negociación particular.
Si partimos de la idea que la soberanía no es el único tema por resolver, el uso de esta clase de indicadores permitiría distinguir, entre otros aspectos, las etapas necesarias que deben atravesarse en la negociación, clarificar desde dónde se inicia, cuál sería el horizonte temporal del proceso, su impacto sobre terceras partes importantes, cómo será la administración de los espacios comunes mientras la negociación está en curso y cómo se conecta la negociación con otros temas relevantes de la política exterior del país.
La lista no es exhaustiva pero, en conjunto, estas dimensiones permiten capturar la complejidad del proceso, considerar matices más amplios, evaluar una trayectoria previa, que en este caso es larga, y visualizar el grado de éxitos parciales hasta alcanzar un resultado final que puede ser o no la soberanía. Por ahora, el planteo argentino de la negociación que se presenta como “todo o nada” sólo puede llevar a evaluarla como un continuo fracaso del gobierno.
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