Por Juan Balbín - Para LA NACION
Según datos de la FAO, la Argentina dispone de 59 millones de hectáreas de tierras aptas para la producción agropecuaria. Una situación similar a la de China, que dispone de la misma cantidad de hectáreas, con la enorme diferencia de que la población de China es 35 veces mayor que la nuestra. Este último ejemplo permite ilustrar y dar cabal idea del lugar privilegiado de nuestro país en cuanto a la producción agroalimentaria, pero a su vez pone de manifiesto la enorme responsabilidad que ese mismo privilegio trae aparejada.
Pero las riquezas naturales que poseemos y la combinación de suelos y clima no generan desarrollo ni bienestar por sí mismas. Sólo la mano virtuosa del hombre es capaz de crear riqueza a partir de ellas.
Localmente venimos desarrollando y perfeccionando el buen uso de la biotecnología, la genética, los productos fitosanitarios, los fertilizantes y la maquinaria agrícola de última generación que actúan no sólo como pilares tecnológicos, sino también como verdaderos trajes a medida de cada zona y ambiente productivo. Estas tecnologías han permitido crear sistemas y procesos cada vez más amigables con el medio ambiente.
Convencidos de que es posible abordar de forma simultánea el desarrollo social y económico en armonía con el medio ambiente, nos llenamos de entusiasmo para desplegar todo el potencial y proyectarnos a una Argentina posible.
También es cierto que nuestro país no es el único capaz de dar respuestas a las recientes demandas mundiales y a la imperiosa necesidad de los Estados de brindar seguridad alimentaria a sus habitantes. Como es lógico, también otros países entienden y ven las oportunidades que les permiten desarrollarse a través de la agroindustria, capaz de dar respuesta inmediata a la necesidad de alimentos y ser fuente de energías renovables. El estímulo de una fuerte demanda internacional, que percibimos todos los países productores, es el mismo, pero las reacciones ante el mismo estímulo pueden ser diversas.
La Argentina, un país reconocido por la calidad de su carne vacuna, redujo sus exportaciones en un 50% de 1995 a 2011. En ese mismo período, Uruguay las aumentó 105%; Brasil, 488%, y Paraguay, 886%. Este dato, lejos de desesperanzarnos, debería generar el efecto contrario, que es el del entusiasmo de saber que esta situación puede y debe ser revertida. Desde ya que esto no va a darse sin esfuerzos, pero sí es básico contar con las fundamentales condiciones macroeconómicas y de generación de confianza para renovar esfuerzos a la actividad. Si toma el desafío de revertir esta situación, la Argentina podría retomar su lugar de relevancia en el mercado y producción de carnes vacunas. Y hay otras actividades ganaderas y agrícolas que también podrían renovar su impulso inversor y productivo.
El desarrollo agrícola y ganadero en la Argentina nos va a ayudar a moldear una verdadera economía federal, con impacto en la descentralización, enraizada en el interior y concebida sobre la base del desarrollo sostenible. Al mismo tiempo, la presencia de la Argentina como jugador cada vez más importante como proveedor de alimentos y de bioenergía nos va a permitir una mayor presencia y gravitación a nivel internacional.
Los productores agropecuarios argentinos estamos acostumbrados a convivir y atenuar riesgos inherentes al negocio, tales como el clima y la volatilidad de precios, riesgos que aceptamos y son parte de la actividad desde tiempos bíblicos. Lo que golpea fuerte en los cimientos de la confianza y en la productividad son los cambios constantes en regulaciones, como también el hecho de contar con un sistema impositivo basado en gravar a la producción vía derechos de exportación, exista o no renta, sumado a las intervenciones en los mercados que los han distorsionado y han afectado el proceso formador de precios. La incertidumbre que crea este escenario genera dudas y desconfianza, y ese ánimo se traduce en un freno al despliegue de las distintas actividades.
Pese a estas dificultades, que tienen solución posible, los productores tenemos fe en el futuro brillante del país. Es posible, si tomamos un camino de desarrollo nacional apoyado en una agricultura y una ganadería fuertes, rubros que ya están generando una revolución en muchos países de América latina que han decidido lanzarse a producir. Los argentinos podemos ser punta de lanza de esa extraordinaria revolución y disfrutar de sus enormes beneficios para toda la población de nuestro país; sólo falta la decisión de querer ser un país orgullosamente agroindustrial y capturar a pleno la inédita oportunidad que le brinda el mundo a la Argentina...
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